confianza. No obstante, Oppenheim se agarro sin dudarlo a los largueros y trepo agilmente.

Sarah y Gustav intercambiaron una mirada. Ruborizado y con un carraspeo timido, el muchacho le dio a entender que no pretendia en absoluto abrirse paso a codazos, pero, naturalmente, no queria subir detras de ella por motivos de discrecion.

Sarah esbozo una sonrisa.

– Permiteme decirte, Gustav Meyrink -le comento-, que, a tu edad, ya eres mas caballero que algunos hombres maduros.

El muchacho se ruborizo aun mas y se apresuro a subir detras del rabino. Sarah miro con un poco de recelo la escalera, que conducia a la mas absoluta oscuridad a traves de un tragaluz cuadrado. Luego inicio tambien la temeraria ascension.

Los travesanos de la escalera crujian a cada paso, pero resistieron. El frio y un olor a madera vieja bajaban desde lo alto y, de pronto, empezo a arder la llama tremula de una vela. Sarah pudo reconocer entonces donde se encontraba: en un hueco estrecho, de unos sesenta centimetros de anchura y con un techo inclinadisimo que permitia deducir que se encontraba justo debajo del tejado de la sinagoga. A la izquierda, quedaba delimitado por tejas de barro, contra las que golpeaba la lluvia; a la derecha, por la tablazon de madera que habian colocado encima de las vigas. Sarah dudo de que desde el interior de la sinagoga se intuyera la existencia de esa camara: no era mas que una cavidad, en cierto modo, un doble suelo al estilo de los que utilizaban los ilusionistas en los escenarios y en los teatros de variedades para sus espectaculos.

Sarah lanzo un suspiro al llegar al final de la escalera.

Gustav le tendio una mano para ayudarla, y la joven llego por un tragaluz a una sala que debia de encontrarse en el angulo mas alto del tejado. A ambos lados ascendian unas cubiertas inclinadas que coincidian a casi dos metros de altura, de manera que solo se podia estar de pie en el centro. El suelo estaba revestido con tablas de madera ennegrecidas. Longitudinalmente, la sala se perdia en la oscuridad; la luz de la vela que el rabino Oppenheim habia encendido no bastaba para iluminarla entera.

– ?Sabe que es este lugar, lady Kincaid? -pregunto el rabino, cuyo semblante parecia mas viejo y enigmatico a la luz de la vela.

– Una camara secreta, supongo -contesto Sarah.

– Cierto. Dicen que el rabi Low escondia aqui al Golem… durante el dia, cuando dormia y habria sido una victima facil para sus enemigos.

– El Golem -repitio Sarah, y miro boquiabierta a su alrededor. Todas las tablas, todas las vigas parecian exhalar el espiritu del pasado por todos sus poros…

– Nadie sabe si realmente fue asi -objeto el rabino-, pero este lugar se ha acreditado realmente durante siglos como un escondite seguro. Igual que en ese caso.

Se dio la vuelta con la vela en la mano y dio unos pasos agachado, hasta que la luz tremula ilumino un arca grande con herrajes que se encontraba en el rincon mas apartado de la buhardilla. Los distintos laterales del arca estaban adornados con todo tipo de tallas y simbolos judios; en la tapa lucia una estrella de David con un sombrero de formas extranas y acabado en punta.

– El simbolo de la comunidad de Praga -explico Gustav mientras Oppenheim volvia a introducir la mano en su sayo y sacaba otra llave oxidada.

– ?Que significa el sombrero? -inquirio Sarah.

– En el siglo XIV se proclamo un decreto por el que todos los miembros de la comunidad judia debian llevarlo. Tenian que ser reconocidos como judios a primera vista.

– Yo no lo habria explicado mejor -elogio el rabi Oppenheim mientras abria la cerradura y la tapa del arca-. El alma de las personas -comento a continuacion- alberga instintos mas oscuros que cualquier noche y mas frios que la muerte.

Dejo caer la tapa hacia el otro lado, con lo que se levanto una densa nube de polvo que los hizo toser a todos. Cuando el polvo se poso, Sarah pudo ver lo que habia en el interior del arca y solto un grito ahogado de alegria.

Eran rollos.

Libros enrollados segun la tradicion judia, y sellados con cera para protegerlos de los estragos del tiempo. Con exito, a juzgar por la apariencia.

– Su perspicacia no la ha enganado, lady Kincaid -constato Oppenheim-. No todos, pero si algunos escritos que pertenecieron al venerable Judah Low se encuentran en mi poder.

– ?De que tratan? -pregunto Sarah.

– Los textos se han conservado en hebreo, sin excepcion. Algunos estan impresos, pero la mayoria son manuscritos, aunque no son los originales, evidentemente. En el transcurso de los siglos, han sido copiados y renovados una y otra vez.

– ?Siglos?

Oppenheim sonrio.

– Algunos de estos escritos fueron redactados hace mas de tres mil anos, lady Kincaid. No olvide que se trata de la fe mas antigua del mundo.

– ?Por que me ha traido aqui, rabi? ?Por que me ensena a mi, una desconocida, algo tan valioso e inestimable?

– Porque he reconocido en usted a alguien que busca, lady Kincaid. Y porque tal vez aqui -dijo senalando los rollos que se apilaban en el arca- se hallen unas cuantas respuestas. ?Domina usted el hebreo?

– Lo lamento, pero no -dijo Sarah meneando la cabeza.

– Entonces le explicare de que se habla en este escrito.

El rabino metio la mano en el arca sin dudarlo y saco uno de los muchos rollos que habia dentro, lo cual demostraba que estaba mas familiarizado con el contenido del arca de lo que el polvo y la recondita ubicacion permitian suponer.

– ?Que es? -pregunto Sarah.

– Un documento antiquisimo. Fue escrito en el ano 246 antes de la era cristiana por un sabio judio llamado Josefo, que en esa epoca se hallaba en la corte de Ptolomeo II.

– ?En Alejandria? -Sarah aguzo el oido.

– Asi es. Por lo que sabemos, Josefo debio de ser un hombre de muchos talentos. Dio clases en la Biblioteca y fue uno de los eruditos que tradujeron al griego las ensenanzas de la Tora.

– La Septuaginta.

– ?Conoce los sucesos de aquella epoca?

– Ya lo creo -afirmo mientras un sinfin de recuerdos afloraban en su mente, y ni mucho menos todos fueron bienvenidos-. Como deferencia hacia los judios establecidos en Alejandria, que a menudo ya no sabian hebreo o arameo, Ptolomeo mando traducir el Antiguo Testamento al griego. A tal fin, recluto a setenta sabios judios, algunas fuentes hablan tambien de setenta y dos, que, segun cuenta Aristeas, tradujeron la obra en setenta y dos dias.

– Exacto. ?Como es que sabe tanto de estos temas?

– He estado en Alejandria -se limito a responder Sarah. ?Que mas podia contestar? ?Que habia emprendido junto a su padre la busqueda de la biblioteca desaparecida? ?Que precisamente habia sido la Septuaginta lo que les habia brindado las pistas decisivas? ?Que no podia olvidar la muerte de Gardiner Kincaid en las profundidades de Alejandria?

El rabino parecio notar de nuevo su dolor, ya que no siguio preguntando.

– Si conoce la historia del reino de Ptolomeo -prosiguio entonces^-, seguramente tambien sabra lo que ocurrio en el ano 246.

– Si mal no recuerdo, Ptolomeo murio ese ano…

– Eso tambien se corresponde con la realidad. Ptolomeo II estuvo rodeado en su lecho de muerte por sus consejeros y personas de confianza, entre los que se contaba Josefo, a

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