Kincaid tomo la iniciativa antes de que Margaret pudiera soltar cualquier cosa.
– Yo me llamo Kincaid. -Se puso de pie y tendio la mano a Roger, quien se la dio con poco entusiasmo-. Soy un vecino de la amiga de Margaret, Jasmine Dent.
– Jasmine ha muerto, Rog. Murio el jueves por la noche. No te encontre por ningun lado.
Margaret temblaba visiblemente.
Roger arqueo las cejas.
– ?Es eso? ?Has venido a decirselo a Margaret?
– He venido a ver como estaba -dijo Kincaid suavemente mientras se apoyaba en el borde de la mesa y doblaba los brazos.
– Que amable. -El acento de escuela privada de Roger expresaba tambien sarcasmo-. Pobre Meg.
Por primera vez, dio un paso hacia ella, extendio el brazo y tiro de su rigido cuerpo hacia el en un breve abrazo. Luego la hizo girar hacia Kincaid de nuevo y le puso una mano suave en la nuca.
– Debe haber sido una conmocion para ti, se ha muerto antes de lo que se esperaba.
– No ha sido eso, es que Jasmine ha muerto por sobredosis de morfina -dijo Margaret, mientras miraba el rostro de Kincaid en busca de apoyo. Roger la solto bruscamente y ella se alejo.
– Vaya, Meg, siento que…
– Duncan sabe lo del suicidio -ella sacudio la cabeza hacia Kincaid-, no te molestes en decir que lo sientes, porque no lo sientes, Rog. Ahora no tienes por que preocuparte.
– ?Preocuparme? No seas ridicula, Meg.
La voz de Roger era ligera, casi juguetona, pero Kincaid noto cautela en lugar de despreocupacion.
– Es que hay otra posibilidad -dijo Kincaid, y la tension vibraba en la habitacion. Las dos caras se volvieron hacia el, Meg perpleja, Roger alerta-. Alguien pudo prestar a Jasmine una ayuda que ella no queria.
– Yo no… -empezo a decir Margaret, luego miro a Roger, quien a juzgar por Kincaid lo comprendio todo perfectamente.
Hubo un largo silencio, hasta que Kincaid se irguio y se estiro.
– Perdone, no he entendido su apellido -le dijo a Roger.
Roger vacilo, pero respondio a reganadientes:
– Leveson-Gower -lo pronuncio «Loos-n-gor».
?Vaya, que elegante! penso Kincaid. Se acerco a la puerta y luego se volvio a Margaret.
– Me marcho. ?Estas segura de que te encuentras bien, Meg?
Margaret asintio, vacilante. Roger le paso el brazo por la cintura y le acaricio el brazo desnudo con los dedos de la otra mano, despacio. Kincaid se dio cuenta de que los pezones de ella se endurecian bajo la camiseta de algodon. Ella aparto la vista, ruborizada.
– Meg esta bien, ?verdad, carino? -dijo Roger.
Kincaid se volvio y abrio la puerta.
– Por cierto, Roger, ?donde estaba el jueves por la noche?
Roger seguia manteniendo a Margaret delante de el, en parte como escudo, en parte como posesion.
– ?Y a usted que le importa?
– Tengo el vicio de pedir cuentas de sus actos a todo el mundo, soy un poli.
Kincaid les sonrio a los dos y salio.
6
El lado este de Carlingford Road estaba completamente en sombras cuando Kincaid paro el Midget en la acera. Subio los cristales y cerro con suavidad la capota, luego se quedo un momento mirando hacia arriba del edificio. Le parecio antinaturalmente silencioso e inmovil, sin rastro de luz ni movimiento en las ventanas. Kincaid se encogio de hombros y lo achaco a su percepcion tendenciosa, pero a media escalera hacia su piso se dio cuenta de que no habia visto al comandante desde el dia anterior.
