– Prometeo -murmuro Hingis sin aliento-. Robo a los dioses el secreto del fuego y se lo entrego a los hombres…

– Cada cultura tiene su propia version de los hechos -aclaro el coloso-, pero todas esas historias entranan un mismo fondo. Aquel renegado ya habia intentado antes legar a los hombres los secretos del poder, pero los dioses estaban alerta. Consiguieron desbaratar el complot y se enfrentaron al dilema de condenar a muerte al renegado o dejarlo con vida. Se decidieron por lo ultimo y fueron duramente castigados por su bondad, puesto que el traidor hizo todo lo posible por seguir adelante con sus planes. Empezo a congregar seguidores leales, que se dieron el nombre de la «Hermandad del Uniojo». Acto seguido se desataron violentas disputas entre los inmortales, que se enemistaron unos con otros y entablaron guerras entre ellos. El Libro de Thot, que contenia el secreto del fuego, fue llevado a un lugar seguro donde perduro durante milenios. Sin embargo, el secreto de la inmortalidad le fue revelado a Alejandro, quien a cambio declaro ceremoniosamente su voluntad de entrar al servicio de la hermandad y fundar un gran imperio en su nombre. Pero el agua de la vida no surtio efecto. Filipo murio y, si bien Alejandro utilizo el poder que le habia prestado la organizacion, al cabo de un tiempo se aparto de sus ensenanzas y tomo otros derroteros.

– Lo se -admitio Sarah, que empezaba a intuir alguna que otra relacion-. Pero ?por que no surtio efecto el agua de la vida?

– Eso -contesto el ciclope esbozando una sonrisa, cosa que resulto extrana debido a la deformidad de su semblante- sigue siendo un misterio aun hoy en dia, lady Kincaid. Pero si es cierto lo que se supone, usted desvelara ese misterio gracias a su caracter y a su vocacion.

– Vuelve a hablar usted con enigmas -critico Sarah-. No entiendo una palabra de lo que dice.

– Tal vez -replico el ciclope, metiendo la mano por debajo de los pliegues de su capa-, esto la ayudara a contestar algunas de sus preguntas.

Sarah penso que el coloso empunaria un arma y volvio a apuntarlo con el revolver, que habia ido bajando lentamente. Entonces vio que el ciclope no sacaba un arma, sino un objeto metalico cubico cuya vision la abrumo aun mas.

– ?Un codicubus! -exclamaron Hingis y ella casi al unisono al vislumbrar el curioso artefacto.

Las aristas del cubo median diez centimetros de longitud; cinco de las seis caras estaban ornadas con caracteres griegos, los del sello de Alejandro, como Sarah ya sabia; y en la sexta cara resaltaba el emblema del unico ojo que Sarah habia aprendido a odiar y a temer…

– Exacto -confirmo el ciclope.

– ?Que contiene?

– Antes de revelarselo, debo advertirla, lady Kincaid.

– ?De que?

– Esta rodeada de traidores.

– ?De verdad? -pregunto Sarah, lanzando a Hingis una mirada de espanto, aunque solo fingido-. ?Espera que me lo crea? -le espeto al titan-. ?Que por una insinuacion malintencionada de la espalda a personas a las que debo la vida? ?Que lo considere algo mas que un nuevo intento de sembrar dudas en mi corazon y manipularme?

– Lady Kincaid, malinterpreta usted mis intenciones.

– ?Que malinterpreto? Esta buscando otro medio de presion para influenciarme, pero no le hace falta. Esta vez, usted y los suyos pueden ahorrarse las intrigas, porque hare cualquier cosa por salvar a Kamal, ?me oye? ?Cualquier cosa! Digaselo a su gente y a esa hermandad criminal cuyo nombre por fin conozco.

Si Sarah esperaba que su interlocutor se contentara con eso, se habia equivocado totalmente, puesto que el ciclope se horrorizo ante esas palabras.

– ?No diga eso! -protesto-. ?Ni siquiera lo piense!

– ?Por que no?

