– Aparte de que hay otra cosa. Y en esto quien habla es un periodista escrupuloso; no hay que olvidar el aspecto internacional. Los soldados americanos nos ayudaron a ganar la guerra. ?Como les demostramos nuestra gratitud? El hecho no contribuiria demasiado a la alianza atlantica, ?no le parece? ?Es una patata caliente, de veras que lo es!

– Me esta diciendo que no conseguiriamos nada a traves de los canales oficiales.

En realidad era lo que yo estaba esperando que dijera.

– Nada, a no ser una confesion firmada por el asesino, serviria de nada.

Y tras vaciar de nuevo su vaso, anadio:

– Tenga en cuenta que no es mas que una opinion personal.

– En consecuencia, ?que me aconseja?

Digby se recosto en el asiento, exhibiendo al hacerlo una triple papada debajo de la barbilla y dijo:

– La unica manera de ganar esta jugada es una llamada directa a la puerta de los estamentos oficiales. No hay mas.

Haciendome el inocente, insisti:

– ?Como llevaria usted el caso?

– Pues a traves del periodico… siempre que contasemos con la prueba.

En voz baja, dije:

– Es posible que la pueda conseguir. Me refiero a pruebas reales, no a alocadas acusaciones.

Su boca se abrio de par en par y en sus ojos aparecio una mirada vidriosa. De pronto empezaba a cobrar forma para Digby Watmore la noticia de su vida.

– ?Necesita que yo le preste alguna ayuda?

– No.

– Para manejar este asunto, nos bastamos usted y yo -dijo con el rostro como la grana-. Tal como estan las cosas, no hay ninguna necesidad de solicitar ayuda a los muchachos de Fleet Street. Estoy plenamente seguro de que podriamos llegar a un acuerdo. Y se que el acuerdo seria generoso.

– Esto, para mi, no tiene ninguna importancia.

– ?Que necesita, entonces?

– Tiempo. Simplemente dos o tres dias sin que la senorita Ashenfelter ande pegada a mi espalda como si fuera mi sombra.

– ?Me dara la exclusiva?

Le tendi la mano derecha.

Digby, con una sonrisa descomunal, se apodero de ella.

17

Lunes, diez de la manana.

Veintiseis alumnos de primer curso me contemplaban expectantes. En su programa figuraba, para esta hora, una conferencia sobre el Venerable Beda. Pero les aguardaba un desengano.

Fiel al convencimiento de que la sinceridad es la mejor politica que se puede adoptar, no dude en anunciar:

– Debo confesar que no he preparado la leccion y que, en lugar de pasar el fin de semana con Beda, lo he pasado con una rubia.

Mis palabras fueron acogidas con muestras de incredulidad y con la sonora manifestacion de que debia avergonzarme de decir tal cosa.

– La verdad es que estoy muy avergonzado -les dije-. Y para salvar mi buen nombre y mi buena fama les he traido unas cuantas diapositivas de las grandes catedrales y abadias de Europa. ?Quiere hacerme el favor de apagar las luces, senorita Hooper?

Gracias sean dadas a Dios por las grandes catedrales y abadias de Europa. Mi primera reaccion al levantarme por la manana a las ocho y media habia sido localizar la sal de frutas y el proyector de diapositivas, simplemente como elementos sustitutorios de una disertacion de una hora sobre el Venerable Beda.

Terminado este parentesis, procedi a hacer una llamada telefonica desde la sala de profesores, a la que respondio Sally Ashenfelter, la cual me recito su numero de telefono con una sobriedad edificante en extremo.

– Soy Theo Sinclair -le dije-. Estuve ayer en tu casa, ?me recuerdas?

La verdad es que yo estaba muy lejos de pensar que me recordara.

– Por supuesto que si. Eres el refugiado, ?verdad? Lamento mucho que mi marido no este en casa, amigo Sinclair.

– Bueno, la verdad es que con quien quiero hablar es contigo.

– ?Conmigo?

– El domingo no tuvimos ocasion de hablar demasiado y hay un par de cosas que me gustaria enormemente preguntarte.

– ?De veras?

– Te hablo desde la universidad, Sally Ashenfelter, es decir, un lugar publico. ?Que te parece si nos encontraramos en algun sitio?

Ya iba a decir «para tomar una copa» cuando el sonido de botellas de vodka vacias tintineo en mi cabeza poniendome en guardia.

– ?Quieres decir en Bath? -pregunto Sally.

– Si, en The Pump Room -dije, movido por un impulso-. Simplemente para tomar un cafe.

Titubeo un momento.

– ?En que dia estas pensando?

– ?Que te parece manana?

– Veamos… Como Harry estara fuera de casa todo el dia, es perfecto. Por la manana tiene que venir alguien a casa, pero puedo arreglarlo y posponer la visita.

Se quedo reflexionando un momento y dijo como si fuera la cosa mas natural de este mundo:

– ?Que te parece si tomamos una copa en Francis a la hora de comer?

Los alcoholicos son de lo mas astuto.

– Dificil -respondi-. Mejor un te en The Pump Room.

Se echo a reir.

– ?Bocadillos de pepino, orquesta y todo lo demas? De acuerdo. Pues que sea a las tres, antes de que el local este atestado.

– Reservare mesa -le prometi.

Pase la hora siguiente en la pequena biblioteca del departamento de historia guiado por el unico proposito de matar el tiempo.

A la hora de comer recogi todos mis libros, forme con ellos un monton ordenado, baje la escalera y, despues de atravesar dos puertas giratorias, me introduje en un exiguo despacho donde Pippa, una secretaria que nada tenia de exigua, recibia a los visitantes antes de que se dirigiesen al departamento de psicologia. Pippa era capaz de dejarte clavado en la pared de un resoplido.

– ?Quien esta de turno? -le pregunte-. ?El catedro?

Pippa movio negativamente la cabeza, pero al hacerlo, movio todavia mas otras partes de su cuerpo.

– Una conferencia en Liverpool.

– ?Y el doctor Ott?

– Acaba de terminar un seminario en el aula diecinueve.

Simon Ott levanto sorprendido la cabeza al entrar yo y encontrarlo rebobinando una cinta. Le pregunte si podia dedicarme unos minutos. No nos conociamos demasiado, pero esto, para mi, era mas bien un aliciente.

– Estoy tratando de aclarar ciertos hechos discutibles -le explique.

– ?Referentes a mi?

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