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La promesa de lluvia de la noche anterior se cumplio. Kincaid escrutaba a traves del parabrisas del Midget hacia la luz gris, en un esfuerzo por ver la carretera, mientras los limpiaparabrisas iban de un lado a otro, expulsando la llovizna. Habia dejado la M3 en Basingstoke y se habia dirigido hacia el oeste por la autopista hacia Dorset.

La decision, madurada en algun momento entre el cafe y la salida de casa hacia la jefatura, lo habia pillado por sorpresa. Habia sonado con Jasmine -la nina orgullosa de los diarios, no la Jasmine de caracter reservado inquebrantable, fragil por la enfermedad- y se desperto con la huella de su imagen escribiendo en su cuartito de la buhardilla.

Habia un salto despues del pasaje sobre el muchacho, y cuando volvio a escribir era ya sobre su vida en Londres, la busqueda de un piso, la adaptacion al nuevo trabajo. Comparados con los pasajes anteriores, estaban extranamente carentes de emocion, como si los diarios hubieran quedado relegados a registrar hechos triviales.

Kincaid se habia rendido al cansancio, pero se habia despertado nuevamente preocupado. Habia hecho unos rapidos calculos. Jasmine tenia veintidos anos en aquella ultima anotacion, y a el se le antojaba extranamente inmadura. Si no hubiera crecido acostumbrada a cuidar de Theo a causa de la vida que le habia tocado, tal vez el hecho de que hubiera llegado a veinte anos sin experiencias sexuales no le habria llamado tanto la atencion; cuanto mas pensaba en ello, menos le sorprendia: madura para su edad en algunas cosas, Jasmine habia seguido siendo una marginada. No habria encajado con los flirteos de los adolescentes ni con su ruda camaraderia, y la vida de un pequeno pueblo ingles no favorecia las aventuras.

Con aquella inesperada peregrinacion, albergaba la esperanza de encontrar alguna respuesta en la aldea de Briantspuddle, de que alli hubiera quedado algun resto del paso de la infancia a la edad adulta de Jasmine.

***

El camino corria como un tunel entre los altos setos, hundiendose y retorciendose como la madriguera de un conejo. Algunos espacios vacios en los muros de vegetacion revelaban solo campos embarrados. Kincaid habia comprobado el mapa cuando hubo parado a comer algo en Blandford Forum, pero empezaba a preguntarse si se habria saltado la ultima senal, justo cuando el camino cruzo un riachuelo, viro repentinamente hacia la derecha y lo llevo a un claro. Una hilera de casitas blancas se extendia por la carretera y una senal en el centro de la bifurcacion anunciaba «Briantspuddle».

Kincaid se detuvo en la interseccion. Ninguna iglesia… ningun pub. Sin estos dos puntos de informacion, su tarea iba a ser mas ardua. Tomo la bifurcacion hacia el oeste, con la esperanza de encontrar alguna posible fuente de cotilleos.

A unos pocos centenares de metros, se topo con otro conjunto de casas, menor incluso que Briantspuddle. Estas estaban pintadas de colores pastel, no de blanco, pero aparte de las espirales de humo que salian de algunas de las chimeneas, la pequena aldea parecia un desierto. Una cruz de piedra y la figura de una virgen de piedra tallada en un hueco del pie, parecian atraer las casas de alrededor como fieles en torno al predicador.

Kincaid detuvo el coche y salio. La lluvia habia disminuido hasta convertirse en una llovizna tan fina que habia hecho chirriar los limpiaparabrisas, y ahora se dio cuenta de que habia cesado. Dio la vuelta a la cruz y examino su peculiar construccion. El diseno le recordo una cruz tradicional. Delante estaba la virgen cobijada bajo un tejadito en punta en la base de la aguja, mientras que detras una figura mayor no identificada parecia flotar en el centro de la columna. Habia una inscripcion alrededor de la base cuadrada de la columna, y Kincaid la leyo mientras daba la vuelta a la cruz de nuevo: «En verdad el pecado es causa de todo este dolor. Pero todo ira bien, todo ira bien, y todas las cosas sin excepcion iran bien».

