Habia vuelto a entrar en una de sus fases especulativas.

– Seguramente sentian simpatia por mi padre. Despues de todo, Morton habia violado a su hija. Es probable que mantuvieran silencio para no perjudicarlo.

– Es muy posible.

– Cuando aparecio el craneo seguramente el granjero Lockwood tambien se hizo sospechoso.

– Si.

– Pero las sospechas se trasladaron despues a mi padre.

Se quedo estudiandome atentamente a traves de las gafas.

– Te costaria menos de aceptar si lo llamases simplemente Duke -le sugeri con delicadeza.

Pero ella me contesto con viveza:

– Yo lo llamo como me da la gana. No me averguenza llamarlo padre.

No tuve ninguna reaccion.

Pero Alice no habia terminado.

– Estabamos hablando de los Lockwood. Estaban enterados de que Barbara habia sido violada, ?no es verdad? Lo supieron cuando tu se lo dijiste y, ademas, la vieron despues en el lamentable estado en que habia quedado.

Asenti con la cabeza.

– Y en cambio no llamaron a la policia.

– A lo que se ve, no.

– ?Y por que no? Por el amor de Dios, Theo, este acto es un dento criminal.

Vacile. A decir verdad, era un punto que no me habia parado nunca a considerar. Ella me forzaba a reflexionar.

– Hay una gran cantidad de violaciones que no se denuncian. A lo mejor pensaron que era una consideracion a Barbara el hecho de ahorrarle los examenes medicos y los interrogatorios.

– Quiza -dijo, mientras apartaba el plato a un lado-. Pero puede haber otra explicacion, ?no te parece? Que supieran que Cliff Morton estaba muerto.

11

Una lluvia torrencial sobre el capo de un MG descapotable es razon disuasoria suficiente para cortar cualquier conversacion. Se desencadeno despues de comer y no paro durante todo el trayecto hasta Christian Gifford. Dadas las condiciones, no me fue posible encontrar el pueblo sin hacer una falsa maniobra y, aun entonces, tuve que resolver el problema de localizar el prado que conducia a la granja. Yo habia esperado servirme del edificio de la escuela o de la tienda de la senorita Mumford para orientarme, pero tanto uno como la otra habian desaparecido. Una hilera de nuevas casas, construidas con ese material excesivamente regular, de color ocre, que se hace pasar por piedra de Bath, dominaba ahora el centro del pueblo. Al final de la mencionada hilera de casas habia una tienda llamada Quickserve, con un monton de cestas de alambre, dispuestas en la calle.

El pub de enfrente, El Alegre Jardinero, aparentemente no habia cambiado, si bien en 1943, como nino de nueve anos que era yo entonces, no me habia fijado demasiado en el establecimiento. Todo lo que recordaba era que la amiga de Barbara, Sally Shoesmith, era la hija del tabernero. Pare el coche en la puerta y baje para recoger algunas informaciones. En el dintel ya no figuraba el nombre de Shoesmith.

La camarera, simpatica por el solo hecho de que me llamo «guapo», salio cortesmente a la puerta para indicarme el camino. No le pregunte si los Lockwood seguian siendo los propietarios de la granja. No sentia grandes deseos de volver a reunirme con ellos.

Cuando empezamos nuestro camino prado arriba, pude comprobar que aquella parte tambien era diferente. Donde antes me parecia recordar una huerta de manzanos, ahora habia tres grandes invernaderos. Por encima del seto vivo que teniamos enfrente se elevaba un silo resplandeciente. No habia ningun arbol.

Aminore la marcha y volvi la cabeza a un lado.

– ?Seguro que es aqui? -pregunto Alice.

– Nada seguro -admiti, mientras metia el coche por un camino embarrado en el que los tractores habian grabado profundos surcos-, lo que pasa es que no veo nada mas.

La verdad es que no fue exactamente como Retorno a Brideshead, pero si que senti como un hormigueo en la base del cuello cuando, en el parabrisas humedo, aparecio un grupo de edificios de piedra. Eran mas pequenos que los que componian la imagen guardada en mi imaginacion, pero tambien mas solidos; la granja, maciza, construida con grises ladrillos, el almacen de la sidra al lado, el cobertizo con el tejado de cinc que se prolongaba hasta mas alla de los limites del huerto, la estructura abierta en la que se estacionaban los vehiculos de la granja, el granero grande frente a la casa y, solitario, el granero pequeno, de siniestra memoria.

– ?Lo hemos encontrado? -pregunto Alice con un suspiro dramatico.

Pronuncie en un murmullo una palabra afirmativa y, atravesando la era empedrada, avance hasta situarme al lado de un tractor.

Alice, encorvada, se retorcia las manos:

– Estoy muy nerviosa.

– ?Has cambiado de parecer?

– ?Estas de guasa?

Abrio la portezuela del coche y bajo.

Nadie salio a preguntar que queriamos. Nos quedamos en medio de la era mientras la lluvia caia con fuerza sobre nosotros. Con el baston, le indique el edificio color de miel, adosado a la granja.

– La casa de la sidra. ?Quieres entrar?

– Pues, ?claro!

Hubiera debido de imaginarme que Gifford Farm habia dejado de producir sidra en 1945. En los bares de la localidad todavia se hacian chistes macabros sobre los tiempos en que se podia beber sidra con cabeza incluida.

La maquinaria utilizada para su elaboracion habia desaparecido y el edificio se habia convertido en deposito para el forraje de los animales, cuyo olor acre detuvo al momento nuestros pasos. Nos quedamos ante la puerta abierta.

– Este solia ser el lugar de reunion -informe, nostalgico, a Alice, como si me hubiera pasado la vida trabajando en aquel sitio-. En un dia como hoy, todos habriamos estado aqui reunidos, lamentandonos por causa del tiempo. Los domingos por la manana esto parecia un pub y se llenaba de vecinos que venian a buscar una pinta de sidra.

– ?Vino mi padre aqui alguna vez? -pregunto Alice.

– Solia aparcar el coche aqui mismo, exactamente en el lugar donde nos encontramos.

Se mordio los labios y se aparto.

– ?Quieres ensenarme el granero donde ocurrio?

Le indique con el dedo el pequeno edificio gris, apartado del resto de edificaciones.

– ?Seguro que podras soportarlo?

– Vamos a probarlo.

Cogiendome de la mano que tenia libre, empezamos a caminar entre los charcos. Necesitaba calor humano, al igual que yo.

En la era, la lluvia amortiguaba los olores de la granja pero cuando abri la puerta del granero, me recibio el dulce olor del heno, profundamente evocador. Aquel sitio seguia siendo utilizado con la misma finalidad de otros tiempos y el ambiente seco que tan bien conocia penetro a traves de mi nariz y de mi garganta.

Reprimiendo mis emociones, dije a Alice:

– Esta exactamente como lo recuerdo: el perfume, la distribucion de las balas, todo…

– Esta mas oscuro de lo que yo me figuraba.

– En seguida lo arreglamos.

Le solte la mano y saque el Ronson.

Вы читаете Sidra Sangrienta
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату
×