– Porque con ello lo pone todo en peligro y tal vez pierda todo aquello por lo que tanto ha luchado en la vida.

– Pero eso es lo que quiere, ?no? Que me someta a la voluntad de la organizacion…

– No, lady Kincaid, se equivoca usted…

Friedrich Hingis se preguntaba asombrado de donde sacaba Sarah Kincaid las agallas para actuar con tanto aplomo ante aquel siniestro esbirro. Recibio la respuesta cuando percibio una sombra que, agazapada, se deslizaba al otro lado del laboratorio de mesa en mesa, y en la que reconocio aliviado al doctor Cranston. Al parecer, Sarah tambien habia descubierto al amigo, porque estaba haciendo todo lo posible para atraer hacia ella la atencion del guardian, a diferencia de Hingis, que desvio la vista del ciclope durante un instante demasiado largo.

– ?Que diantre…?

Alarmado, el gigante se dio la vuelta y vio a Cranston correr hacia el con los punos cerrados. Dispuesto a defenderse, levanto sus garras para derribar de un golpe fulminante al medico, a quien casi sacaba un metro de altura.

Entonces el Colt Frontier alzo su estruendosa voz.

Sarah habia reaccionado muy deprisa, apuntando y apretando el gatillo. El pesado revolver trepido en sus manos y envio una bala que perforo el hombro derecho del gigante.

Broto un hilo de sangre y el coloso se estremecio. Un instante despues, Cranston lo habia alcanzado.

– Tally-ho! -grito el medico, seguramente para darse coraje; luego, se lanzo con todo el impetu de la carrera sobre el gigante herido y cayo al suelo con el.

Sarah se abstuvo de abrir fuego de nuevo porque no podia distinguir que parte de aquel ovillo de carne y huesos que rodaba pertenecia a quien, y el peligro de darle a Cranston por error era demasiado grande.

Sin embargo, el medico no se proponia enzarzarse en una pelea cuerpo a cuerpo con el gigante, puesto que el ciclope continuaba siendo un temible rival a pesar de la herida que tenia en el hombro. Justo despues de derribarlo, Cranston rodo para alejarse del alcance del coloso que, enfurecido, no dejaba de dar golpes por doquier; se levanto y cogio la lampara de petroleo, que seguia estando donde Sarah la habia dejado en el suelo. Dio una vuelta sobre si mismo, como un lanzador de disco de la Antiguedad clasica, y lanzo la lampara contra su rival.

El ojo que el ciclope tenia en la frente se abrio con espanto cuando la lampara se estrello justo delante de el y quedo hecha anicos con un ruido de cristales rotos. El petroleo salpico por todas partes y, un instante despues, no solo estaban en llamas el suelo mojado de petroleo y la capa del gigante, sino tambien sus botas y sus piernas.

Los gritos del coloso se transformaron en chillidos agudos. Daba golpes como un poseso sobre el fuego que ascendia por su cuerpo. Sin embargo, lo unico que consiguio fue avivar las llamas, que devoraban con un ansia salvaje la tela de su capa y ya casi le lamian la nuca. Intento en vano quitarse la capa de encima y salto como una antorcha viviente por toda la gruta.

Entretanto, Cranston no habia perdido el tiempo. Sin dignarse mirar a su rival en llamas, se habia acercado a toda prisa a la reja y habia accionado el cabrestante que se encontraba a un lado, fijado a la pared de roca. Se oyo el ruido de un mecanismo oculto y por fin se alzo la reja.

– ?Salgan! -grito el medico innecesariamente, puesto que Sarah y Hingis ya estaban preparados para huir.

Cuando el espacio entre la reja y el suelo fue lo bastante amplio, se deslizaron por debajo y se liberaron.

La primera reaccion de Sarah fue ayudar al coloso, que se tambaleaba ardiendo en llamas entre gritos. Pero Cranston y Hingis la detuvieron.

– ?Vamonos de aqui! -la urgieron, y Sarah obedecio, hasta que su

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