corbata y se desabotono el cuello-. Por hoy hemos hecho bastante, estoy hecho polvo. ?Te apetece tomar algo antes de ir a casa?

Gemma vacilo, luego hizo una mueca.

– Mejor que no. Ya he hecho bastantes novillos ultimamente. -Salio con un gesto de despedida, pero volvio a asomar la cabeza por la puerta-. No te olvides de cuidar del gato.

***

El cambio de tiempo habia retirado a las multitudes del fin de semana de Hampstead Heath. La primavera habia desplegado sus verdaderos colores y todo el mundo se precipitaba a los pubs y salones de te, aparte de algunos paseantes solitarios que sacaban a sus perros o los que salian a correr. La basura que habia quedado de las reuniones al aire libre por el buen tiempo volaba por la hierba. Kincaid paso por casa el tiempo justo para ponerse tejanos y anorak, cruzo East Heath Road al final de Worsley y se metio en un sendero del parque a la altura de Mixed Bathing Pond. Sentia la necesidad de sacudirse de la mente y del cuerpo algunos pensamientos obsesivos. Correr requeria demasiada concentracion, o al menos eso se dijo, asi que se dirigio hacia el norte y echo a andar, dejando libre el flujo de su pensamiento.

Las teorias de Gemma lo preocupaban mas de lo que queria reconocer; se fiaba de su instinto, y si ella decia que Margaret Bellamy estaba asustadisima, el se lo creia, pero no podia hacer una construccion logica del resto. Habia demasiados interrogantes.

Sonrio al pensar en los argumentos de Gemma. A veces su entusiasmo le divertia, otras le irritaba, pero esa era una de las razones por las que trabajaban bien juntos. Ella se lanzaba sobre las ideas precipitadamente, mientras el tendia a preocuparse, y a menudo, llegaban juntos a una conclusion satisfactoria.

El sendero cruzaba el estanque del viaducto, y se detuvo un momento con las manos en los bolsillos para admirar la vista. Ramas con brotes nuevos formaban imagenes reflejadas en el agua y, al oeste, la aguja de la iglesia de Hampstead se elevaba sobre las ramas todavia desnudas de los arboles mas altos. Gemma se habia mostrado diferente el fin de semana, parte de su fogosa energia se atenuo por un conformismo perezoso. Un vestido de algodon de colores vivos protegia una piel levemente enrojecida por el sol, una difuminada fragancia de melocoton se desprendia de ella cuando habia estado a su lado en la tienda de Theo. Kincaid parpadeo y se sacudio como un perro que sale del agua.

***

Volvio a caminar de nuevo, con la cabeza baja contra el viento, y emprendio la larga cuesta hacia la parte superior de la colina. Por algun motivo, durante el fin de semana, algo entre ellos habia cambiado. Pero hoy habian vuelto a trabajar como siempre, y el habia empezado a pensar que se estaba inventando las cosas. Sin embargo, habia percibido la extrana vacilacion de Gemma cuando le propuso tomar algo. Lo hacian con frecuencia y charlaban sobre el trabajo del dia y el plan para el dia siguiente, y solo ahora se daba cuenta con que impaciencia aguardaba esos momentos. Tal vez le exigia demasiado tiempo y ella se habia resentido. Tendria mas cuidado en el futuro.

Ramitas de tojo cargadas de brotes amarillos se le enganchaban en las mangas al pasar, ensimismado, demasiado cerca. Bellas y espinosas, como Gemma, y como a ella, habia que manejarlas con cuidado. Sonrio.

El sendero terminaba en la parte superior de Heath Street, justo enfrente del Jack Straw's Castle. El aparcamiento del viejo pub ya estaba lleno, y cuando se abrio la puerta, el viento trajo la musica a oidos de Kincaid. La multitud vociferante no le apetecia, y emprendio el descenso hacia la izquierda por Heath Street, notando un tiron en las pantorrillas al bajar la cuesta. Cuando llego a la estacion de metro, un impulso lo llevo hacia delante en lugar de a la izquierda, hasta Hampstead High Street. No tardo en toparse con Church Row a su derecha y se metio por el callejon, con la aguja de St. John guiandole como una brujula.

Kincaid entro en el cementerio por la gruesa verja de barrotes. Un borracho roncaba en un banco junto a la puerta de la iglesia, rompiendo el silencio. Kincaid giro a la izquierda hasta el verdor de la ladera cubierta de tumbas, que ya a principios de primavera estaba invadida de vegetacion. El camino serpenteaba bajo las pesadas ramas de los arboles de hoja perenne, abriendose paso entre las losas de piedra gris, manchadas de liquenes. Se detuvo en su lugar preferido, justo antes del limite del muro inferior.

