– El poli ese vino… ese con cara de vaca. -La animosidad afilo su voz, y Kincaid recordo lo mal que lo paso con ella el agente Trumble la manana en que murio Sebastian.
Kincaid puso en marcha otra tactica.
– Trate de recordar lo que hizo antes de que llegara Graham.
Cassie se mordisqueo un dedo, meditabunda.
– Habia estado trabajando. La casa estaba silenciosa como una tumba y empece a sentirme un poco… incomoda. Entonces llego Angela a fisgonear…
– ?Que queria? -pregunto Kincaid con curiosidad. No podia imaginarse que Angela visitara a Cassie voluntariamente.
– No he dicho que quisiera nada -replico Cassie-, se puso a dar vueltas, tocando todas mis cosas. Esa chica me da dentera, y hoy iba con toda su parafernalia de vampiro. Cuando le pregunte que queria, dijo «nada» y se fue. Era lo que yo queria, al fin y al cabo. Luego vine a prepararme un cafe. -Hizo una pausa, concentrandose-. Debian ser las tres pasadas, esperaba una llamada a las tres y como no la recibi, puse el contestador automatico.
– ?Y Graham? -Kincaid aguardo, con la atencion aguzada. Gemma lo habia llamado a eso de las tres y cuarto. Al acabar la conversacion habia bajado y encontrado a Hannah, y solo se le ocurrio mirar el reloj cuando Patrick irrumpio por la puerta principal. Eran las cuatro menos veinte.
– No se. Hice el cafe, fui al bano…
– ?Y cuanto rato llevaba Graham cuando llego Patrick?
– Lo bastante -dijo Cassie con aspereza- para discutir violentamente y arrancarme la ropa.
– ?Y no sabra por casualidad a que hora salio Patrick de aqui? -pregunto Kincaid, esperanzado.
Cassie se incorporo en el asiento y le dirigio una mirada asesina.
– No sea imbecil.
Cuando Kincaid salio del chalet de Cassie, vio a Eddie Lyle escabullendose por el aparcamiento hacia la casa. «Llego tarde, llego tarde a una cita muy importante» se dijo Kincaid por lo bajo, y sonrio.
– ?Lyle!
Eddie Lyle se volvio y aguardo a que Kincaid lo alcanzara. Sus gafas lanzaban destellos bajo la luz del porche.
– ?Alguien ha tomado su declaracion esta tarde? -le pregunto Kincaid con desenfado, mientras entraban uno detras del otro.
– Si, claro -respondio Lyle, con tono irritado de victima-. Acababa de volver de dar un paseo y he oido toda la conmocion a proposito de la pobre senorita Alcock, que se ha caido por las escaleras.
Sacudio la cabeza, y Kincaid no supo si deploraba el accidente de Hannah o las molestias que todo ello le causaba.
– ?Habia ido a dar un paseo? -Kincaid froto la punta de la zapatilla contra la grava.
– Si. Hacia un dia precioso en la montana -Lyle indico Sutton Bank-. Janet estaba durmiendo la siesta, y queria dejarla un poco tranquila. No se encuentra muy bien ultimamente -y anadio, confidencialmente-, desde que murio mi madre, pasa estos momentos de agotamiento. Y ahora, con todos estos acontecimientos tan terribles, esta exhausta.
– Claro. -Kincaid asintio, comprensivo, seguro de que el solo hecho de vivir con Edward debia ser agotador para cualquiera.
– Pero le he dicho a Janet que nos quedaremos hasta agotar nuestra semana, el sabado. -Lyle agito el dedo en el aire, enfatico-. No creo que al inspector jefe Nash le importara que nos fueramos, pero no quiero tirar el dinero. Y a proposito de irse -echo un vistazo al reloj-, mi mujer tendra la cena lista y no quiero que se me enfrie.
Hizo un gesto de despedida y subio trotando las escaleras.
