el persistia y excavaba hondo, ?lograria juntar por fin todas aquellas piezas en un todo? ?Existiria una persona definitiva? ?Alguna vez podria uno decir que esta era Jasmine y no la otra?
Se dio cuenta de que parte de la inquietud melancolica que lo dominaba desde que salio de Dorset tenian que ver con su creciente reticencia a seguir leyendo los diarios de Jasmine. Todo lo que habia leido hacia crecer su idea de ella como una persona profundamente reservada, incluso misteriosa, y la sensacion de que entraba en su vida sin autorizacion era cada vez mayor.
Se sorprendio mirando fijamente a dos chicas que pedian en la barra. Una tenia el cabello naranja muy corto, casi al rape; la otra, una cabellera clara y lisa que le caia por la espalda. Las minifaldas en tela elastica dejaban al descubierto las piernas desnudas desde las nalgas, a pesar de la noche humeda y fria. Supuso que la vanidad las proveia de suficiente calor interior. Lo que le molestaba no era la probabilidad de que se resfriasen, sino el no saber desde cuando llevaban alli. Debia de estar envejeciendo.
La vista de la chica rubia acciono el mecanismo habitual. Un doloroso recuerdo se disparo casi antes de hacerse consciente. Vic. ?Que extrano haber profundizado tanto en los pensamientos intimos de Jasmine y no haber sabido nunca lo que su mujer pensaba! Su relacion con Jasmine, en cierto modo perverso, se habia vuelto mas intima que su matrimonio.
Kincaid pincho el ultimo trozo de patata y de salchicha con el tenedor. De buena o de mala gana, volveria a casa y reanudaria la lectura donde la habia interrumpido. No podia dejar el trabajo a medias, no seguir aquella vida hasta su termino. Lo empujaba una sensacion de urgencia, casi una necesidad.
Durante los meses que siguieron a su llegada a Londres, el diario de Jasmine recordaba a Kincaid los libros de cuentas que llevaban las esposas victorianas. «He comprado las cortinas para el piso. He gastado diez libras en cacharros de cocina. ?Quedara para pagar las tasas?» Aparecian lagunas, luego las entradas volvian a aparecer, sin fechar, esporadicas e inconexas. Kincaid paso las hojas y se detuvo ocasionalmente para leer una entrada con mas atencion.
14
El doctor James Gordon abrio la investigacion judicial sobre la muerte de Jasmine Dent a las nueve de la manana del miercoles. La sala del tribunal conservaba el frio de la noche y olia a humo de tabaco rancio. Kincaid se sintio aliviado de que en Londres los jueces de instruccion fueran normalmente doctores en derecho y la mayoria pudieran llevar a cabo una investigacion a buen ritmo. Los jueces de instruccion de los condados, normalmente abogados de poblacion pequena con mas conocimientos de politica local que de jurisprudencia medica, a veces se sentian tentados de hacer de tribuno. Kincaid habia tratado ya con el doctor Gordon y sabia que era justo, concienzudo y, fundamentalmente, inteligente. Los ojos azules de Gordon, tan incoloros como su ralo cabello rojizo, eran agudos y atentos. Presidia la sala desde una mesa de roble rayada, frente a Kincaid, Gemma, Margaret Bellamy y Felicity Howarth. Todos menos Gemma habian sido convocados para declarar, y no se esperaba a nadie mas.