La inscripcion junto a la tumba decia: «John Constable, Esq., R.A., 1837». Constable yacia junto a su esposa, Mary Elizabeth, y el epitafio mencionaba tambien al hijo de ambos, John Charles, muerto a los veintitres anos. El nombre de Constable estaba asociado con la historia de casi todos los rincones de Hampstead, pues alquilo una casa tras otra desde 1819 hasta su muerte, y se decia que habia pedido que su «descanso eterno» tuviera lugar en el pueblo que habia inmortalizado en sus cuadros.

Kincaid no sabia por que aquel monumento victoriano le resultaba tan consolador, pero desde que vivia en Hampstead habia tomado la costumbre de ir a pensar alli cuando no podia resolver algo. Se sento en una roca y froto una ramita entre los dedos, deshaciendo la corteza oscura en polvo. Fruncio las cejas e intento aclararse, concentrarse. Su instinto visceral le decia que Meg queria sinceramente a Jasmine, y no le habria hecho dano contra sus deseos. Sin embargo, Roger era de otra pasta, y bastante apestosa, por cierto. El sexo implica un poder fuerte y a veces retorcido, y no estaba seguro de hasta que punto Meg podia hacer la vista gorda para conservar su relacion con Roger.

?Y Theo? ?Sentiria mas rencor que amor por su hermana? Sin duda, tenia razones para estarle agradecido, pero la contradiccion de la naturaleza humana podia hacer de la gratitud una carga pesada de llevar.

Imagino a Jasmine sentada en el centro de una red de relaciones, intacta. ?Que habria sentido ella por cada uno? ?Se habia movido por la vida insensible e inconmovible? Con identica imparcialidad habia hecho frente a su enfermedad. El no lograba conciliar la imagen de chica pasional de los diarios con la mujer que habia conocido, fascinante, ingeniosa, inteligente, y mas precavida de lo que hubiera imaginado.

Kincaid suspiro y se puso en pie. La luz se extinguia rapidamente, las tumbas ya no tenian secretos que revelarle y, si no se daba prisa, deberia subir la colina a tientas. Reparo en que el viento habia cesado y, mas alla del limite del seto, las luces de la ciudad brillaban en la creciente oscuridad.

El borracho habia desaparecido cuando Kincaid volvio a la iglesia. En el interior del edificio, amortiguadas por las pesadas puertas, unas voces cantaban cadencias familiares.

– Las visperas -dijo Kincaid en voz alta. ?Cuando habia oido unas visperas por ultima vez? El sonido lo devolvio a la iglesia de ladrillo rojo de su infancia en Cheshire. Sus padres habian considerado el servicio de las visperas el unico compromiso entre su educacion anglicana y su filosofia liberal, y mientras la familia acudia con frecuencia a las visperas, Kincaid no recordaba un solo domingo en la iglesia.

Kincaid abrio unos centimetros la puerta acolchada de cuero azul y se introdujo por ella, se dirigio al ultimo banco y se sento con cuidado. Solo unas pocas figuras aisladas llenaban los bancos delante de el. Se pregunto si el servicio tendria lugar con tan poca asistencia.

Las voces se elevaron, el sonido lleno toda la iglesia vacia y las notas del macizo organo vibraron por el banco hasta sus huesos. Kincaid se relajo y se puso a mirar al director del coro. El hombre empleaba las manos como armas contundentes, dando senales a los coristas con movimiento sincopados. Se asemejaba mas a un delantero de rugby que a un director de coro; superaba el metro ochenta y cinco, tenia hombros macizos bajo el sobrepelliz y una fuerte mandibula en su cabeza cuadrada.

El director dio un paso hacia la derecha y Kincaid vislumbro una cara conocida en la ultima fila del coro. Una franja de cabello gris en torno a una calva y un rostro rubicundo, un bigote gris. Kincaid estaba tan acostumbrado al atuendo de tweed del comandante que la tela blanca del sobrepelliz lo habia desorientado por un instante. ?Como podia haber olvidado que el comandante le dijo que cantaba en el coro de Saint John? Kincaid lo observo, fascinado al ver a su taciturno vecino elevando su voz de bajo, alegre, con la boca bien abierta.

El servicio estaba a punto de acabar. El «Amen» final vibro suspendido y luego el coro se disgrego. Los demas fieles adelantaron a Kincaid en su camino hacia la puerta, sonrientes mientras le echaban un vistazo, curiosos. Asiduos, penso, que se preguntaban quien era el. Cuando se cerro la puerta del porche tras el ultimo rezagado, Kincaid se puso en pie y se dirigio al altar.

– Perdone.

El director tenia la mano en una puerta que Kincaid penso que llevaria a la sacristia. Giro sobre sus talones,

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