momento no me habia dado cuenta de que estabamos calados hasta los huesos. Alice tenia el cabello tan empapado que nadie habria dicho que era rubia.

Parpadeo. Quiza las gotas que resbalaban por sus mejillas eran del agua de lluvia que se habia escurrido de sus cabellos, pero no estoy seguro. Tenia las comisuras de los ojos y de la boca fruncidas por la preocupacion, como si quisiera pronunciar una palabra que se le resistia. Era evidente que estaba muy impresionada.

Por mi parte, tampoco yo era la imagen de la serenidad. En mi vida me habia encontrado con una mujer que desencadenara en mi emociones tan contradictorias.

Le cogi la mano. Estaba helada, seguramente tanto por el susto que habia pasado como por el frio. Con voz autoritaria, pero suave, le dije:

– En el pub hay un fuego de troncos, donde podras secarte.

Aunque casi era la hora de cerrar y la camarera estaba terminando de recoger los servicios, se mostro verdaderamente complacida al vernos entrar. No creo que tuviera demasiado trabajo, puesto que su clientela consistia en dos viejos inmoviles, sentados en sendos taburetes, a uno y otro extremo de la barra. Sin consultar con Alice, pedi dos brandies dobles y los lleve junto a la chimenea. La camarera -?he dicho que era una mujer de unos treinta anos, guapa y morena?- siguio mis pasos, nos regano carinosamente por llevar la ropa empapada y removio los troncos con el atizador para que despidieran un poco mas de calor. Quiso saber si habiamos dado con la granja. Yo le di las gracias por sus indicaciones pero, si esperaba que nos librasemos a una serie de habladurias acerca de los Lockwood, sus esperanzas se vieron frustradas. Le pedi, en cambio, que nos diera una toalla para que Alice pudiera secarse el cabello.

Habria mucho que decir sobre las llamas y el carbon de lena. Aquella era una chimenea ancha, de piedra, con sus cadenas de hierro de las que colgaba un puchero, un par de fuelles cubiertos de polvo y un hogar pavimentado. Nos desplomamos, agradecidos, sobre un sofa tapizado de piel, cubierto de aranazos y ocupado por dos gatos, de pelaje blanco y negro. Alice se quito las gafas, se destrenzo el cabello e inclino el cuerpo hacia las llamas, dejando que su humeda cabellera recibiese el beneficio del calor.

Cuando regreso la camarera con la toalla, me recomendo, con un guino, que tratara bien a la senorita. Despues de aquello habria sido una groseria pasar la toalla a Alice, por lo que me aplique sin rechistar a la tarea de restablecer gradualmente la suavidad a su cabello.

Despues, con ayuda de un peine, Alice se entrego a la silenciosa tarea de desenredarse el pelo. Yo me quede sentado, saboreando el brandy a pequenos sorbos y diciendole aquellas frases razonables que habia ensayado previamente, mientras le secaba el pelo con la toalla.

– ?No te parece que estas apartandote de la cuestion? ?Crees que vale la pena ocuparse de Harry? ?Que importancia tiene en el caso?

Alice dejo de peinarse y bajo los parpados de una manera que me obligo a pensar que ojala no hubiera hablado tan a la ligera. La estaba tratando como a una alumna de segundo ano que se hubiera equivocado en un examen sobre el sistema feudal. Sin las gafas y con la cabellera suelta sobre sus espaldas -teneis razon, mujeres, soy un machista empecinado- resultaba extraordinariamente atractiva.

Le aseste una nueva estocada:

– Alice, me doy cuenta de que vas a sufrir mucho hasta que veas un poco claro en lo que acabamos de escuchar. No quisiera presionarte, pero si puede serte de alguna ayuda hablar…

Levanto el rostro y dijo solamente:

– Por favor, Theo…

Atribuyalo al fuego que quemaba en el hogar, al brandy o a aquella confianza que dejaban traslucir sus ojos azules, pero si en aquella relacion nuestra hubo un momento en que prometio convertirse en algo mas, ese momento era el que vivimos entonces: la deseaba.

