al cine tantas veces como antes.
Lo que disminuyo fue el consumo de bienes suntuarios.
Y por una u otra razon, el arte se consideraba un lujo.
Niclas Winter arranco la capsula de estano del cuello de la botella de champan que habia comprado el dia que murio su madre. Trato de recordar si habia abierto alguna vez antes una botella de esa manera. Mientras maniobraba con el seguro de alambre, penso que aquella era la primera vez. Estaba claro que habia bebido cantidades sustanciales de la deliciosa bebida francesa, en especial en el curso de los ultimos anos, pero siempre a costa de otros.
Un chorro de espuma salto, y Niclas rio para si mientras escanciaba el espumoso en una copa de plastico que encontro en el borde del atestado banco de trabajo. Apoyo la botella en el suelo por seguridad y se llevo la copa a los labios.
El atelier de trescientos metros cuadrados, originariamente un deposito, estaba banado de luz natural. Para el observador no avisado, el caos debia parecer completo en aquella habitacion inmensa, con luces en el techo y grandes ventanas con arcos a lo largo de la pared suroeste. Niclas Winter tenia, por el contrario, un control absoluto del conjunto. Aqui estaban el equipo de soldadura, los ordenadores y los viejos lavabos, cables submarinos extraidos del mar del Norte y la mitad de un automovil siniestrado; el atelier hubiera sido un paraiso para cualquier nino de once anos minimamente curioso. Pero, en realidad, no hubiese podido entrar jamas. Niclas Winter tenia tres fobias: las aves grandes, las lombrices y los ninos. Ya le habia sido suficientemente traumatica su propia infancia y no soportaba recordarla cuando veia ninos que jugaban y hacian bullicio y lo pasaban bien. El que el atelier quedase a solo doscientos metros de una escuela primaria era un hecho lamentable que obviamente habia aprendido a soportar. El local era perfecto en cualquier otro sentido, el alquiler era bajo y la mayoria de los ninos lo evitaba desde que el habia colocado carteles en la puerta que alertaban con un «perro suelto» junto a la imagen de un dobermann.
El local era casi rectangular, dieciseis metros por casi dieciocho. Todo el desorden se concentraba cerca de las paredes, un marco de trastos y cosas necesarias que rodeaban un area grande en medio del cuarto. Ahi estaba siempre limpio y vacio, a no ser por la instalacion en que Niclas Winter trabajaba entonces. A lo largo de una de las paredes mas cortas habia ademas cuatro instalaciones que estaban terminadas, pero que todavia no habia mostrado a nadie.
Bebio un sorbo de champan, que era un poquito dulzon y ademas no estaba del todo frio.
Esto era lo mejor que habia hecho.
El trabajo se llamaba
En el centro de la obra de arte se levantaba un monolito de maniquies. Estaban entrelazados, como en el original en Vigelandsaparken, pero debido a la rigidez de los munecos en todo lo que no fuera rodillas, codos, caderas y hombros, la figura de seis metros de altura resultaba manifiestamente espinosa. Cabezas montadas en cuellos casi quebrados, dedos erectos y pies con las unas pintadas; todos apuntaban muertos hacia el espacio. El conjunto estaba envuelto en un delgado y brillante alambre de puas hecho de plata. Plata verdadera, por supuesto; solo ese alambre habia costado una pequena fortuna. Si uno se acercaba, podia ver que los munecos desnudos y sin vida tenian costosos relojes en las munecas y que casi todos llevaban joyas en el cuello. En realidad, cuando los compro, los maniquies carecian de sexo. Tan solo los hombros anchos y la ausencia de pechos distinguian a los hombres de las mujeres, ademas de una protuberancia sin contornos entre las ingles. Niclas Winter acudio en su ayuda. Compro tantos penes en una tienda de articulos eroticos que obtuvo un importante descuento. Despues los monto en los munecos castrados. Esos dildos se presentaban como «naturales», algo que Niclas Winter sabia que era un disparate. Eran colosales. Los pinto con aerosoles de colores fluorescentes y los hizo mas llamativos.
– Perfecto -dijo para si, y vacio la copa de un trago.
Se alejo unos pasos y ladeo la cabeza.
