Capitulo 9

Diario de viaje de Sarah Kincaid

Malas noticias.

El tren se ha visto obligado a detenerse a causa de un desperfecto en las vias. Lo que en principio, segun se nos comunico, era un simple tramite que se subsanaria en poco tiempo, ha resultado ser finalmente un problema considerable que ya ha durado mas de diez horas: casi medio dia en el que hemos estado condenados a la inactividad, mientras el estado de Kamal empeora a ojos vista. Segun el doctor Cranston, cada vez costara mas administrarle liquidos, con lo cual existe el riesgo de que sufra un colapso cuyas consecuencias serian sin duda mortales.

Aunque se que no tiene sentido hacerlo, me enojo con el; destino y con los gestores de la red ferroviaria. Sin embargo, exceptuando a mis companeros de viaje, me he quedado sola con mis criticas, puesto que los revisores de la CIWL han reaccionado de inmediato y, para apaciguar a los pasajeros, les han ofrecido una botella tras otra de vino espumoso a cargo de la empresa, lo cual ha logrado, por un lado, limitar el numero de quejas, y por otro, crear un ambiente de buen humor que a mi me resulta insoportable.

Mientras combino la vigilancia junto al lecho de Kamal y el estudio de los mapas, oigo las risas relajadas de los demas pasajeros, acompanadas por la musica machacona de los violines de un grupo que ha subido al tren poco despues de cruzar la frontera. Los oigo aplaudir y reir, y desearia poder participar de su alegria […]

Ya es mas de medianoche. Los peones del ferrocarril han trabajado hasta bien entrada la noche a la luz de numerosas antorchas y faroles para reparar la averia, cuyas causas se desconocen. Algunos viajeros murmuran algo de un asalto planeado, pero sospecho que tales teorias se deben mas al alcohol que a temores reales.

Por fin reina el silencio. Los musicos hungaros han bajado del tren y los pasajeros se han acostado antes debido a los excesos, que han durado toda la tarde y toda la velada y a los que se han apuntado algunos caballeros y no menos damas distinguidas. Al fin ha regresado el sosiego que he echado tan terriblemente de menos durante el dia.

Orient-Express, noche del 15 de octubre de 1884

Satisfecha, Sarah Kincaid puso un punto detras de la ultima palabra que habia escrito, antes de levantarse para irse a la cama. El mozo del coche cama, que se ocupaba de desplegar las literas y cerrar las persianas, asi como de suministrar toallas limpias, habia estado alli hacia rato, y el compartimiento se habia transformado en un dormitorio confortable.

Sarah habia pasado la velada sentada en el borde de la cama, consultando libros y estudiando mapas para compensar un poco la desagradable sensacion de estar malgastando un tiempo precioso. El material cartografico del que disponia era mas que escaso: aunque los Balcanes estaban en Europa, continuaban siendo una region poco explorada y, en algunos sentidos, poco civilizada, donde la violencia y la inobservancia de las leyes eran comunes y los enfrentamientos sangrientos entre bandos rivales o entre rebeldes y ocupantes turcos estaban a la orden del dia. Si bien la provincia de Trikala se habia liberado hacia tres anos del Imperio otomano y se habia unido al reino griego, la inhospita region montanosa seguia sin ser considerada una zona de paz. Tras el derrumbamiento del orden otomano, por alli merodeaban grupos anarquicos que se camuflaban como luchadores por la libertad, y la parte turca no parecia querer conformarse con la perdida de la region. A ambos lados de la frontera se producian continuos ataques y corrian rumores de una nueva invasion otomana. La franja por la que pasaba el rio Aqueronte estaba situada precisamente en medio de aquella zona insegura y todavia en disputa.

