– Que nada cambiaba. Me veia veinte anos viviendo parte de la vida de los demas. El trabajo de mi padre, los hijos de mi hermana…

– ?Como se lo tomaron?

Margaret sonrio, burlandose de si misma.

– Yo soy la fea, nunca pensaron que yo quisiera nada diferente. Me tenia que conformar con los estupidos cumplidos de los clientes de mi padre, con ser la tia Meg y cuidar a los ninos de Kath cuando ella tuviera otra cosa mejor que hacer.

– Se pusieron furiosos -aventuro Kincaid, con una mueca, y Margaret le devolvio la sonrisa, un poco a su pesar.

– Si.

– ?Cuanto hace?

Margaret acabo el ultimo bocadillo y se chupo los dedos, luego se los seco en los pantalones del chandal.

– Hace ya dieciocho meses.

– ?Y no ha venido nadie a verte en todo este tiempo?

Ella se sonrojo y dijo con ardor:

– Esa lengua viperina. Seguro que tiene una lista con todo el mundo que… -Margaret se cogio la cabeza entre las manos y se inclino hacia delante-. ?Que mas le dara a ella? Me estoy mareando.

Demasiada comida, penso Kincaid, ha comido con demasiada rapidez sobre el estomago vacio.

– Baja la cabeza, se te pasara. -Vislumbro un trapo usado y una toalla dobladas en un estante encima de la cama.

– ?Donde esta el bano? -pregunto a Margaret.

– En el descansillo de abajo -contesto ella, con la cara presionada contra las rodillas.

Kincaid llevo la toalla al piso de abajo y la mojo con agua fria. Cuando volvio Margaret levanto la cabeza solo lo suficiente para presionarse la toalla contra la cara. El se acerco incomodo a la ventana, envidiando la habilidad de Gemma para atender necesidades practicas.

La vista -un pequeno jardin lleno de malas hierbas con un par de monos de trabajo enormes colgados de una cuerda- no mantuvo su atencion mucho rato. Al volverse hacia la habitacion, Kincaid se fijo en las pocas pertenencias de Margaret. En la mesa habia un plato con un punado de bisuteria y unos cuantos botes de cosmeticos y lociones. Junto a la placa del gas, un plato y un tazon desconchados, una sarten y algunos cubiertos. Todos los utensilios eran como de segunda mano, los mas baratos que se compran la primera vez que uno se va de casa. En el estante de encima de la cama habia una radio, unos libros muy manoseados y una fotografia enmarcada.

Kincaid se acerco para mirarla. Un hombre mayor, calvo y campechano, con chaqueta de tweed, tenia el brazo en torno a los graciles hombros de su esposa, con sus tres hijos vestidos de marron delante de ellos. Un hermano y una hermana, rubios, guapos, que irradiaban seguridad, y entre ellos Margaret, cabello hacia un lado, sonrisa torcida.

– Mis padres, Kathleen y mi hermano Tommy.

Kincaid hizo un esfuerzo por borrar la compasion de su rostro antes de volverse. Margaret lo miraba, como aguardando algun comentario determinado. En cambio, el se sento en la cama y dijo:

– Habran sido duros los primeros meses sola.

– Pues si. -Margaret miro el trapo humedo que tenia en las manos y se puso a doblarlo en cuadritos cada vez mas pequenos-. Estuve sola hasta que conoci a Jasmine. Encontre trabajo como mecanografa en el departamento de Planificacion. Cuando trabajaba para ella, era muy amable conmigo, pero no… intima, no se si me entiende. - Miro a Kincaid buscando confirmacion, y el asintio-. Era un poco distante. Pero luego se puso enferma. Cogio el alta para el tratamiento, y cuando volvio se veia que estaba peor, pero nadie le decia nada sobre ello. Todo el mundo actuaba como si la enfermedad no existiera. -Margaret levanto la cara y lo miro a traves de sus palidas pestanas, sonriendo un poco ante su propio valor-. Pero yo le preguntaba. Cada dia le decia: «?Como estas?» o «?Que te estan dando ahora?», y al cabo de poco empezo a contarmelo.

– ?Y cuando dejo el trabajo? -quiso saber Kincaid.

– Yo iba a verla. Cada dia, si podia. Era la unica que iba. -Margaret parecia todavia indignada-. Quedaban para jugar a cartas o lo que fuera, pero nadie propuso nunca visitarla.