La ultima exposicion de Niclas Winter habia sido un exito gigante. Se expusieron tres instalaciones al aire libre durante cuatro semanas en Radhuskaia. El publico estaba encantado. Los criticos tambien. Lo vendio todo. Por primera vez en su vida no tenia casi deudas. Lo mejor era que StatoilHydro, que ya habia comprado
Y entonces los jodidos cambiaron de opinion.
El no sabia de contratos, y cuando acudio indignado a un abogado con la carta que habia recibido en octubre, entendio que era el momento de contratar a un agente. StatoilHydro estaba en su pleno derecho. El contrato incluia una clausula de suspension del encargo. Niclas Winter apenas lo habia leido cuando lo firmo, mareado por el exito.
«En el actual clima financiero», decian disculpandose en la carta. «Desafortunada senal para los empleados y los duenos», peroraban mas abajo. «Moderacion.» «Cierta restriccion en el consumo innecesario.»
Bla, bla, bla. ?Habia que joderse!
La maldita carta llego cuatro dias antes de que su madre muriese.
Cuando se sento a su lado en las ultimas horas, mas por un sentimiento de culpa que porque realmente se sintiese triste, todo cambio. Niclas Winter salio del cuarto de su madre moribunda en el hospicio Lovisenberg con una sonrisa en los labios, con una esperanza renovada y con un enigma que resolver.
Y lo habia logrado.
Le llevo su tiempo, por supuesto. Su madre habia sido tan poco clara que el tuvo que emplear varias semanas hasta dar con la oficina correcta. Se estreso, y en el camino se habia hecho dos ampollas, pero ahora estaba todo resuelto. La entrevista estaba programada para el primer dia habil despues del Ano Nuevo. El tipo con el que se tenia que encontrar iba a convertir a Niclas Winter en un hombre riquisimo.
Se sirvio mas champan y lo bebio.
La ligera embriaguez le sento bien. Ademas, su trabajo estaba terminado. Si StatoilHydro dejaba pasar la oportunidad, habria otros compradores. Con el dinero que tendria ahora, podia aceptar el ofrecimiento de organizar una muestra en Nueva York para otono. Podria terminar con todo el trabajo extra sin sentido, que le robaba energia y vitalidad. Tambien dejaria las drogas. Y la bebida. Trabajaria las veinticuatro horas, sin preocupaciones.
Niclas Winter estaba casi feliz.
Le parecio oir un ruido. Un «clic» casi inaudible.
Se volvio a medias. La puerta tenia la llave puesta, y alli no habia nadie. Bebio un poco mas. Un gato en el tejado, quiza. Levanto la vista.
Alguien lo cogio por detras. No entendio nada cuando una mano y despues otra envolvieron su cara y le forzaron a abrir la boca. Cuando la aguja penetro en la mejilla izquierda le provoco mas sorpresa que miedo. La punta le rozo la lengua y el dolor que sintio cuando la jeringa se vacio sobre la delicada mucosa fue tan intenso que le hizo gritar. El hombre estaba todavia detras de el y le apresaba las manos. Un calor intenso se esparcio rapidamente desde su boca. Le costaba respirar. El extrano lo sostuvo mientras caia. Niclas Winter sonrio y trato de parpadear fuera del velo que se extendia como grasa sobre su mirada. No podia respirar. Sus pulmones no podian mas.
Apenas se dio cuenta de que le arremangaban la parte izquierda del jersey. La nueva inyeccion se cebo en la vena azul, en el lado interno del codo.
Era el 27 de diciembre de 2008, tres minutos despues de las once y media de la manana. Cuando Niclas Winter murio, a los treinta y dos anos y justo antes de su debut internacional como artista de exito, todavia sonreia por la sorpresa.
Ragnhild Vik Stubo se rio con entusiasmo. Inger Johanne le sonrio como respuesta, recogio todos los dados y los arrojo nuevamente.
– No eres muy buena jugando al Yatzy, mama.
– Desafortunada en el juego, afortunada en el amor, ya sabes. Eso me consuela.
Los dados cayeron mostrando dos unos, un tres, un cuatro y un cinco. Inger Johanne dudo un instante antes de dejar los unos y lanzar por ultima vez.
