– Creo que ha hecho sonar la alarma al hablar de cuando sorprendio a la pareja. Mas tarde la chica se suicido. A lo mejor usted se atribuyo la culpa del hecho.

Le di las gracias y le asegure que aquella conversacion habia sido para mi francamente reveladora.

A la una y media sali para meterme en mi coche y, tras atravesar Whiteknights Park y enfilar Redlands Road, me dirigi al campus donde se levantaba el edificio de ladrillo rojo de la administracion y los laboratorios de ciencias.

Despues de aparcar en London Road, abri el portaequipajes y saque de el una cartera de cuero donde habia guardado el Colt 45 utilizado para asesinar a Cliff Morton. Atravese con el arma los claustros y entre en el laboratorio de fisica. Dentro no habia nadie. En el extremo opuesto estaban las dos salas preparatorias, donde tuve la suerte de encontrar al hombre que andaba buscando, Danny Leftwich, que en aquel momento estaba solo.

Dejando a un lado el cafe que estaba tomando, me saludo:

– ?Que hay, doctor Sinclair? ?Que es esta incursion en territorio ajeno?

– Nada, que he venido a correrme una juerga en los suburbios, Danny.

Seguian vigentes las polemicas en torno a lo anticuado de aquellas instalaciones, especialmente si se comparaban con el palacio, todo vidrio y cemento, levantado en Whiteknights. Personalmente, siempre que las visitaba anhelaba volver a London Road, con sus techos altos y su ventilacion, pero sabia que no era diplomatico decirlo.

Danny me ofrecio un cafe. Soliamos vernos para jugar partidas de bridge. Era el jefe tecnico de laboratorio del departamento de fisica, un hombre inteligente de unos treinta y pico de anos, versado en todos los aspectos de la ciencia matematica y en absoluto dispuesto a ganarse la vida desasnando estudiantes. En aquellos momentos estaba terminando aprisa y corriendo los crucigramas de The Times y The Telegraph antes de ir a comer, al tiempo que resolvia las necesidades tecnicas de profesores, catedraticos y estudiantes. Ademas de atender inmejorablemente los laboratorios de fisica, Danny todavia tenia tiempo de encargarse de las apuestas de todos los que cultivabamos la aficion a las carreras de caballos.

En esta ocasion, sin embargo, mi visita a Danny estaba motivaba por otro de sus campos de interes: el club de armas de fuego de la universidad. Gracias a un prometedor y misterioso acuerdo con el departamento de horticultura, que databa de 1961, se habia hecho con una extension de terreno en Sonning, asi como con los fondos suficientes del sindicato estudiantil para construir uno de los mejores campos de tiro universitarios del pais. Pese a que yo no pertenecia a dicho club, un domingo por la manana habia asistido a una competicion de tiro, que habia sido para mi una revelacion tanto en el aspecto de las instalaciones como en la manera como Danny dirigia el club.

Abri la cartera y saque de ella la pistola de Duke.

– ?Habia visto alguna vez una cosa como esta? -le pregunte.

– ?Un Colt automatico? Si me permite, doctor Sinclair -dijo, mientras avanzaba hacia mi la mano izquierda y yo depositaba en ella la pistola-. Siempre hay que coger un arma con la mano que no dispara.

Saco el cargador vacio y deslizo la tapa corrediza para hacer una inspeccion visual de la recamara.

– Lleva anos sin que nadie dispare con ella. Ahi dentro hay de todo. ?Quiere que se la limpie?

– Se lo agradeceria.

– No estaba enterado de que fuera aficionado a las armas, querido doctor.

– Por el estado del arma, esta claro que no lo soy. Es una reliquia, un recuerdo del pasado. Y por favor no me pregunte si tengo licencia.

– ?Que mas ha traido? -me pregunto al ver que yo seguia hurgando dentro de la cartera-. ?Vaya, municiones y todo!

Y mientras apuntaba a un cubo de arena que habia junto a la puerta dijo:

– ?Alli, pero mucho cuidado! ?Madre mia!, ?esto que es? ?Material de la segunda guerra mundial?