– ?A Jasmine le importaba?

Margaret arrugo la frente mientras reflexionaba.

– No creo, no parecia tener amigos de verdad en el trabajo. No caia mal a nadie, pero no tenian confianza. - Margaret sonrio a Kincaid con cierta ironia-. Hablaba mucho de usted.

Kincaid se puso en pie y dio unos pasos hasta la ventana.

Llevaba ya demasiado rato evitando hablar de los resultados de la autopsia, y trato de imaginar una manera suave de decirle que Jasmine no habia muerto placidamente durante el sueno.

– Mire -la voz de Margaret sono a sus espaldas-, ya se que no ha venido solo a preocuparse por mi. Jasmine no mantuvo su promesa, ?verdad?

Kincaid penso que Margaret parecia haberle leido el pensamiento. Se sento de nuevo enfrente de ella y escruto su rostro.

– No lo se, su cuerpo contenia una alta cantidad de morfina.

Margaret se derrumbo en la silla y cerro los ojos. Las lagrimas rebosaron por debajo de los parpados y resbalaron por los lados de la nariz. Al poco, se inclino hacia delante y se froto la cara con el trapo arrugado.

– Nunca debi creerla -susurro apenas, mientras se mecia adelante y atras.

– Mira, Meg, si Jasmine estaba decidida a suicidarse no podias impedirselo. Tal vez por una noche, pero no indefinidamente. -Como Margaret seguia meciendose, con los ojos cerrados, se acerco mas-. Meg, hay algunas cosas que tengo que saber, y tu eres la unica que puede ayudarme.

Ella aminoro el ritmo del balanceo y se detuvo. Abrio los ojos, pero se mantuvo encorvada, con los brazos cruzados sobre el vientre, como protegiendose.

– Cuentame para que necesitaba Jasmine tu ayuda.

– Porque ella… -le fallo la voz. Cogio el resto de su te y lo engullo convulsivamente-. Ella no… Bueno, no. La ayude a calcular la dosis, era adicta a la morfina, y sabiamos que necesitaria mucha, pero habria podido hacerlo sola. Habia morfina suficiente, pues habia estado manteniendo la misma dosis que tomaba ahora, pero le decia a la enfermera que necesitaba aumentarla. Y el cateter habria dejado rastro.

– ?Entonces para que? -volvio a preguntar Kincaid, sosteniendole la mirada.

– No lo se, supongo que no queria estar sola al final.

?Habria Jasmine pedido ayuda a Margaret por debilidad, se pregunto Kincaid, y luego habria encontrado una fuerza inesperada? Sacudio la cabeza. Era posible, probable, logico, pero no lo creia.

– ?Que pasa? -pregunto Margaret, incorporandose un poco.

– ?Jasmine tenia…? -Kincaid se detuvo, pues la puerta se habia abierto sin hacer ruido. Entro un hombre en la habitacion, que miro a Kincaid y a Margaret con una expresion divertida y desdenosa.

Margaret, que estaba sentada de espaldas a la puerta, fruncio la cara al ver a Kincaid y pregunto:

– ?Pero que…?

– Bueno -dijo el hombre, y esa sola palabra estaba llena de implicaciones desagradables.

Margaret se volvio al oir su voz y se puso en pie de un salto, sonrojandose inconvenientemente.

– Rog…

– No te levantes, Margaret, no sabia que estarias tan entretenida.

Aparte de una breve ojeada a Margaret, toda su atencion estaba concentrada en Kincaid.

Al tiempo que le devolvia la mirada escrutadora con interes y una antipatia inmediata, Kincaid vio a un hombre esbelto de media estatura, que no llegaba a los treinta anos, con unos tejanos de marca y una cara camisa de algodon remangada y abierta por el pecho. Tenia el cabello rojizo claro y recogido en una cola de caballo, y sus rasgos parecian esculpidos. Kincaid penso con sarcasmo que era arrolladoramente atractivo.

Margaret se quedo rigida, de pie, aferrada al respaldo de su silla, y cuando hablo lo hizo con voz aguda e incontrolada.

– Roger, ?donde estabas? Te he esperado…

– ?Por que tanto panico, Meg? -Roger no se movio de su postura desenfadada en medio de la habitacion, y no hizo ningun esfuerzo por tocar o consolar a Margaret-. ?No crees que deberias presentarnos?

Вы читаете Todo ira bien
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату