– Hubieras podido volver a dejarla en el cajon del mueble de la entrada -apunto Alice, y anadio, como pensando en voz alta-, pero supongo que el gesto no te habria reportado aquel agradecimiento que andabas buscando.

– Cierto. Y por otra parte no queria que los Lockwood se quedaran con ella, en caso de que no pudiera llegar a su destino. Pero los acontecimientos me cogieron desprevenido. La tragedia que supuso el suicidio de Barbara tuvo, para mi, consecuencias inesperadas. El senor Lillicrap vino de Frome en un taxi para recogerme y tuve que coger tan precipitadamente mis cosas que por poco me dejo olvidada el arma. En el ultimo minuto la cogi de la comoda, la envolvi en una camisa y la sepulte en el fondo de mi maleta.

Despues le mostre mis manos extendidas, como invitando a Alice a imaginar el resto. Creia haber disipado algunas de sus sospechas mas tenaces.

Pese a todo, la chica seguia con el rostro enfurrunado.

– ?Que ocurrio cuando, pasado un ano, se presento la policia en tu casa de Londres para interrogarte? ?No les hablaste del arma?

– No me preguntaron nada al respecto.

– Seguro que llego un momento en que te percataste de la importancia que tenia.

– Si.

– ?Tenias miedo de hablar?

– Por supuesto que si -admiti-. Pero no era esta la razon. Queria que Duke resultara absuelto, pese a considerarlo culpable. No iba a presentar el arma del crimen al tribunal…

– Asi que te quedaste con ella…

– En mi cuarto habia una tabla del maderamen del pavimento que estaba suelta. Alli la meti, junto con No hay orquideas para Miss Blandish y unos cuantos secretos mas de mi etapa preadolescente.

Alice, clavando los ojos en el arma, me pregunto con aire pensativo:

– ?Estas seguro de que esta es el arma del crimen?

– Fue la unica pistola automatica militar calibre 45, perteneciente al ejercito de los Estados Unidos, encontrada en el lugar del crimen.

El sarcasmo paso rozandole, pero sin afectarla.

– ?Estaba cargada cuando la encontraste?

– Permanecio cargada hasta que me la lleve a casa y supe que habia que hacer para descargarla. En la recamara habia cinco balas, del mismo tipo de la disparada en el granero.

– Las he visto en la caja -dijo ella.

– No hay nada mas que decir -dije con aire terminante, levantandome de la mesa-. No puedo anadir nada mas.

Estaba plenamente decidido a ensenarle donde estaba la puerta. Aquella incursion en mis recuerdos, practicamente dormidos, habia constituido una penosa actividad. Lo que yo ahora deseaba era que mi mente volviese al presente, que se trasladase al escenario de un domingo tranquilo; los periodicos, un paseo hasta el bar para tomar un par de cervezas a la hora de comer, tal vez mas tarde una lectura mas seria. Habia que preparar las clases de la proxima semana y era muy probable que, a ultima hora, acabase telefoneando a Val, cuando hubiese terminado su jornada de trabajo, para tratar de apaciguar aquellos malos vientos que se habian desatado entre nosotros.

Pero Alice permanecio en su puesto, al tiempo que, con el dedo, trazaba un circulo alrededor del arma. No se por que me habia figurado que iba a ser facil sacarmela de encima.

Anduve cojeando de un lado a otro de la cocina, ordenando las cosas, reflexionando acerca de la mejor forma de indicarle la puerta de salida. Me daba en la nariz que, aun arrancandola de la silla y sacandola de la cocina a rastras, agarrada por la trenza, no habria captado la indirecta.

– ?Quieres que te lleve a la estacion? -le pregunte.

No recuerdo que respondio, si es que respondio alguna cosa, porque me distrajo algo que acababa de ver a traves de la ventana: un Ford Anglia rojo que iba avanzando lentamente prado arriba y que se detuvo delante mismo de la puerta de mi casa. Dentro de el habia dos hombres que asomaban la cabeza por la ventana con un cierto titubeo, como si estuviesen comprobando la direccion. Despues se abrio la puerta del conductor y salio por ella la figura de un hombre corpulento vestido con un impermeable azul y un sombrero de fieltro de los que se adornan con una pluma a un lado. El hombre observo la casa y, como obedeciendo a una decision, se dirigio resueltamente a la puerta de entrada.

La idea de pasar un domingo tranquilo habia hecho aguas definitivamente.

9

Visto de cerca, todavia era mas corpulento. Los rasgos de su rostro quedaban desdibujados por los pliegues formados por las ronchas de carne. Por cejas, mechones de pelos descoloridos. Y, como es frecuente en los hombres gordos, la voz constituia el factor compensador, porque era tan dulce como un pastel de boda, sonora y llena de confianza, con una leve sombra de mofa que parecia dirigida contra su propia persona.

– ?Que sitio tan sano para vivir en el, senor mio!

Y, acompanando estas palabras, la subita revelacion de una calvicie debajo del sombrero.

– Soy Digby Watmore, del News on Sunday y, avanzandome a lo que usted pueda decir, no estoy sorprendido de que usted no haya leido nunca tan ofensivo periodicucho.

– Supongo que se equivoca -dije, al tiempo que negaba con la cabeza.

Las arrugas de su rostro formaban un dibujo que revelaba una preocupacion, en realidad excesiva.

– Errores a porrillo, senor, soy el primero en admitirlo, aunque achacables mas a los tipografos que a los reporteros. Me tortura pensar como mutilan mis creaciones y eso que yo hablo como un hombre capaz de diarrea verbal sin ayuda de diccionario.

Con aire solemne, espero a que yo reaccionara, sus ojos diminutos y opacos fijos en los mios.

– Hagame un favor, ?quiere? Pruebe otra cosa -dije, tratando de mostrarme tolerante.

No se inmuto y, mirando mas alla de mi persona, volvio a levantar el sombrero.

– ?Que oportuna! La atractiva senorita Ashenfelter de Waterbury, Connecticut. Digame, encanto, ?es el?

– El mismo -confirmo Alice avanzando un paso y deslizando la mano en mi brazo-. Por fin he conseguido localizarlo.

Digby Watmore, despues de felicitarla cordialmente, dejo resbalar su mirada sobre mi de manera apreciativa.

– ?Vaya! El refugiado convertido en un hombre. ?Encantador! ?Una historia de gran interes humano!

Habiendo conseguido desasirme de la mano de Alice, dije con firmeza:

– Por lo que a mi respecta, aqui no hay historia de ningun tipo. Ignoro quien ha preparado todo esto, pero quiero que ahora mismo saque los pies de esta casa.

Con aire conciliador, levanto una mano.

– ?Tranquilo, amigo! La direccion de su casa no figurara para nada. Ni siquiera necesito que haga ninguna declaracion…

– Tampoco la obtendria.

– Lo unico que quiero es una foto suya de medio cuerpo, al lado de Miss Ashenfelter. Mi fotografo esta esperando en el coche.

– ?Larguese!

Pero el hombre, como si no hubiera oido nada, no se movio de su sitio.

Entonces intervino Alice:

– Digby, ?le importa si tengo unas palabritas en privado con el doctor Sinclair?

El hombre dio un cabezazo.

– Me da la impresion de que seria lo mas oportuno. Entretanto, hablare con el fotografo.

Y dando una amplia vuelta, se retiro.

Asi que se cerro la puerta, Alice me espeto:

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