Al oir la palabra «cena», el estomago de Kincaid rugio como si se hubieran activado alarmas internas. No recordaba cuando habia comido de verdad por ultima vez, y como no tenia ninguna esposa que le preparara la comida, penso que tendria que ocuparse el. Sonrio, a oscuras. Eddie Lyle no sabia la suerte que tenia.
18
No podia haberse marchado.
Kincaid intento abrir la puerta de la suite de Hannah, pero el pomo le resbalo de la palma de la mano repentinamente sudada. Estaba cerrada. Retrocedio y se asomo a la ventana del descansillo para ver el aparcamiento. La pintura roja como de cabina telefonica de su Midget relucia alegremente, pero el espacio de al lado, donde estuviera el Citroen verde de Hannah, estaba vacio.
Sintio un nudo en la garganta, pero se dijo que no podia ser tan estupido y dejarse llevar por el panico: probablemente habria bajado al pueblo a comprar cafe o un periodico. Pero ninguna explicacion racional deshizo el miedo que le presionaba el pecho.
Habia pasado la manana paseando en torno al salon, esperando noticias de Gemma, dando por sentado que Hannah estaba a salvo, encerrada en su suite.
Que estupido habia sido. Hannah Alcock llevaba demasiado tiempo viviendo segun sus propias reglas para obedecer a nadie. Kincaid se quedo mirando el aparcamiento fijamente, preguntandose que la habria llevado a salir aquella manana.
La puerta del ala de enfrente se abrio. Kincaid se volvio y vio a Angela Frazer salir y detenerse al verlo. Cassie tenia razon. Todos los vestigios de una quinceanera normal habian desaparecido, camuflados de vampiro punk. Llevaba los labios y la cara pintados habilmente de un blanco calcareo, los ojos pintados de negro todo alrededor, estilo Cleopatra, y el cabello peinado en cresta.
Como mecanismo de defensa debia de funcionar, penso Kincaid; desde luego, parecia inabordable. ?Que habria llevado a Angela Frazer a ocultarse asi? Dejo de lado por un momento su preocupacion por Hannah y se concentro en Angela. La mirada de la chica le hizo sentirse como una mosca bajo el microscopio. Apoyando la cadera en el alfeizar de la ventana, cruzo los brazos y busco el hilo de su anterior encuentro.
– ?Donde te habias metido?
No obtuvo respuesta. No se sorprendio. Esta manera de abordarla falsamente desenfadada habia sonado demasiado paternal. Probo una tactica mas combativa.
– ?Que he hecho yo para merecer este silencio?
Angela bajo la cabeza y aparto sus ojos, evasivos, mientras avanzaba pegada a la pared hacia el, pasando el dedo por lo alto de la moldura, como si comprobara la limpieza. Se detuvo a cierta distancia de el y volvio a mirarlo.
– Nada.
– ?Nada? Vamos, Angela, ?que es lo que te atormenta? No se te ve el pelo durante dos dias y apareces como la novia de Frankenstein. ?Que ha pasado?
Angela bajo la vista hacia su chaqueta negra claveteada y la minifalda de cuero. Por debajo del borde de la falda, asomaban unas rodillas blanquisimas y gorditas, las rodillas de una nina, con sus hoyuelos.
Abrazarla o ponerla sobre sus rodillas y darle unos azotes, cualquiera de las dos posibilidades funcionaria, pero no podia permitirse ninguna. Kincaid aguardo.
– Antes me llamaba Angie.
– Claro. ?No eramos amigos?
Al oirlo, levanto la cabeza con impetu y dijo con rabia.
– No ha hecho nada. Me lo prometio. Ahora a nadie le importa lo que le ha pasado a Sebastian. No quiero decir -anadio, repentinamente recuperando su educacion de clase media- que no me importen la senora MacKenzie y la senorita Alcock. Pero Sebastian era…
– Ya lo se. Es normal que lo sientas asi. -Sebastian, por muchos defectos que tuviera, se habia ganado la