Sarah estaba convencida de que en los archivos del sultan de Constantinopla habia material cartografico mas fiable y actual, pero no tenia ni tiempo ni las relaciones necesarias para conseguirlo. Para bien o para mal, tendria que correr el riesgo aunque se moviera por un terreno desconocido. Por eso era tan importante conseguir un guia local que conociera la region y sus peculiaridades. Sarah habia escrito una nota que queria mandar por telegrafo desde Budapest a Salonica para que, cuando llegaran, ya tuvieran a punto un guia, porteadores, caballos y mulas.

Podia decirse, en la medida de lo posible, que todo estaba preparado. Como cada noche, Sarah se dispuso a ir a ver a Kamal antes de acostarse: probablemente aquella era su ultima oportunidad de dormir largamente antes de dejar el tren en Budapest.

Se levanto del borde de la cama y dejo a un lado el diario. Salio por la estrecha puerta al pasillo, escasamente iluminado y colmado por el traqueteo regular de las ruedas que giraban sobre las vias. El pasillo estaba vacio. Los otros miembros del grupo debian de haberse acostado hacia rato, considerando que les esperaban dias seguramente agotadores.

Justo cuando Sarah se disponia a encaminarse hacia el compartimiento de Kamal, se oyo un bufido ronco en la direccion contraria. Sarah se dio la vuelta. El ruido procedia inequivocamente del servicio de caballeros, que se encontraba en un extremo del vagon. Las instalaciones sanitarias para las damas se encontraban en el otro.

– ?Es usted, Friedrich? -pregunto Sarah a media voz cuando el ruido se repitio-. ?Doctor Cranston…?

No obtuvo respuesta. En cambio, al cabo de un instante se oyo un tintineo metalico que ya habia escuchado en dos ocasiones anteriores: la primera, cuando se perdio en la niebla en Yorkshire y la persiguio una silueta siniestra. La segunda, en los corredores de Newgate, poco antes de encontrar a Kamal inconsciente en su celda…

Sarah contuvo la respiracion y se le erizo el vello de la nuca, a la vez que un escalofrio le recorria la espalda. Un instante despues, algo se movio al fondo del pasillo.

En la pared pudo verse una sombra que crecia hasta un tamano alarmante. Una figura encapuchada se perfilo en la penumbra; llevaba una capa y avanzaba por el pasillo con pasos energicos, acompanados por aquel tintineo inquietante.

– No -exclamo Sarah, espantada, mientras reculaba hacia el interior de su compartimiento, cruzando la puerta aun abierta-. No…

El gigante se acercaba a ella, imparable cual fuerza de la naturaleza. Tenia que agachar la cabeza, tapada con una capucha, para no chocar con las luces del techo y los tirantes recubiertos de madera. Cuando la luz de una bombilla ilumino por un instante el interior de la capucha, Sarah pudo verle el rostro alargado e inexpresivo, y un unico ojo en la frente. Un panico cerval se apodero de ella.

Giro sobre sus talones, se adentro a toda prisa en el compartimiento y cogio el bolso donde guardaba el revolver. Pero no tuvo tiempo de sacar el Colt Frontier porque, en ese mismo instante, el coloso llego al angosto umbral de la puerta y entro.

– Yo no lo haria -dijo con voz queda, y de debajo de la capa saco una garra poderosa que empunaba un arma de aspecto peligroso: un punal que presentaba una curvatura en forma de hoz y con una punta mortalmente afilada. Sarah sabia muy bien de que era capaz un arma como aquella, y no solo porque ya lo habia experimentado en sus propias carnes. Un punal como aquel le habia seccionado la mano izquierda a Hingis…

Sarah dejo de buscar su arma y prefirio retirar la mano del bolso mientras aun la conservaba.

– Asi me gusta -elogio el ciclope.

La joven reconocio por la voz que no era el mismo que la habia apresado en Praga. Por lo tanto, se dijo, ya son tres…

– Si gritas o pides auxilio, moriras -le aclaro el titan.

– ?Que quiere? -pregunto Sarah.

– ?Tu que crees? El cubo -respondio como quien dice una

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