Tuvo una corazonada de alarma, pero se dijo a si mismo que no fuera tonto, que no habia razon para que le ocurriera nada al comandante. La muerte no acechaba en el edificio como un espectro gotico; sin embargo, se encontro bajando las escaleras de nuevo y llamando a la puerta del comandante.
No obtuvo respuesta. Kincaid volvio a salir mientras pensaba en pasar por el piso de Jasmine para ver el jardin del comandante, cuando lo vio doblar la esquina de la calle. Caminaba despacio, con dificultad, debido a los dos arbustos que cargaba, una maceta debajo de cada brazo.
Kincaid se apresuro a ir a su encuentro.
– ?Necesita ayuda?
– Se lo agradezco mucho.
Kincaid cogio una de las macetas de cinco kilos y oyo la respiracion silbante del comandante.
– Hay una buena subida desde el autobus.
– ?Que son? -pregunto Kincaid mientras acortaba el paso para ir a su lado.
– Rosas. Antiguas. Del vivero de Bucks.
– ?Hoy? -pregunto Kincaid, algo sorprendido-. ?Las ha traido en autobus desde Buckinghamshire?
Habian alcanzado las escaleras que llevaban a la puerta del comandante. Este poso su maceta, se quito la gorra y se seco la cabeza sudada con un panuelo.
– Es el unico lugar donde se encuentran, las llaman almizcle del Himalaya.
Al dejar tambien su maceta, Kincaid miro con desconfianza los tallos desnudos, espinosos.
– ?Pero no podrian…?
El comandante sacudio la cabeza vigorosamente:
– No es el momento del ano, desde luego, pero tenia que ser algo especial. -Ante la cara de perplejidad cada vez mayor de Kincaid, se seco el rostro y prosiguio-: Para Jasmine. Es por la fragancia, no como esos hibridos modernos. Le encantaban las flores con olor, decia que el aspecto no le importaba. Estas florecen una vez, en primavera tardia. Montones de capullos rosa palido, con un olor celestial.
Kincaid tardo un momento en responder, pues nunca habia oido al comandante hablar tanto rato, ni decir nada remotamente poetico.
– Si, tiene razon, seguro que le gustarian.
El comandante abrio la puerta con llave y se agacho a coger las macetas.
– Deje que le eche una mano -dijo Kincaid al tiempo que levantaba una con facilidad.
El comandante abrio la boca para rechazarlo, pero vacilo y dijo:
– De acuerdo, gracias.
Kincaid entro detras de el. Su primera impresion fue de que todo era marron. El comandante pulso el interruptor de la luz y la impresion se extendio a pulcro, limpio y marron. Un papel de pared floral gastado en tonos rosas y marrones, una alfombra marron, unas fundas marrones sobre un sofa y un sillon baratos. No habia cuadros, ni fotos, ni libros que Kincaid hubiera podido examinar mientras seguia al comandante por el salon. La unica mancha de color vivo venia de las revistas y catalogos de jardineria perfectamente ordenados en la mesa baja de madera de pino.
El comandante condujo a Kincaid por la cocina y abrio la puerta a una zona asfaltada debajo de las escaleras que subian al piso de Jasmine. A la derecha, en el rincon formado por la valla y el muro del edificio, el comandante habia construido un pequeno cobertizo. Kincaid asomo la cabeza por la puerta y fue recompensado con un penetrante olor de humus que se le atraganto.
El comandante subio las escaleras hasta el nivel del cesped y poso la maceta. Kincaid hizo lo mismo y se quedo mirando el jardin, impresionado por el contraste entre el piso del comandante y aquel pequeno oasis de color y perfeccion. Se pregunto que mantenia vivo al comandante durante los meses de invierno, cuando no crecian mas que algunas toscas plantas perennes.
Al cabo de un momento, en el que tambien el comandante parecio perderse en la contemplacion, Kincaid pregunto:
– ?Donde va a ponerlas?
– Creo que ahi. -Senalo la pared de ladrillo trasera del jardin, el unico terreno por ocupar que vio Kincaid-.