Kincaid volvio al coche y retomo el camino por el que habia venido. Cuando llego nuevamente a Briantspuddle, dejo el coche en la cuneta y apago el motor. Bajo del coche y percibio el aire fresco que envolvia su piel como una capa. Respiro hondo y el profundo y humedo silencio le dio vigor.

Un leve ruido ritmico rompio el silencio y Kincaid se volvio, buscando el origen. Algo se movia detras del seto de la casita mejor cuidada, debajo de una fila de ciruelos en flor y de ramilletes de forsitias amarillo brillante. Dio unos pasos hacia alla y el movimiento se resolvio con la aparicion de una coronilla gris; ya mas cerca, una mujer mayor de rodillas escardaba las flores.

La mujer levanto la vista sin sorprenderse, y le sonrio.

– Tengo que aprovechar -dijo, senalando las nubes grises y bajas-, no durara mucho.

Hablaba como una persona culta, con un leve deje de Dorset.

Kincaid se metio las manos en los bolsillos y esbozo la mejor de sus sonrisas.

– ?Que bonito seto!

Vista mas de cerca, la mujer parecia fragil, de quiza mas de ochenta anos, vestida con una falda de tweed y un conjunto de jersey y cardigan bajo una chaqueta vieja y manchada. Llevaba el fino cabello gris recogido en un mono en la coronilla, y en los pies no llevaba los gruesos zapatos esperados, sino un par de zapatillas de basquet de nailon fluorescente.

Con el ceno fruncido, medito muy seria la observacion y, por fin, sacudio la cabeza.

– Y eso que no ha visto los rododendros. En un mes estaran preciosos. Esos -senalo con la paleta los pensamientos y los narcisos- solo son el primer acto.

Esta vez Kincaid sonrio sinceramente, seducido por su sentido del humor.

– ?Un aperitivo?

– Muy bien. -Le devolvio la sonrisa, con las manos enguantadas en las rodillas, y Kincaid penso que en sus tiempos debio de ser muy guapa. En su mirada habia curiosidad mientras escrutaba su rostro-. ?Esta usted de paso? -pero enseguida anadio-: ?Que pregunta mas tonta!, Briantspuddle no esta de paso hacia nada.

– No, no exactamente. ?Lleva mucho tiempo aqui?

– Depende de lo que usted llame mucho. Desde antes de la guerra. Eran los buenos tiempos de Briantspuddle. Ernest Debenham, el magnate de los grandes almacenes, decidio que haria de esto un pueblo granjero modelo. Estas casas las construyo o las restauro el. -Levanto la ceja, coqueta-: ?Sabe a que guerra me refiero, joven?

– Usted no estaba todavia en la primera, y mucho menos para recordarla.

– Eso lo dice para halagarme. -Se froto los guantes uno contra otro y se levanto con una mueca. Kincaid le tendio una mano y ella hizo un gesto para agradecerselo.

– ?Se acuerda de una mujer llamada May Dent, por casualidad?

Ella puso cara de sorpresa.

– ?May? Pues claro. Fuimos vecinas durante anos. Vivia justo enfrente, ahi. -Kincaid se volvio hacia donde senalaba: la casa estaba retirada de la carretera, al fondo de un camino bordeado de arbustos. Ninguna flor alegraba su severidad en blanco y negro, y las altas ventanas bajo el alero de paja le daban un aspecto misterioso.

Saco del bolsillo de la chaqueta la placa de identificacion y la abrio ante la mirada asombrada de la mujer.

– Soy Duncan Kincaid.

Ella miro la placa y lo miro a el, levantando las cejas expresivamente.

– No parece usted un pez tan gordo.

Kincaid se echo a reir.

– Gracias por el cumplido.

Ella se sonrojo.

– Estoy quedando como una idiota. Nunca he querido ser una de esas senoras pesadas que creen que todos los menores de sesenta deberian ir en panales. Yo soy Alice Finney, por cierto.

Le tendio la mano a Kincaid y el la tomo, notando la ligereza de sus huesos entre sus dedos.

– Senora Finney, ?recuerda a los sobrinos de May Dent, que vinieron de la India a vivir con ella?

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