Son trepadoras, lo invadiran.
– Deje que lo ayude.
De repente, Kincaid sintio el deseo de participar en esta conmemoracion, mas autentica que cualquier oficio pronunciado por un desconocido.
El comandante vacilo antes de responder, una costumbre suya, empezaba a pensar Kincaid, cuando alguien amenazaba con romper su rutina solitaria.
– Ah, si, hay otra pala en el cobertizo.
Kincaid llevo las macetas al fondo del jardin, y cuando el comandante volvio con las palas y senalo el lugar entre los pensamientos y los antirrinus, se pusieron a cavar juntos. Trabajaron en silencio mientras las sombras avanzaban por el jardin.
Cuando el comandante juzgo que los agujeros eran lo bastante hondos, pusieron las rosas con cuidado, rellenaron el hueco alrededor y presionaron la tierra con las manos. Tras anos de vida en pisos de ciudad, Kincaid sintio una satisfaccion al ensuciarse que no sentia desde que hacia fuertes de barro en su infancia en Cheshire.
El comandante se quedo apoyado en su pala mientras supervisaba satisfecho su trabajo manual.
– Buen trabajo. Apuesto a que le gustaria.
Kincaid asintio a la vez que levantaba la vista hacia las oscuras ventanas del piso de Jasmine. Un piso por encima, el sol lanzo un destello en el suyo.
– Estoy desfallecido, salga conmigo a tomar algo -dijo en un impulso, asegurandose a si mismo que estaba aprovechando una ocasion para hacer preguntas al comandante, y que no huia de su piso vacio. Aguardo impacientemente la respuesta del comandante mientras contaba los segundos.
Este miro todo el jardin, consultando los tulipanes y las forsitias.
– De acuerdo, pero mas vale que nos lavemos.
Optaron por el bar de la esquina en Rosslyn Hill, se acomodaron en los sillones de vinilo y pidieron tortillas con patatas fritas y ensalada. El comandante se habia cepillado el escaso pelo y su calva rosa brillaba como su rostro. Kincaid se maravillo ante la generacion que seguia poniendose corbata para una cena informal de sabado. El en cambio se habia cambiado la camisa de algodon por una camiseta de rugby de manga larga, su concesion a la temperatura mas fresca.
Cuando llegaron sus cervezas y bebieron por el borde, el comandante se seco la espuma del bigote y pregunto:
– ?Ha venido el hermano a hacerse cargo de todo, del entierro y de lo demas?
– El hermano ha venido, si, pero no se sentia con animos de hacerse cargo de nada. Ademas, todavia no va a haber entierro.
El comandante abrio mucho sus palidos ojos azules, sorprendido.
– ?No hay entierro? ?Y por que no?
– Porque he pedido una autopsia, comandante. Hay indicios de que Jasmine se suicidara.
El comandante lo miro fijamente a un paso de un violento silencio, luego dejo la jarra de cerveza con tanta fuerza que se desbordo.
– ?Y no podia dejarla tranquila? ?Que le importa a nadie si una pobre alma se pone las cosas un poco mas faciles?
Kincaid se encogio de hombros.
– Nada, comandante, y yo lo habria pasado por alto, si no hubiera nada mas, pero algunas cosas no eran coherentes con el suicidio, y ahora estoy seguro de que su muerte no ha sido natural. Tengo el informe de la autopsia.
– ?Que cosas? -pregunto el comandante, al tiempo que retenia la afirmacion fundamental.
– Jasmine tenia intencion de suicidarse, eso lo sabemos. Pidio a su amiga Margaret que la ayudara, pero luego le dijo que se sentia diferente y que lo habia pensado mejor. No dejo notas ni explicaciones. Sin duda, lo hubiera hecho por Margaret. Ademas -Kincaid hizo una pausa lo bastante larga para dar un sorbo a su cerveza-, habia quedado con su hermano, a quien no veia desde hacia seis meses, justo manana.
El comandante asentia a cada punto, pero cuando Kincaid termino, dijo:
– No puedo entender que nadie le haya hecho dano a la pobrecilla. No iba a durar mucho.
Sus ojos azules eran sorprendentemente penetrantes en la cara redonda.
La camarera llego con sus platos, con lo que le dio asi a Kincaid una prorroga. El comandante rocio sus patatas con vinagre, luego echo salsa HP en la tortilla. Kincaid arrugo la nariz cuando le llego el aroma del vinagre. Costumbres de solteron, penso. Dentro de unos anos el haria lo mismo.
– ?Que le parece, comandante? Usted la conocia, tal vez mejor que yo.
El comandante corto un poco de huevo con el tenedor y la paso por el bano de salsa marron de su plato.
– No puedo decir que la conociera bien, en realidad. Solo hablabamos de -se metio el tenedor con el trozo de tortilla y patatas en la boca y prosiguio- cosas cotidianas. El jardin, la television. A Margaret no la conozco, pero la veia entrar y salir, y a veces salia a las escaleras a saludarme cuando yo estaba en el jardin. Una chica simpatica, no era como Jasmine. No quiero decir -se corrigio- que Jasmine no fuera simpatica, pero era mas suya, ya me entiende.
Como sorprendido por su propia falta de tacto, aparto la vista de Kincaid y se concentro en su cena.
La maquina expres silbo y borboto como un monstruo subterraneo mientras Kincaid daba un mordisco a su tortilla.
– ?Alguna vez ha visto a Margaret venir con alguien? ?Un novio?
El comandante fruncio las cejas y sacudio la cabeza.
– No creo.
Kincaid penso que de Roger se acordaria.
– ?Ha visto alguna vez a Theo, su hermano?
– No que yo recuerde. No recibia muchas visitas, a no ser la enfermera en los ultimos meses. Que por cierto -se inclino para confiarle algo mientras recogia el ultimo trozo de tortilla con patatas-, esta de muy buen ver.
Kincaid advirtio divertido que la pasion del comandante por las plantas no se extendia a la comida; la mayor parte del acompanamiento de berros y pepino habian quedado abandonados en el plato.
– ?Que me dice del jueves por la noche? ?Alguien fue a visitarla, que usted sepa?
– No estaba. Los jueves no estoy, tengo el coro.
– ?Canta usted? -pregunto Kincaid. Aparto el plato vacio y se inclino hacia delante, con los codos sobre la mesa.
– Desde que era pequeno. Gane premios como tenor, antes de que me cambiara la voz.
Kincaid penso que la tez del comandante parecia incluso mas rojiza de lo acostumbrado. Asi que era esa su otra gran pasion.
– No me lo habria imaginado. ?Y donde canta?
El comandante apuro su cerveza y se limpio el bigote con la servilleta.
– En St. John's, en los servicios del domingo; los miercoles, visperas; los jueves, ensayo.
– ?Volvio tarde el jueves?
– No, hacia las diez, me parece.
– ?Y no oyo ni vio nada extrano?
Kincaid aguantaba la respiracion por las expectativas. Era una pregunta que tenia que hacer, pero el destino no solia ser generoso con las respuestas. Si la gente veia algo realmente extrano, lo decia enseguida, pero los detalles menores les volvian a la memoria solo cuando algo les refrescaba las ideas.
El comandante sacudio la cabeza:
– Pues no.
La camarera se llevo el plato vacio de Kincaid y volvio al cabo de un momento con la cuenta. El ruido del cafe habia aumentado progresivamente. Kincaid miro a su alrededor y vio todas las mesas llenas y clientes en potencia esperando en la puerta; el buen tiempo, combinado con el sabado, sacaban a la gente de casa. Se acabo la cerveza de mala gana.