Es caro, penso, y recordo los chismorreos sobre los vuelos privados del primer ministro. El alquiler hay que abonarlo, y ella no creia que el propio Christer Lundgren pagara el gasto. Esto atentaba contra su forma de ser.
Levanto la vista y miro a traves de la ventana de trabajo de Hasse Snapphane. A la izquierda se vislumbraba una casa del tipo mas frecuente en Pitea, roja estilo Alby de 1975. Enfrente, al otro lado de la calle, otra casa mas grande de un piso y buhardilla de ladrillo blanco, con frontones marrones barnizados en el piso superior, y mas a lo lejos un bosquecillo.
Tiene que haber una factura de viaje en alguna parte, penso. No importa como regresara a casa el ministro de Comercio Exterior, tiene que haberle pasado la factura a algun ministerio o a alguna administracion.
Se dio cuenta de que ni siquiera sabia de que ministerio dependia administrativamente el Ministerio de Comercio Exterior.
Entro en la habitacion de Anne y la desperto.
– He de volver a Estocolmo -anuncio Annika-. Tengo mucho que hacer.
Fue directamente desde la Cityterminalen al edificio del Ministerio de Asuntos Exteriores en la plaza de Gustav Adolf. El edificio, de un rosa amarillo, estaba rodeado de coches oscuros relucientes, se veian hombres que parecian importantes con miradas atentas y jubilados con camaras de bolsillo. La muchedumbre le puso nerviosa, se dirigio insegura hacia la entrada. Un gran automovil con una estilizada corona real como ridicula matricula, bloqueaba la entrada. Al pasarlo, un guardia de seguridad extremadamente obeso con uniforme verde oliva le bloqueo el camino a Annika.
– ?Adonde vas?
– A entrar -respondio Annika.
– Ahora esta lleno de periodistas -informo el guardia.
?Joder, cono!, penso Annika.
– Pero voy al registro.
– Entonces tendras que esperar -replico el hombre y cruzo las manos autoritariamente sobre sus genitales.
Annika no se movio.
– ?Por que?
El guardia la miro fijamente.
– Tenemos visita oficial, el presidente de Sudafrica esta aqui.
– ?Ah, cono! -exclamo Annika y se dio cuenta de lo alejada que habia estado de las noticias.
– Vuelve despues de las 15.00 -apunto el.
Annika dio media vuelta y se marcho hacia Norrbro. Miro el reloj, quedaba mas de una hora. Ceso de llover y se decidio a dar un rapido paseo por Soder. En Turquia se habia entrenado regularmente y sentia la necesidad de apoderarse de nuevo de su cuerpo, con el consiguiente bienestar. Ahora camino con rapidez y energia a traves de Gamla stan hacia las escaleras de alrededor de la plaza de Mosebacke. Con el bolso colgado en diagonal sobre el pecho se apresuro a subir y bajar las escaleras hasta que el pulso se le desboco y el sudor comenzo a resbalarle. Se detuvo en lo alto de Klevgrand y contemplo Estocolmo, los pequenos callejones que cortaban las fachadas de Skeppsbron, el casco blanco del af Chapman reluciendo en el agua, la montana rusa azul claro de Grona Lund apoyada contra el follaje como una nueva rama enmaranada.
Tengo que encontrar alguna manera de quedarme aqui, penso.
A las tres menos cinco habian desaparecido todos los coches frente al palacio Arvfurstens.
– Quisiera saber como hacen los ministros cuando viajan -le dijo Annika educadamente a la senora de AA. EE. tras el mostrador. Sintio de pronto una gota de sudor correr por su nariz y se la seco rapidamente.
La dama arqueo ligeramente las cejas.
– Bien -dijo algo afectada-. ?Y quien pregunta?
Annika sonrio.
– No estoy obligada a identificarme. Usted ni siquiera tiene derecho a pedirme que lo haga. Sin embargo, esta obligada a responder a mis preguntas.
La dama se quedo de piedra.
– ?Cual es el procedimiento cuando un ministro se va de viaje? -pregunto Annika suavemente.
La voz de la senora habia adquirido un tono gelido.
– La secretaria del ministro reserva el viaje a traves de la agencia que en aquel momento trabaje para el Gobierno, siguiendo un procedimiento publico de subasta. Nyman & Schultz son los encargados actualmente.
– ?Tienen los ministros su propio presupuesto de viajes?
La dama suspiro en silencio.
– Si, claro.
– Bueno. Entonces deseo hacer una solicitud para ver documentos publicos. Una factura que el anterior ministro de Comercio Exterior Christer Lundgren redacto el 28 de julio del ano en curso.
La dama del AA. EE. apenas pudo ocultar su satisfaccion.
– No, no puedo hacerlo -replico.
– No -repuso Annika-. ?Por que no?
– El ministro de Comercio Exterior, desde el punto de vista administrativo, se encuentra bajo el Ministerio de Industria y no del de AA. EE., como venia siendo habitual hasta la designacion del primer ministro actual -apunto ella-. Este traslado las funciones para la promocion de la exportacion de AA. EE. al Ministerio de Industria, en cambio, AA. EE. se ocupa de las cuestiones de asilo e inmigracion.
Annika parpadeo.
– ?Entonces el ministro de Comercio Exterior no envia ningun recibo aqui?
– No, ninguno -contesto la dama.
– ?Tampoco los gastos de representacion u otras facturas?
– No, nada de nada.
Annika se quedo perpleja. El presentador de
– ?Donde esta el Ministerio de Industria?
Subio pasando de largo el Medelhavsmuseet, hasta Fredsgatan 8.
– Una factura de viaje y un recibo de representacion del 28 de julio de este ano -dijo Annika-. ?Tardara mucho?
La encargada era una mujer amable y eficiente.
– No, esto va muy rapido. Regresa dentro de una hora y lo tendremos listo. Pero no tardes mucho mas, luego cerramos…
Se fue a Drottninsgatan y se dio una vuelta. Lloviznaba, las nubes negras detras del parlamento presagiaban mas lluvia por la noche. Se paseo sin interes y observo las ofertas de musica, posters y ropa barata. Todo estaba lejos de su alcance, estaba arruinada. El impulsivo viaje en avion a Lulea se habia comido sus ultimas quinientas coronas.
Anne Snapphane se habia enfadado un poco cuando ella quiso volver a casa de inmediato.
– Olvidate de ese ministro de los cojones -le habia dicho-. Deja que se pudra en paz.
Annika se habia sentido algo embarazada, pero insistio.
– Tengo que hacerlo -habia contestado-. Quiero saber lo que ocurrio.
Camino por la calle peatonal hasta Klarabergsgatan. Entro en un horrible cafe americano arriba en la plaza, pidio un vaso de agua con hielo en la caja. Querian cinco coronas por un vaso de agua del grifo, Annika se trago una respuesta hiriente y rebusco en el bolsillo de su abrigo. La lluvia arrecio, valia la pena gastarse cinco coronas en lugar de empaparse.
Se sento en la barra y miro a su alrededor. El cafe estaba lleno de jovenes vestidos a la moda con tazas de cappucino y espresso. Annika bebio un trago de agua y mastico un trozo de hielo.
Hasta ahora se habia negado a pensar, pero ya era inevitable. Tenia un mes de carencia en el paro por haber