– Eso no es cierto -objeto Sarah con vehemencia, sobre todo porque con aquel reproche habia hurgado una herida. Cuantas veces se habia preguntado si habria podido impedir la muerte de su padre…
– ?Por que nos ha hecho prisioneros? -pregunto Hingis, que se habia liberado por completo de sus ataduras y se acerco arrastrando los pies a la reja. Le habia atado las cuerdas tan fuerte que la sangre habia circulado mal por sus piernas y ahora solo le obedecian con titubeos.
– Porque hay ciertas cosas que debo comunicarles -respondio el ciclope en voz baja.
– ?Eso es todo? -Sarah resoplo despectivamente-. ?Y por eso nos ha encerrado?
– Me parecio el camino mas facil.
– Para usted, quiza -afirmo Sarah con rabia-. Pero se ha olvidado de un pequeno detalle: que sigo teniendo un arma.
Levanto el revolver de manera ostensiva para recordarselo. No obstante, la criatura con un solo ojo se limito a echarse a reir.
– ?Que le parece tan divertido?
– Usted, lady Kincaid, porque sigue sin comprender la gravedad de la situacion. ?Que ganaria disparandome? Yo me desplomaria y moriria desangrado, y ustedes se verian obligados a pasar el resto de sus dias en esta jaula. Creame, nadie oiria sus gritos aqui abajo.
– Nos buscarian -replico Sarah, convencidisima.
– ?Aqui? -Una sonrisa triste se deslizo por el semblante lugubre del ciclope-. Lo dudo. Ademas, si me dispara, ?quien le revelara como puede salvar a su querido Kamal?
– ?Sabe lo de Kamal? -pregunto Hingis, asombrado.
– Naturalmente -gruno Sarah con furia-. Lo sabe todo, porque se lo ha oido a los que envenenaron a Kamal. ?Que sabe usted de Kamal? ?Hable!
– Esta usted sobre la pista correcta, lady Kincaid -con testo solicito el gigante-. En de todos los mitos de tiempos remotos hay un fondo real: yo mismo soy buena prueba de ello. ?O habrian creido que los ciclopes de la mitologia habian existido realmente y que aun existian?
– Eso no es exacto -objeto Hingis-. Los ciclopes de la leyenda homerica eran gigantes que vivian en islas remotas. El heroe griego Ulises se encontro a uno de ellos en su odisea y lo cego.
– Exageraciones creadas por los que nos envidiaban por nuestra fuerza. Fuimos perseguidos y acosados hasta que quedamos pocos. Para sobrevivir, tuvimos que escondernos en lo alto de las montanas, en el lugar mas apartado de este mundo.
– Bonita historia -replico Sarah friamente-. Pero no explica por que nos ha apresado ni que quiere de nosotros.
– Quiero ayudarlos.
– No le creo.
– Pues deberia, porque soy el unico amigo que le queda.
– Ya se que ni usted ni los suyos son responsables de la muerte de mi padre -contesto Sarah-. Pero que usted no sea el asesino de mi padre no lo convierte necesariamente en mi aliado, y mucho menos en un amigo.
– Se deja cegar por mi aspecto -senalo el gigante-. Debo confesarle que eso no lo esperaba. No de usted, lady Kincaid.
– ?Y que esperaba? -intervino Hingis para ayudarla-. La amistad es un privilegio que hay que ganarse.
– ?Y cree usted que no me corresponde ese merito, senor Hingis? ?Que no arriesgo nada hablando con ustedes? ?Que no tendrian motivos para confiar en mi?
– Denos un motivo -exigio Sarah-. Dejenos en libertad y escucharemos lo que tiene que decirnos.
Durante un instante interminable, el ojo la miro fijamente, sin que Sarah pudiera decir que pasaba por la mente del ciclope.
– No -manifesto finalmente-, no lo hare. En vez de eso, como signo de que soy de fiar, le revelare que encierra el
– ?El agua de la vida? -dijo Sarah con voz ahogada-. Entonces, ?existe realmente?
– Eso usted ya lo sabe. De otro modo, no estaria aqui.
– Entonces, ?es cierto? ?Laydon me curo usando el agua de la vida?
– Si y no.
– ?Que significa eso? Deberia expresarse con mayor precision, porque para ganarse mi confianza hace falta algo mas que insinuaciones veladas.
– Las respuestas, lady Kincaid, las obtuvo usted hace mucho tiempo, pero aun no lo sabe.
– ?Y eso que significa?
– Usted, igual que su padre, ha rastreado las huellas de Alejandro Magno. Sabe que el emprendio la busqueda del fuego de Ra y sabe que estaba al servicio de los que tambien son mis senores.
– Eso me dijeron -confirmo impaciente Sarah-. Pero ?que tiene que ver todo eso con el agua de la vida?
– Cuando los dioses llegaron a este mundo en tiempos inmemoriales, nos trajeron los misterios del cosmos: tres secretos para los que nos escogieron como guardianes, los elegidos que se senalan por tener un solo ojo.
– ?Que secretos eran? -inquirio Sarah.
– Secretos de un poder inmenso y terrible, demasiado abrumador para que pudieran acabar en manos de los hombres. Por un lado, el misterio de la luz, capaz de desatar una energia y un poder de destruccion inimaginables…
– El fuego de Ra -murmuro Sarah, que en aquel momento comprendio que ella ya habia aireado al menos uno de esos secretos.
– … Por otro -prosiguio el ciclope- el misterio de la creacion, oculto en el agua de la vida. ?Sabe que significa eso, lady Kincaid? Conocer el secreto de la creacion significa poseer la clave de la inmortalidad.
– La inmortalidad -repitio Hingis, en cuyos ojos se reflejo un extrano brillo.
– ?Y el tercer misterio? -pregunto Sarah sin inmutarse-. ?En que consiste el tercer misterio?
– No me esta permitido desvelarselo. Probablemente lo descubrira usted misma algun dia. Sin embargo, hasta entonces deberia limitarse a lo que puede salvar la vida de su amado.
– Comprendo. -Sarah asintio de mala gana-. ?Y de que se trata exactamente? ?Donde encontrare el agua de la vida?
– Muchos la han buscado antes que usted, tambien Alejandro. En su juventud, cuando su padre, Filipo, agonizaba abatido por el acero de un traidor, Alejandro pidio ayuda a los dioses. Y, aunque sus ruegos no deberian haber sido escuchados nunca, uno de aquellos dioses le prometio auxiliarlo.
– ?Por que motivo? -inquirio Sarah.
– Porque aquella divinidad -contesto el ciclope con voz sombria- se habia apartado de la senda de la virtud y ansiaba imponerse como amo del mundo. Y eso sucederia si le confiaba los secretos del cosmos a un mortal.