jesuitas se sirvio en Praga de medios extremadamente represivos. No fue casual que la ciudad fuese el punto de partida de la guerra de los Treinta Anos.

– Tal vez. Pero eso no atenua el merito historico, ?verdad?

La condesa formulo la frase tan lapidariamente que replicarla habria equivalido a una ofensa. Por su buena educacion y porque estaban en deuda con su anfitriona, Friedrich Hingis renuncio a la replica, pero se notaba que su concepto suizo de la libertad era incompatible con las opiniones de la condesa.

Si Ludmilla de Czerny se dio cuenta de ello, no dejo que eso le arrebatara el entusiasmo.

– Exceptuando el Castillo de Praga -continuo instruyendolos-, el Clementinum es la edificacion mas grande de la ciudad. Ademas de aulas y bibliotecas, cuenta incluso con su propio observatorio astronomico. Alberga la biblioteca de la universidad desde hace mas de cien anos, lo cual la convierte en una de las mas antiguas de Europa.

– Entonces estamos en el lugar adecuado -dijo Sarah mientras el carruaje cruzaba la puerta principal y entraba en el patio central-. Ojala encontremos lo que buscamos.

– ?Cree usted que el ciclope le dijo la verdad? ?Que esa «agua de la vida» existe realmente?

– Lo que yo crea no importa. Lo unico que me permite confiar en que hay algo que descubrir es la coincidencia entre las palabras del ciclope y lo que el rabi Oppenheim me revelo.

– ?Y si es eso precisamente lo que espera de usted la parte contraria? -pregunto la condesa, expresando con ello la mayor preocupacion de Sarah.

– Entonces, por el momento, lo hare -respondio a pesar de todo con voz firme-. Mi padre me enseno que los mitos y los misterios estan para ser descifrados, y eso hare exactamente.

– ?Como ha hecho con el Golem?

– Efectivamente.

El carruaje se detuvo y dos criados vestidos con librea se apresuraron a acercarse para desplegar la escalerilla y ayudar a las damas a apearse.

– ?Por que no les explica lo que ha descubierto al rabino y a su joven amigo? ?Por que deja que sigan creyendo que un personaje de antiguas leyendas esta cometiendo excesos en el barrio judio?

– Porque no creerian mi verdad, condesa -contesto Sarah quedamente-. Y porque un sueno cuyo recuerdo se desvanece lentamente es menos doloroso que una ilusion rota.

La condesa enarco las cejas.

– ?Son sus convicciones como cientifica las que la hacen hablar asi?

– No -contesto Sarah con voz queda-. Mi experiencia.

La puerta del carruaje se abrio y los pasajeros se apearon. Un hombre de cabellos canos y aspecto de ser alguien importante, con monoculo y una perilla recortada en punta, salio del edificio principal con una amplia sonrisa en los labios.

– El profesor Leopold Bogary -susurro la condesa a sus acompanantes-, el director de la biblioteca… Y un tiralevitas de manual, que se pronuncio en contra de que una mujer pudiera ejercer de docente del Departamento de Humanistica.

– Con todo mi respeto, condesa -intervino Hingis secamente-, entonces ?por que tenemos que tratar con ese ignorante?

– Muy sencillo -contesto la condesa, mientras en su semblante palido se dibujaba una sonrisa muy dulce y, a la vez, distante-, porque no solo es un falso, sino tambien muy util… Querido Leopold -prosiguio en voz alta, sin que la entonacion variara de entrada-, cuanta amabilidad por su parte al recibirnos.

– Por favor, condesa -replico Bogary agitando las manos antes de hacerle una reverencia exagerada y besarle la mano-. Es un placer para mi.

– Tambien para mi, querido Leopold, tambien para mi. Permitame que le presente a mi buena amiga lady Kincaid. Lady Kincaid, el profesor Bogary.

– Encantada de conocerle, profesor -saludo Sarah formalmente.

Bogary se quito el monoculo y entorno los ojos hasta casi cerrarlos antes de volver a ponerselo.

– Una mujer -constato, no muy ocurrente-. Y britanica…

– Su perspicacia es insuperable, mi querido Leopold -elogio la condesa sonriendo.

– Pero su mensajero me hablo de un especialista, de un reconocido experto extranjero…

– Lady Kincaid es ambas cosas: una maestra en el terreno de la arqueologia aplicada y una cientifica que goza de prestigio y reconocimiento en los circulos competentes en la materia -aseguro la condesa.

– Efectivamente -anadio Hingis-. Yo mismo estuve presente cuando, hace dos anos, participo en el Simposio Internacional del Circulo de Investigaciones Arqueologicas que se celebro en la Sorbona de Paris…

Sarah esbozo una sonrisa ironica. Lo que el suizo decia era verdad. Sin embargo, se habia callado adrede que habia sido el quien habia convertido aquel simposio en un desastre unico para ella… por los mismos motivos que parecian mover a Bogary.

Estrechez de miras y arrogancia…

El director de la biblioteca se puso bien el monoculo y escruto a Sarah de la cabeza a los pies. Lo que vio no parecio gustarle.

– De acuerdo -dijo, sin embargo, al cabo de un instante-, si la Sorbona es capaz de mostrarse tan generosa, nosotros tambien podemos permitirnoslo. Tiene permiso para consultar y para investigar en la biblioteca.

– Gracias, profesor -dijo Sarah con un amable movimiento de cabeza.

Habia aprendido que era mejor ignorar a la gente chapada a la antigua de la ralea de Bogary, aunque ello solo funcionara si su limitada vision del mundo no le obstaculizaba el camino.

Las dos mujeres se dirigieron al portal de entrada y Hingis las siguio a una distancia respetuosa.

– ?Comprende ahora a que me referia antes? -le susurro a Sarah la condesa.

– Ya lo creo -contesto-. Ya lo creo…

Biblioteca de la Universidad, Clementinum, Praga

Como tantas veces ocurria cuando estaba en una biblioteca y se movia entre libros y rollos, entre codices y antiguos pergaminos a la caza del pasado, Sarah se olvido del tiempo y de cuanto habia a su alrededor. Sobre una gran mesa situada en el centro de la sala de lectura, que estaba revestida de madera oscura, habia decenas de libros y de infolios abiertos, bibliografia especializada en ingles y tambien en aleman, ademas de antiguos manuscritos en latin.

Junto a Friedrich Hingis y a la condesa de Czerny, que realmente poseia ciertos conocimientos historicos y dominaba tanto el latin como el griego antiguo, Sarah seguia cualquier posible indicio. El metodo que la joven aplicaba era muy simple. Se empezaba por un indicio concreto, por una

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