Se produjo como una laguna antes de conseguir dominar suficientemente mis emociones y poder decirle:

– De acuerdo. Vamos a comparar lo que sabemos acerca de Harry, el soldado americano, y de tu padrastro. Veamos si estamos hablando de la misma persona. Harry debia ser algo mayor que Duke, digamos que tenia unos veinticinco anos en 1943. Contaba con algunos anos mas de servicio y habia pasado a ser sargento, aunque despues perdio los galones por alguna cuestion de tipo disciplinario.

– Las edades corresponden -confirmo Alice-. Henry tenia veintinueve anos cuando se caso con mi madre.

– Bajo… alrededor de un metro sesenta y dos… corpulento, con el pelo castano claro, rizado.

– Creo que si -dijo ella con el ceno fruncido y un aire de maxima concentracion-. Dedos regordetes, manchados de nicotina, unas pequenas y comidas, como si crecieran para adentro…

– ?Exacto!

Habia presenciado como Harry se servia de aquellas manos repulsivas para desprender hojas y trocitos de ramaje del pelo de Sally.

– ?Debemos continuar?

Alice movio negativamente la cabeza.

– No necesito mas pruebas. Me doy cuenta de como ocurrieron las cosas. Harry es el companero de mi padre. Cuando Harry volvio a los Estados Unidos, fue a visitar a mi madre para saludarla y ofrecerle unas palabras de consuelo. Ella estaba con la moral por los suelos. Una viuda de veintidos anos con una nina que mantener. Ni siquiera podia decir que su marido habia muerto en el campo del honor, ni verse con otras viudas de guerra, ni cobrar una pension de viudedad. ?Es de extranar que se casara con Harry, como quien se agarra a un clavo ardiendo?

– ?Es de extranar que saliera mal?

Ella se quedo mirando fijamente las llamas.

– Me importa muy poco que fuera el companero de mi padre. Era un imbecil.

Pasado un momento, le pregunte:

– ?Cuando abandono Harry a tu madre?

– Yo tenia ocho anos. En 1952.

– Creo que me dijiste que habia vuelto a Inglaterra y que se habia casado por segunda vez.

Volvio hacia mi su rostro con los ojos abiertos y atonitos.

– Debio de volver aqui para buscar a Sally, su amor de guerra. Theo, ?crees que fue esto lo que ocurrio?

– Vamos a averiguarlo, si es que podemos.

Me volvi y mire hacia la barra. Uno de los viejos se habia ido.

– ?Algo mas, encanto? -pregunto la camarera.

Ninguno de los dos habia terminado el brandy.

– No, gracias, pero tal vez usted podria ayudarnos. ?Este pub, durante la guerra, era propiedad de un tal Shoesmith?

La camarera asintio con la cabeza.

– Creo que se fue alrededor de los anos cincuenta. ?Que ano fue la coronacion?

– ?Usted los conocia?

– Todo el mundo conocia a los Shoesmith. Eran del pueblo. Vivian aqui desde hacia generaciones.

– ?Ya no estan?

Se persigno y dijo:

– Criando malvas, mi vida. Me refiero a los padres, Sally, la hija, todavia colea, hasta cierto punto…

– ?Que quiere usted decir?

La camarera aparto la mirada.

– Rumores, tesoro, rumores. Sally se caso y vive en Bath.

– Eso hemos oido. Con un americano.

Era evidente que estaba contenta de hablar de otra persona.

– Ese no para un momento. Y atrevido, ademas. Aqui viene a menudo y se toma todo tipo de libertades. Aquellas manitas van locas, ?me entiende? Esta metido en negocios de antiguedades y le va a las mil maravillas: un Mercedes blanco, una casa en Royal Crescent… asi que puede pagarme un Martini cuando me ofende, y la verdad es que me ofende siempre.

Le devolvi la sonrisa.

– ?Recuerda en que ano se caso con Sally?

– El mismo en que la familia se deshizo del pub. Aquel verano hubo cantidad de fiestas. La coronacion, la

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