De nuevo solto aquella risita odiosa, marcada por la locura, que a Sarah le llego hasta el alma.

– ?Que sabes? -volvio a preguntar, esta vez con mayor acritud-. Habla o…

– ?Vas a amenazarme? ?Despues de habermelo quitado todo?

– Tu tienes la culpa de lo que te ha ocurrido. Con tu ansia de riquezas y de poder, te has mezclado con gente de la que deberias haberte mantenido alejado.

– Igual que tu y tu padre -replico Laydon tranquilamente-. A pesar de todo lo sucedido, sigues sin comprender lo antigua y poderosa que es aquella organizacion y hasta donde llegan sus tentaculos… Incluso aqui, entre estos muros sombrios.

– ?Que quieres decir? -pregunto Sarah con cautela, remarcando cada silaba.

Mortimer Laydon la habia manipulado y enganado repetidamente. Y aunque se habia apoderado de el la locura, continuaba siendo peligroso…

– Tanto en Alejandria como en la busqueda del Libro de Thot, te cruzaste en su camino -respondio el burlonamente-, pero aun no te has dado cuenta de a quien te enfrentas realmente. Tal vez Gardiner se equivoco contigo y no eres ni con mucho tan brillante como siempre supuso…

Sarah se estremecio.

Oir pronunciar a Laydon el nombre de su padre desataba aun mas su ira. Intento en vano serenarse y convencerse de que aquello solo eran tonterias de un enfermo mental. Las palabras del asesino la agitaron y el veneno que aquel hombre esparcia como antano surtio efecto. Un miedo irracional se apodero subitamente de Sarah, quien se dijo que lo mejor seria abandonar aquel lugar lo mas deprisa posible.

Sin pronunciar una sola palabra a modo de saludo, se separo de la puerta de la celda, dio media vuelta y prosiguio el camino hacia el exterior en compania del guardia, seguida por los estupidos gritos de Laydon.

– ?Esto no ha acabado todavia! Volveremos a vernos, Sarah Kincaid - grito a sus espaldas, y enseguida se explayo en una carcajada histerica que reboto en el bajo techo abovedado y sono como el chillido de un mono.

Algunos de los presidiarios, sobre todo aquellos que ya llevaban suficiente tiempo en aquel infierno humedo y oscuro para haber perdido en gran parte la razon, se sumaron al griterio, y Sarah y su acompanante fueron embestidos por una oleada de carcajadas estridentes y arrastrados de vuelta al adusto patio interior.

Absorta en pensamientos sombrios, Sarah cruzo el patio y el portalon, y regreso al carruaje que sir Jeffrey habia puesto a su disposicion mientras durara su estancia en Londres. El cochero, un hombre corpulento al servicio de sir Jeffrey y que llevaba una levita demasiado estrecha, la ayudo a subir. Agotada, Sarah se dejo caer en el banco forrado de terciopelo oscuro y miro fuera ensimismada.

El carruaje arranco bruscamente y tanto los muros intimidantes de Newgate como los edificios colindantes desaparecieron tras la densa niebla, que tenia a Londres en sus garras y que no parecia dispuesta a disiparse nunca mas.

Capitulo 6

Diario personal de Sarah Kincaid

Mortimer Laydon.

La sola mencion de ese nombre me provoca escalofrios, pues me recuerda al mismo tiempo mis momentos mas sombrios y el mayor de mis errores: el terrible instante en que murio mi padre, abatido por el punal del asesino, y que yo, demasiado inexperta y ciega debido al dolor y a la pena, no supe reconocer al verdadero autor del crimen.

Aunque las palabras de Laydon me persiguen y sigo viendo sus rasgos demacrados y desfigurados por el odio y la locura, mis miedos y mis miserias me parecen insignificantes comparados con los de mi amado, en quien estos dias se concentra toda mi preocupacion. Me aferro a la esperanza de que los esfuerzos de sir Jeffrey tal vez sean coronados por el exito y que exista un modo de salvar a Kamal… Pero a medida que el tiempo pasa y el semblante de sir Jeffrey se vuelve mas cenudo, yo tambien me veo obligada a reconocer que humanamente no tenemos ninguna posibilidad.

Lo que necesitamos es un milagro…

Maifair, Londres, noche del 25 de septiembre de 1884

En el comedor remaba el silencio. Solo se oia el tictac del gran reloj de pared, cuyo pendulo oscilaba perezosamente, tomando nota con indiferencia del paso del tiempo. Al contrario que Sarah.

Le estaba muy agradecida a sir Jeffrey, no solo porque la habia acogido en su villa de Mayfair durante su estancia en Londres, sino tambien porque intentaba con todas sus fuerzas ser un buen abogado y tambien un amigo paternal. Sin embargo, habria preferido pasar las veladas aislada en su habitacion en vez de cenando en compania de sir Jeffrey. El consejero real habia renunciado al menos a invitar a amigos y colegas, como era usual en su circulo, para que Sarah no se viera obligada a mantener conversaciones banales mientras sus pensamientos vagaban por otros lugares. Pero, incluso asi, habria preferido la soledad de su habitacion. Habia tantas cosas que tenia que poner en claro, sentimientos y sensaciones a los que debia sobreponerse.

– ?Algun problema con el rosbif? -pregunto preocupado sir Jeffrey, que estaba sentado al otro extremo de la larga mesa y se habia dado cuenta de que el tenedor de plata de Sarah hurgaba sin proposito alguno en la comida y muy raramente trasladaba un mordisco a su boca. Naturalmente, la carne estaba impecable y tenia aquel color rosa que prometia un verdadero manjar a los entendidos, pero como buen caballero que era intentaba tenderle un puente.

– No, sir Jeffrey -replico Sarah meneando la cabeza-. El rosbif esta delicioso. El problema es que no tengo hambre.

– Es comprensible, querida. Sin embargo, deberia comer algo. Obliguese si es necesario. Nos esperan dias agotadores, o semanas.

– Lo se, sir Jeffrey, lo se -aseguro Sarah mirando fijamente su plato.

– Por favor, creame si le digo que hare todo lo humanamente posible por conseguir que a Kamal le impongan la minima pena posible. Los conocimientos que he acumulado durante mi larga vida de abogado estan a su disposicion, Sarah; y eso sin contar con que la camara del Temple Bar le proporcionara todo el apoyo imaginable.

– Eso lo tengo claro, sir Jeffrey -aseguro Sarah, esbozando una sonrisa-, y le ruego que no piense que no aprecio sus esfuerzos. Es solo que…

– ?Laydon, verdad?

La pregunta de sir Jeffrey fue tan directa que Sarah levanto la vista espantada. Una vez mas, le basto con oir aquel nombre para estremecerse.

– Ese miserable tunante -maldijo sir Jeffrey-. Que haya tenido que encontrarselo…

En un primer momento, Sarah iba a contradecirlo y a asegurar lo que habia escrito en su diario: que reprimia todo pensamiento sobre Laydon y concentraba toda su preocupacion en Kamal.

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