usted, jamas me habria declarado dispuesto a realizar este viaje. Ya sabia lo que se traia entre manos.

– ?Pero? -pregunto Sarah.

– Pero, teniendo en cuenta los recientes acontecimientos -prosiguio Friedrich Hingis en lugar de Cranston-, debemos disponerlo de otra manera. En su estado, es imposible que Kamal participe en el viaje…

– Eso es verdad -admitio Sarah.

– … pero tambien perderemos tiempo innecesariamente si lo dejamos en Praga -continuo Cranston, que, mirando a la condesa de Czerny, anadio-: Aunque no podria imaginar un lugar en el mundo donde nuestro paciente estuviera mejor atendido.

– Se lo agradezco, doctor -dijo la condesa.

– Entonces, ?que propone? -inquirio Sarah.

– Yo, nada -puntualizo Cranston-. La condesa ha hecho una propuesta que, en mi opinion, nos posibilita llevar a cabo nuestros planes.

– Comprendo -dijo Sarah-. ?Y en que consiste esa propuesta?

– ?Que ruta tenia pensado elegir? -pregunto la condesa.

– La mas corta -contesto Sarah sin vacilar-. De Praga a Viena, desde alli a Venecia y, luego, en barco hasta Grecia.

– Es lo que imaginaba. Sin embargo, deberia considerar que cruzar los Alpes en invierno y despues realizar una travesia maritima conlleva imponderables fatigas que nuestro paciente seguramente no soportaria.

– Soy muy consciente de ello, condesa -admitio Sarah-. Por eso habia pensado en dejar a Kamal bajo su custodia, si usted lo permite.

– Por supuesto que lo permito, pero creo que hay otra posibilidad. ?Por que no toma la ruta terrestre y utiliza aquel tren que, desde su viaje inaugural en octubre del ano pasado, proporciona constantemente titulares y rompe un record de velocidad tras otro?

– ?Se refiere al Orient-Express? -conjeturo Sarah.

– En efecto -asintio la condesa-. Ese nombre, seguramente demasiado opulento, encierra una posibilidad de viajar que realmente lo hace merecedor de que lo tilden de avanzado. En circunstancias favorables, el tren supera la distancia entre Paris y Constantinopla en tan solo ocho dias.

– Eso es notable -reconocio Sarah, que aun recordaba vividamente el viaje a traves del Imperio aleman, aburrido y muy fatigoso para Kamal-. Por eso intente conseguir plazas para cubrir el trayecto entre Paris y Viena al venir hacia aqui, pero era totalmente imposible conseguir billetes a tan corto plazo.

– No para mi -replico la condesa sin ninguna modestia-. Me he permitido cuidarme de organizar un viaje rapido y sin dificultades que garantice que su querido Kamal pueda realizarlo y, ademas, no sufra mas trastornos de los que sufriria en este palacio.

– ?Como? -inquirio Sarah.

– He alquilado un vagon de la Compagnie Internationale des Wagons- Lits, en el que Kamal y tambien nosotros encontraremos el mejor acomodo.

– ?Se refiere a un coche cama? -pregunto Sarah.

– Efectivamente -confirmo Cranston-, y no uno de aquellos modelos tradicionales que cubren otros recorridos y en los que el placer de viajar es cuestionable, sino el mas moderno de los que existen.

– Ya esta todo organizado -anadio la condesa-. A lo largo del dia de hoy, nos prepararan un vagon de la CIWL y esta noche partiremos de la estacion de Praga. El destino es Viena, donde desengancharan el vagon y lo acoplaran al Orient-Express. En Budapest, donde el tren llegara poco despues, volveran a desenganchar nuestro vagon y lo uniran al tren que se dirige a Belgrado.

– La linea ferroviaria acaba en Semlin, un suburbio situado en el norte de la capital serbia -prosiguio Cranston-, con lo cual nuestra excursion conjunta acabara alli. La condesa y yo nos quedaremos en Belgrado, mientras el senor Hingis y usted prosiguen el viaje. Pasaran por Nis, Vranje y Uskub, y llegaran a Salonica.

– ?Y Kamal? -pregunto Sarah.

– La condesa y el doctor Cranston estan dispuestos a ocuparse de el en Belgrado durante nuestra ausencia -explico Hingis.

– Creo que es el unico camino viable -anadio la condesa rapidamente-. Los vagones de la CIWL ofrecen la posibilidad de acercar un buen trecho a Kamal hasta donde se encuentra la medicina. Sin embargo, someterlo a las fatigas de una travesia en barco no me parece muy responsable.

– Desde un punto de vista medico, no puedo estar mas de acuerdo -la secundo el doctor Cranston-. De todos modos, es sorprendente que el paciente aun siga con vida.

– Es fuerte -afirmo Sarah.

– En efecto. Pero eso no puede ni debe hacernos olvidar que se encuentra en una fase extremadamente inestable. El mas minimo cambio podria tener efectos catastroficos.

– Creo que seria una solucion idonea -insistio la condesa-. En cualquier caso, Kamal estaria mas cerca de la curacion que en Praga.

– Eso es verdad -acepto Sarah, echando un vistazo al mapa-. Desde Salonica podriamos proseguir el viaje a caballo o con camellos en direccion oeste, siguiendo las huellas de Alejandro.

– Y de Heracles -anadio Hingis sonriendo-. Lo que le parecio bien a un semidios, tiene que ser de recibo para mi.

– Tally-ho -dijo Cranston laconicamente.

– En cualquier caso, debemos apresurarnos -reflexiono Sarah-. Si los puertos de montana estan cerrados…

– Yo no he afirmado que este plan no entranara riesgos -dijo la condesa de Czerny-, pero creo que supone una buena alternativa. Entonces, ?que? ?Quiere arriesgarse y emprender la aventura con nosotros? Debo confesar que yo no tengo demasiada experiencia en…

– Eso no importa -dijo Sarah meneando la cabeza-. Le doy las gracias, condesa, por todo lo que ha hecho por nosotros y por lo que quiere hacer, y acepto su oferta agradecida, aunque no comprendo por que se toma tantas molestias por una desconocida.

– No es ninguna molestia -aseguro la condesa-, y usted tampoco es una extrana, Sarah. Ademas, he esperado durante anos una oportunidad como esta. Por fin podre escapar de estos muros y hacer lo que siempre he deseado. Por fin estoy a punto de librarme de las cadenas que me ha impuesto la sociedad y de ser una persona libre… Y tengo que agradecerselo a usted. Por lo tanto, no me de las gracias, puesto que en realidad soy yo la que tiene que darselas.

– Me averguenza usted, condesa.

– Ludmilla -la corrigio.

Ambas se estrecharon las manos y la condesa sello la alianza inclinandose hacia Sarah y dandole un beso, pero no en la mejilla, sino en los labios. Fue un contacto calido y humedo, pero no desagradable, de manera que Sarah no se aparto aunque hubo algo en aquel beso que le parecio sumamente extrano, ya que por un momento le dio la impresion de que eran realmente los labios de su hermana los que la tocaban suave y tiernamente.

Se separaron y Ludmilla de Czerny se echo a reir de muy buen humor. Dio unas palmadas y aparecio un criado vestido con librea, que llevaba en las manos una bandeja con cuatro copas llenas a rebosar de un liquido transparente.

– Slibovitz -aclaro la condesa mientras se levantaba-, un agua de la vida muy distinta. Brindemos por nuestra decision y por el comienzo de nuestra aventura.

– Por el comienzo de nuestra aventura -repitieron Cranston y Hingis al unisono, mientras cogian sus copas.

– Y por Sarah -anadio Ludmilla-. Por que encuentre lo que busca.

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