rapidamente y bajo corriendo al cuarto de bano en el edificio exterior.

Al regresar entro en la cocina de puntillas y miro en el cuarto de servicio. La habitacion estaba vacia. Se quedo paralizada y sorprendida. Mientras regresaba a Estocolmo habia pensado con irritacion en la presencia de Patricia, creia que deseaba estar sola, pero estaba equivocada. La ausencia del peluche negro sobre la almohada la lleno de anoranza, no le gustaba esta sensacion.

Inquieta, se dio una vuelta por el apartamento, entrando y saliendo de las habitaciones, hizo cafe pero no pudo beberselo. Tiro la ropa humeda formando un monton en el suelo del salon, luego la colgo de las sillas y los pomos de las puertas. La habitacion se lleno de un olor a humedad mohosa, abrio una ventana.

?Y ahora que?, penso.

?De que voy a vivir?

?Que voy a hacer con mi vida?

Se hundio de nuevo en el sofa, el cansancio dio paso a la angustia que se comprimio como en una bola justo debajo del esternon, le resultaba dificil respirar. Las cortinas de la ventana abierta se elevaban dentro de la habitacion, ondeaban, respiraban y volvian a hundirse. Annika vio que el suelo frente a la ventana estaba mojado, se levanto para secarlo.

Es solo una casa que van a remozar, penso de pronto. No importa. No tiene sentido. A nadie le importa que se estropee el suelo. ?Para que molestarse?

Sin pretenderlo, establecio un paralelismo entre el abandono de la casa y su vida que la lleno subitamente de oceanos de autocompasion. Se dejo caer de nuevo en el sofa, puso sobre sus rodillas la barbilla, se acuno y lloro. Los brazos se le anquilosaron al sujetarse las piernas convulsivamente.

Todo se ha terminado, penso. ?Adonde puedo ir? ?Quien me puede ayudar ahora?

La certeza cristalina se apodero de ella.

La abuela.

Marco el numero, cerro los ojos y rogo para que estuviese en casa y no en Lyckebo.

– Sofia Hallstrom -contesto la anciana.

– ?Oh, abuela!

Annika lloro.

– Pero, pequena, ?que ha ocurrido?

La mujer se asusto, entonces Annika se obligo a contener el llanto.

– Me siento tan sola y miserable… -repuso.

La abuela suspiro.

– Asi es la vida. A veces es una lucha. Lo importante es no abandonar, ?has oido?

– ?Que sentido tiene todo esto? -pregunto Annika, con las lagrimas colgandole de los labios.

La voz de la anciana sonaba algo cansada.

– La soledad es dura -respondio-. El hombre no puede vivir sin su rebano. Has sido expulsada del grupo social al que deseabas pertenecer, te parece que pendes de un hilo. No es tan extrano, Annika. Lo raro seria que te sintieras bien. Permitete sentirte mal y cuidate.

Annika se seco la cara con el dorso de la mano.

– Solo deseo morirme -dijo ella.

– Te entiendo -repuso la abuela-, pero no te vas a morir. Tienes que vivir para poder enterrarme cuando me llegue el dia.

– ?Que cono dices? -exclamo Annika en el auricular-. ?Estas loca? ?Tu no puedes morirte!

La mujer rio levemente.

– No, no estoy loca, pero todos nos tenemos que morir. Tienes que cuidarte y no hacer nada precipitado, amiguita. Tranquilizate y deja que el dolor se apodere de ti. Puedes escapar de el durante un tiempo pero al final siempre acaba alcanzandote. Deja que te arrope, sientelo, vive en el. No moriras. Sobreviviras, y cuando llegues al otro lado seras mas fuerte, mayor y mas sabia.

Annika esbozo una sonrisa.

– Como tu, abuela.

La mujer rio.

– Tomate una taza de chocolate con leche, Annika. Acurrucate en una esquina del sofa y mira una de esas series de television, yo suelo hacerlo cuando me siento mal. Ponte una manta sobre las piernas, tienes que estar caliente y a gusto. Ya veras como todo se arregla.

– Gracias, abuela -murmuro Annika.

Permanecieron en silencio durante un momento, Annika comprendio lo egoista que era.

– ?Como va todo por tu casita? -pregunto subitamente.

La abuela suspiro.

– Bien, aqui ha llovido desde que te fuiste, he venido al pueblo a comprar y lavar algo de ropa, me has encontrado de casualidad.

Dios existe, penso Annika.

– He hablado con Ingegerd, han estado muy ocupados en Harpsund -informo la abuela con un tono de voz chismoso.

Annika sonrio.

– ?Como va la cura de adelgazamiento del primer ministro?

– Nada bien, ha sido aplazada por tiempo indefinido. Pero alli ha estado otro que ha comido aun menos.

Los chismes de la abuela con la nueva ama de llaves de Harpsund no le interesaban en absoluto, pero pregunto educadamente.

– Si, ?quien?

– Ese ministro que dimitio, Christer Lundgren. Llego un dia antes de que todo se hiciera publico y se quedo una semana. Todos los periodistas le buscaron, pero nadie lo encontro.

Annika se rio.

– ?Vaya! ?Estabas en el centro de los acontecimientos!

Rieron juntas, la bola en el pecho de Annika se deshizo lentamente y se esfumo.

– Gracias, abuela -dijo con un hilo de voz.

– Ven a verme si te sientes mal. Whiskas te echa de menos.

– No lo creo -repuso Annika-, de la forma en que lo mimas. ?Dale un besito de mi parte!

El calor del carino de la abuela permanecio despues de colgar, sin embargo, las lagrimas volvieron a brotar. Tristes pero no desesperadas, a borbotones pero, no obstante, ligeras.

Cuando el telefono sono, la aguda senal la hizo sobresaltarse.

– Vaya, ya has regresado. ?Joder has estado mucho tiempo fuera! ?Que tal?

Annika se seco la cara con el dorso de la mano.

– Bien, muy bien. Turquia es maravillosa.

– Te creo -replico Anne Snapphane-. Quiza deberia ir. ?Como esta la sanidad?

Annika no pudo contenerse, se echo a reir antes de poder pensar. Anne Snapphane la llamaba a pesar de todo lo ocurrido.

– Tienen clinicas especiales para los hipocondriacos -informo Annika-. Tomografia de desayuno, Prozac con el cafe y antibioticos con el almuerzo.

– No suena mal, ?cuales son los niveles de gas radon de los edificios? ?Y donde estuviste?

Annika volvio a reir.

– En un gueto turistico a medio construir a veinte kilometros de Antalya -contesto-, lleno de alemanes. Luego me fui a Estambul y vivi en casa de una mujer que conoci en el autobus, trabaje durante una semana en su hotel. Luego estuve en Ankara, es mucho mas moderna…

Un suave cosquilleo se extendio por todo su cuerpo e hizo que sus piernas se suavizaran y relajaran.

– ?Y alli donde viviste?

– Llegue tarde, por la noche, la estacion de autobuses estaba bastante revuelta. Me meti en el primer taxi que vi y dije «Hotel International». Habia un hotel con ese nombre, los empleados eran simpatiquisimos.

– ?Y dormiste en una suite aunque solo pagaste el precio de una habitacion sencilla? -pregunto Anne Snapphane.

Annika se sorprendio.

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