– Supongo que ya esta caducado…

– No creo que sirva.

– ?Quiere encargarse de tirarlo?

– Por supuesto que si.

– ?Cree que el arma estaria en condiciones de disparar con balas nuevas?

– Una vez limpia y engrasada, creo que si. Si quiere, la probare. La mayoria de nuestras pistolas son de pequeno calibre, pero me quedan unas cuantas cajas del 45. ?Ha disparado alguna vez con ella?

– Hace muchisimo tiempo, cuando todavia llevaba pantalones cortos. Necesitaba las dos manos para contrarrestar el retroceso.

Y tras un momento de vacilacion, anadi:

– ?Puedo estar presente cuando la pruebe?

– Si le apetece madrugar…

– ?A que hora?

– Tendra que estar en el campo de tiro a las ocho de la manana, el miercoles.

18

Al entrar en The Pump Room el trio de turno estaba tocando Call me Madam, pieza que considere de lo mas oportuno. El espacio de la sala cubierto por la alfombra, situado debajo de la arana de cristal, donde se servia el te, estaba enteramente ocupado por mujeres sesentonas y ensombreradas. Los escasos hombres, la mayoria de ellos aquejados de hipertension y vestidos con traje, ocupaban sillones junto a las ventanas y ojeaban los periodicos de la manana, sujetos por el borde con varillas de madera.

Desde los tiempos de Beau Nash, en The Pump Room venian observandose estrictamente las mismas formalidades. Habia que aguardar a que una senora con pendientes de perlas colgantes acompanara a uno hasta una silla Chippendale y le trajera la carta. Mi peticion de ser instalado en un lugar lo mas alejado posible de la orquesta fue acogida con frialdad y, al puntualizar que no pediria nada hasta que llegara la persona que estaba esperando, se me informo laconicamente de que era costumbre de la casa esperar a los acompanantes en la antesala. Di las gracias y anadi que, aunque estaba de acuerdo, habia dispuesto las cosas de otro modo.

En el gran reloj de pendulo eran las dos y cincuenta y cinco minutos. Sentia una gran tension. Sabia que la verdad con respecto a Barbara podia ser dificil de aceptar. «No habia secretos entre nosotras», habia dicho Sally el domingo, y yo me sentia dispuesto a creerla porque recordaba que, en aquellos lejanos dias de guerra, la habia observado innumerables veces enfrascada en conversacion con Barbara, las cabezas juntas, el tono de voz muy bajo, los ojos vigilantes para sorprender a cualquiera que tratase de escuchar.

Lo primero que preguntaria a Sally seria si Barbara y Duke se querian. Me importaba muy poco que Harry hubiera dicho: «Ni por asomo» y que hubiera estado a punto de estrangularme por el solo hecho de haberlo sugerido. Queria razones mas convincentes y me resistia a creer que me equivocaba en mis conjeturas a menos que Sally me persuadiese de ello.

Despues le haria la otra pregunta, en obsequio a Alice y a su teoria. Quiza Sally la considerase de mal gusto, pero yo se la haria igualmente porque nadie, a no ser ella, podia contestarmela. ?Cuales eran los sentimientos de Barbara por Cliff Morton? Todos cuantos lo habian conocido, lo habian tachado de irresponsable, de persona odiosa, lo cual me llenaba de perplejidad cuando imaginaba que Barbara pudiese preferirlo secretamente a Duke.

A no ser que Sally me confirmara que estaba equivocado, me negaba a creer que la escena que habia presenciado siendo nino en el desvan del granero fuera un acto amoroso.

Habia pasado una noche sumamente inquieta pensando en lo que habia dicho Simon Ott sobre los mecanismos de defensa, pero no habia llegado a ninguna conclusion. Si pudiesemos analizar de una manera totalmente desapasionada los momentos mas emotivos de nuestra infancia, los psiquiatras no se ganarian la vida tan bien como se la ganan. Nos aferramos irreductiblemente a las impresiones conservadas en nuestra mente, a veces pese a pruebas que nos demuestran lo contrario. Yo jamas habia puesto en entredicho lo que habia creido

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