ningun otro en el mundo, pero era obvio que se habia equivocado. La pieza que sostenia en sus manos, que ni siquiera la destreza de un artista habia conseguido abrir, era buena prueba de ello.

Por otro lado, aquel cubo no se diferenciaba en nada del que le habian entregado una vez en Paris: las caras estaban ligeramente cubiertas de oxido, aunque eso no perjudicaba la solidez del objeto, y tenia grabados, igual que el otro, los caracteres del sello de Alejandro y el simbolo del Uniojo. De hecho, los dos cubos se parecian tanto que un pensamiento audaz se apodero de Sarah.

?Podia ser que en realidad no existieran dos cubos? ?Que en verdad volviera a sostener en sus manos el mismo artefacto que su padre le habia dejado y cuya posesion habia costado una muerte atroz a tanta gente? Sarah se estremecio.

De hecho, ella solo habia visto como se destruia el contenido del codicubus, los pinakes [4] secretos de Alejandria. Siempre habia supuesto que el cubo habia sufrido el mismo destino, pero no tenia pruebas de ello.

?Que significaria que el cubo hubiera regresado realmente a ella despues de tanto tiempo? Ni mas ni menos, que el ciclope que le habia arrebatado el codicubus y el ciclope que se lo habia devuelto se conocian. ?Cuantos seres con un solo ojo habria? ?Y estaban de parte de Sarah, como siempre afirmaban? Pero entonces ?por que la acosaban y sembraban miedo y terror?

Sarah recordo horrorizada los dramaticos acontecimientos en las alcantarillas de Praga, y tambien la figura gigantesca que la habia seguido en la espesa niebla de Yorkshire, hacia muchisimo tiempo o, al menos, eso le parecia. Ahora estaba convencida de que aquella criatura siniestra tambien era un ciclope, un agente del Uniojo que no la habia perdido de vista durante todo el tiempo en que, erroneamente, se creyo protegida y a salvo.

Llamaron educadamente a la puerta de su compartimiento y la joven aguzo el oido.

– ?Si?

– Soy yo, Friedrich -se oyo al otro lado de la puerta, decorada con taracea y barnizada.

– Pase -contesto Sarah, y volvio a dejar el codicubus sobre la mesa.

La estrecha puerta se abrio y aparecio en ella el suizo, con el cabello alborotado como siempre. En tanto que Sarah disponia de un compartimiento doble para ella sola, Hingis y Cranston tenian que compartir el suyo. La condesa de Czerny ocupaba con su doncella un espacioso compartimiento de cuatro plazas, y los dos criados que la acompanaban en el viaje pernoctaban tambien en uno doble.

El quinto y ultimo compartimiento del vagon estaba reservado a Kamal; habian convertido la amplia litera en un lecho de enfermo, junto al cual alguien hacia guardia constantemente para avisar a Sarah o al doctor Cranston en caso necesario.

– Que aproveche -la saludo Hingis campechanamente. Por las salpicaduras de salsa oscura en su camisa blanca y por la mezcla del aroma a carne y humo de tabaco que inundo el compartimiento, Sarah dedujo que venia del vagon restaurante-. ?Donde se mete? La hemos echado de menos en la comida.

– Lo dudo -replico Sarah, esbozando una sonrisa escueta-. Me temo que, en estos momentos, mi presencia en la mesa no es muy edificante -prosiguio, y senalo los libros y los mapas que habia sobre la mesa-. Prefiero prepararme para la mision.

– De eso precisamente queria hablar con usted -contesto Hingis, que de repente parecia nervioso-. ?Me permite entrar?

– Por supuesto -afirmo Sarah, indicandole que tomara asiento al otro extremo del largo banco-. Sientese.

– Gracias.

El suizo entro en el compartimiento despues de mirar a ambos lados y asegurarse de que no habia nadie observandolo en el pasillo. Cerro la puerta con cuidado y tomo asiento.

– ?Puedo preguntarle una cosa, Sarah? -dijo-. No espero confidencias ni jamas supondria que…

– ?Que quiere saber? -Sarah fue al grano. No habia tiempo para rodeos y formalidades.

– ?Tiene miedo? -pregunto el suizo a bocajarro, y parecio aliviado por haber expresado por fin lo que le preocupaba.

– ?A que se refiere?

– Solo quiero una respuesta, eso es todo.

La mirada de Sarah revelo inseguridad y tambien una leve ira. ?A que diantre venia aquella tonteria? Para ocultar lo mucho que la pregunta de Hingis la incomodaba, desvio la mirada y la poso en la ventanilla, por donde se veian pasar postes de telegrafos y arboles sin hojas.

– Pues claro que tengo miedo -reconocio-. La vida del hombre al que amo pende de un hilo de seda. Llay momentos en los que abrigo esperanzas y tengo la sensacion de que todo ira bien. Pero luego miro al doctor Cranston, veo en su rostro la preocupacion y me embarga el desencanto. -Suspiro y volvio a desviar la mirada para dirigirla a su companero-. Miedo a fracasar, igual que en Alejandria.

– Entonces no fracaso, Sarah. La engano una persona en la que confiaba.

– En efecto -resollo la joven-. Y ?sabe usted que me dijo esa persona cuando la visite en la carcel?

– ?Que?

– Dijo que este viaje me llevaria directamente a las tinieblas -contesto Sarah, sombria-. Y a veces tengo la impresion de que estaba en lo cierto.

– Igual que yo -corroboro Hingis frunciendo el ceno y enarcando las cejas, lleno de preocupacion, por encima de la montura de sus lentes metalicas.

– ?Que quiere decir?

– Bueno -contesto el erudito removiendose inquieto en el banco mientras parecia buscar las palabras adecuadas-; despues de lo que ocurrio en Praga, no consigo librarme de la sensacion de que detras de esas aparentes casualidades y conexiones, de esa marana de insinuaciones enigmaticas y de indicios ocultos, realmente podria esconderse algo. Algo grande, Sarah. Algo muy grande, frente a lo cual la Biblioteca de Alejandria es tan insignificante como un punado de polvo.

– ?Adonde quiere ir a parar?

– Inmortalidad -contesto Hingis con una sola palabra-. De eso, y solo de eso, se trata. Todos los textos que hemos examinado, independientemente de la epoca o de la lengua en que fueron escritos, tratan de eso, de borrar adrede los limites entre la vida y la muerte o incluso de transgredirlos… Un sueno de la humanidad, tan antiguo como la propia Historia.

– Tiene usted razon, sin lugar a dudas -admitio Sarah-. Pero no veo que tiene que ver eso con nosotros…

– Todos nosotros -prosiguio Hingis-, y no me excluyo a mi, ni a usted ni al doctor Cranston, estabamos tan concentrados en ayudar a Kamal que hemos perdido de vista otras cuestiones importantes…

– ?Otras cuestiones importantes? -Sarah lo miro asombrada-. Friedrich, el hombre al que amo se esta muriendo. ?Que podria ser mas importante que…?

– Todos queremos ayudar a Kamal -aseguro el suizo-, pero estabamos tan ocupados preguntandonos si podriamos que no hemos pensado si debiamos.

– ?Que insinua?

– Sarah -dijo Hingis, y de nuevo se noto que le costaba pronunciar las palabras-, se que Kamal es mas importante para usted que su propia vida, y tambien se que cree que tiene que reparar con el lo que no pudo hacer con su padre…

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