sonriendo debilmente.
Luego, Sarah se inclino para cubrir de besos carinosos la frente y los ojos de Kamal. A continuacion se levanto y se dio la vuelta para irse.
– No se preocupe -dijo Cranston-, yo me quedare aqui entretanto. Si hay algun cambio, mandare a buscarla de inmediato.
– Gracias, Horace.
Salio de la habitacion mirando una ultima vez a Kamal y bajo por la empinada escalera hasta el amplio vestibulo, donde ya la estaban esperando Friedrich Hingis y Ludmilla, la condesa de Czerny.
Cuando su anfitriona se entero de los dramaticos sucesos y del encierro de Sarah y Hingis, costo muchos esfuerzos y capacidad de persuasion evitar que diera aviso a la policia. Sarah habia argumentado que, por un lado, los guardianes del orden en Praga no gozaban precisamente de una fama intachable, de manera que era mas que dudoso que descubrieran algo con sus pesquisas; y por otro, les harian un monton de preguntas y, con ello, pondrian en peligro el exito de la empresa.
– ?Esta a punto? -pregunto la condesa, que, de pie en el vestibulo y vestida ya para salir, solo parecia esperar a Sarah.
Igual que la tarde de su primer encuentro, llevaba un vestido de color beige con muchos adornos de encaje que, para el gusto britanico, no era demasiado adecuado ni para esa epoca del ano ni para la ocasion. Aquella vestimenta extravagante, de aire anticuado y, aun asi, lucida ostentosamente, parecia expresar mas bien el animo de la condesa, que se encontraba atrapada entre la tradicion y la modernidad, entre la realidad y las exigencias, y eso era algo que Sarah comprendia muy bien.
– A punto -confirmo, y dejo que Antonin la ayudara a ponerse el abrigo que la condesa le habia prestado amablemente, dado que, despues de la excursion nocturna por las alcantarillas, su ropa habia quedado inservible a causa del penetrante olor.
– Entonces vamonos -dijo la condesa-. Ya he ordenado enjaezar los caballos; el decano nos espera.
– Gracias, condesa. Aprecio mucho lo que hace por mi.
– Lo se, querida -replico Ludmilla esbozando una amplia sonrisa que parecio partir en dos su noble semblante-. Lo se…
Un criado abrio la puerta y salieron a la calle, donde Friedrich Hingis ya las esperaba delante de un enorme carruaje negro, identificado con el emblema de un caballero negro enmarcado en oro, el escudo de armas de la familia Czerny. El vehiculo, solido y con caja cerrada y alta, comparable al
– No crea que le doy importancia a toda esta opulencia, querida -le susurro al oido la condesa-, pero si las tradiciones aristocraticas me perjudican, al menos quiero sacar algo de ellas.
La logica de esa argumentacion era indiscutible, y Sarah y Ludmilla de Czerny subieron al carruaje por una escalerilla que el cochero habia desplegado para ellas. El interior oscuro del vehiculo estaba equipado con unos asientos comodos forrados de terciopelo, en los que se sentaron las damas y Hingis, quien, siguiendo las normas de la cortesia, ocupo el banco que quedaba de espaldas al sentido de la marcha. Al cabo de un momento, el carruaje se puso en movimiento. Acompanado por el golpeteo de los cascos de los caballos, descendio hacia el rio por la calle empinada, pasando por delante de mansiones y palacios.
– Y bien, senor Hingis -pregunto la condesa-, ?han tenido exito sus esfuerzos?
– Desgraciadamente no -contesto el suizo-. El herrero al que he consultado no ha logrado abrir el codicubus, y tampoco el cerrajero ni el escapista del teatro de variedades.
– Era de esperar -se limito a decir Sarah, a quien aquello no la sorprendio demasiado.
– Al menos habia que intentarlo -dijo Hingis defendiendo las infructuosas molestias que se habia tomado-. La informacion que se oculta en el cubo podria hacernos avanzar un buen trecho.
– Tal vez si -admitio Sarah-, tal vez no. Probablemente solo se trata de otra maniobra de engano.
– O de otro indicio en la busqueda de una medicina para Kamal -objeto Hingis.
– ?Puedo ofrecerles mi ayuda? -pregunto la condesa educadamente-. Mi esposo tenia relaciones excelentes con muchos eruditos. Seguro que alguno de ellos…
– Es usted muy amable, condesa -rehuso Sarah-, pero nadie puede ayudarnos en este caso.
– ?Por que no?
– Porque en todo el mundo solo hay un sitio donde puede abrirse ese recipiente: en una estela funeraria prevista para ello que se encuentra en una pequena isla del Mediterraneo.
– ?Esta usted segura?
– Absolutamente -confirmo Sarah.
– Comprendo -replico la condesa, que parecia cavilar algo-. Si me dejara ver el artefacto, tal vez…
– No -dijo Sarah con determinacion y con mayor dureza de lo que pretendia-. Disculpe, condesa -anadio al ver la expresion de desconcierto que se dibujo en el semblante de su anfitriona-, nada mas lejos de mi intencion que desconfiar de usted. Pero poseer un codicubus no es un privilegio, sino una carga. Algunas personas fueron asesinadas cruelmente por su culpa, otras han quedado destrozadas. Cuanto menos sepa de el, mejor para usted, creame.
– Pues claro que la creo, mi querida amiga -aseguro la condesa, aunque de su semblante palido no podia deducirse si realmente era lo que pensaba-. Asi pues, no le quedara mas remedio que emprender el largo viaje hacia el Mediterraneo para abrir el artefacto.
– No tenemos tiempo -nego Sarah-. El doctor Cranston no esta seguro en lo que respecta al estado de Kamal. Aunque parece estable, puede cambiar de un dia a otro, en cualquier momento. No podemos permitirnos realizar ese largo viaje y perder un tiempo precioso para luego, probablemente, constatar que hemos sido victimas de un engano. Prefiero atenerme a lo que tenemos.
– Una buena decision -reconocio la condesa, asintiendo con la cabeza-, ?y que tenemos hasta ahora?
– Ya veremos -fue la respuesta evasiva de Sarah.
El carruaje habia cruzado el puente, cuyas dos torres se elevaban irreductibles por encima de las orillas y parecian taladrar las nubes bajas. Despues de pasar la iglesia de San Francisco, con su gran portal y su cupula reluciente y visible desde muy lejos, el vehiculo tirado por cuatro caballos llego al Clementinum.
– Realmente impresionante -comento Sarah cuando pasaron por delante de la fachada barroca de varias plantas, que encerraba varios patios interiores y cuyo frontispicio estaba dominado por la basilica de san Salvador.
– El Clementinum fue construido por los jesuitas a mediados del siglo XVI -explico la condesa-. El emperador Fernando les pidio ayuda para combatir las revueltas de los herejes y, creanme, los jesuitas hicieron todo lo posible por devolver al redil a las ovejas descarriadas. Exceptuando una breve interrupcion, su poder en Praga se prolongo durante mas de doscientos anos.
– Diria que he notado cierta admiracion en vuestras palabras, condesa -constato Hingis.
– ?Y por que no? Dos siglos son mucho tiempo.
– Cierto -admitio el suizo-. Pero esta demostrado que el poder de los