sobresaltado, con un movimiento sorprendentemente gracil en un hombre tan alto y voluminoso.
– ?Si?
– ?Puedo hablar un momento con usted? Me llamo Duncan Kincaid. -Kincaid penso rapidamente. No pretendia hacer una investigacion oficial sobre un amigo y vecino asi como asi, solo quedarse tranquilo. Tal vez los tejanos, el anorak y el cabello revuelto por el viento no eran ninguna desventaja, al fin y al cabo.
Con la mano tendida, el director del coro se acerco.
– Me llamo Paul Grisham, ?que desea?
Kincaid noto un deje familiar en su voz.
– Es usted gales -dijo, en tono afirmativo. El rostro de Paul Grisham se ilumino con una sonrisa, mostrando unos dientes grandes y torcidos. Tenia la nariz rota, probablemente se le habia roto mas de una vez.
– Pues si senor, de Llangynog. -Grisham inclino la cabeza mientras observaba a Kincaid-. ?Y usted?
– Soy de alli cerca, al otro lado de la frontera. Me crie en Nantwich.
– Si, no habla como un londinense de nacimiento.
– ?Juega a rugby? -Kincaid se toco la nariz con un dedo.
– Jugaba, si, cuando mis huesos se soldaban mas rapidamente. Wrexham Union.
Kincaid avanzo un poco y se apoyo en la barandilla del altar. Noto que Grisham estaba esperando que fuera al grano, y dijo como si tal cosa:
– He pasado por aqui por casualidad, no tenia ni idea de que hubiera visperas. -Senalo con la cabeza el lugar del coro, detras de Grisham-. Me ha parecido ver al comandante Keith.
Grisham sonrio.
– ?Conoce al comandante? Uno de nuestros pilares, desde luego, aunque no se diria al verlo con tan mal genio. Puntual como un reloj, no se pierde un ensayo.
– ?Dos veces a la semana? -aventuro Kincaid.
– Los domingos y los jueves por la noche.
– Es mi vecino de abajo. No sabia que cantara, pero me preguntaba adonde desaparecia tan regularmente. Me imaginaba que salia a tomar una cerveza. -Kincaid se irguio mientras Grisham se quitaba el sobrepelliz y hurgaba el bolsillo del pantalon en busca de unas llaves-. Es que me ha sorprendido verle.
– Si no le importa, le dejo salir por la puerta principal antes de cerrar. Es por los gamberros, ya sabe -anadio como disculpa.
– Por supuesto. -Kincaid se volvio y caminaron juntos por la nave central-. No queria hacerle perder tiempo.
Cuando llegaron al vestibulo Grisham se detuvo y se volvio hacia Kincaid, vacilante. A la luz tenue, Kincaid tenia que mirar hacia arriba para leer su expresion. El hombre le sacaba una cabeza; debia de ser casi tan alto como su jefe.
– ?Dice que es usted vecino del comandante?
Kincaid asintio.
– Desde que compre el piso, hace tres anos.
– ?Y lo conoce bien?
Kincaid se encogio de hombros y respondio:
– No mucho, creo que nadie lo conoce. -Enseguida le vino a la mente Jasmine, con sus relatos de los tes con el comandante, por las tardes, y penso en las rosas plantadas en su memoria-. Bueno, quizas habia una persona, nuestra vecina, pero murio la semana pasada.
Grisham aferro la pesada puerta del porche y la abrio como si fuera de carton.
– Eso lo explica, entonces. El jueves pasado se fue del ensayo pronto, dijo que se encontraba mal. Era la primera vez que lo hacia y me preocupo un poco, viviendo solo como vive. Pero no es alguien a quien se pueda preguntar estas cosas.
– No -convino Kincaid, saliendo a la oscuridad-, supongo que no. Gracias por atenderme, volvere -dijo, sinceramente, y mientras la puerta se cerraba vio, por un instante, los blancos dientes de Paul Grisham.
Lo que no anadio fue que Jasmine no pudo ser la razon de la repentina indisposicion del comandante, puesto que este se entero de su muerte cuando se lo dijo Kincaid, el mediodia del viernes.
Se detuvo a tomar una empanada y una cerveza en King George, a media distancia del final de High Street. Cuando salio nuevamente a la calle, el aire le parecio humedo sobre la piel. ?Apostaba lo que fuera a que al dia siguiente lloveria! Se subio el cuello del anorak, hundio las manos en los bolsillos para protegerse del frio y camino hacia casa despacio, mirando los escaparates iluminados de las tiendas vacias.
Sus pasos le llevaron con naturalidad a la puerta de Jasmine, y entro con la llave que habia anadido a su llavero. Cuando encendio la lampara, Sid parpadeo desde el centro de la cama, luego parecio levitar mientras se desperezaba.
«Hola Sid, ?hoy te alegras de verme? ?O es que tienes hambre?»
El gato lo siguio a la cocina y espero sentado mientras Kincaid buscaba el abrelatas por la cocina.
«No te arremolinaras alrededor de mis tobillos, ?eh, colega?» le dijo Kincaid, recordando como se enroscaba el gato en los finos tobillos de Jasmine a la hora de las comidas. Cuando ella estuvo mas fragil, el temio que el gato la hiciera caer, pero nunca dijo nada. «Sin demasiadas confianzas, ?de acuerdo?»
Dejo el plato en el suelo y paso los dedos por el suave lomo de Sid mientras este se aproximaba a la comida. Recordando las instrucciones de Gemma, encontro la caja de sus necesidades debajo del lavabo, la vacio en el cubo de la basura y la volvio a rellenar con el contenido de un paquete que encontro en un armario. Saco la bolsa de la basura del cubo y la preparo para llevarsela.
Se sintio muy contento de si mismo, cambio el agua de Sid y lo observo comer.
«?Que va a ser de ti, colega?». Mientras Sid lamia el plato, Kincaid anadio. «Parece ser que se te ha pasado ya el duelo». Humanos o animales, en la mayor parte de los casos el cuerpo se recupera con bastante rapidez. Ya bebas te o whisky, te comes lo que te echan y la vida sigue. «Hasta manana, colega».
Dejo una lampara encendida para el gato y subio a casa a seguir con los diarios de Jasmine.
5 de junio de 1963