– Creo que por eso no queria verme… no queria volver a oir lo mismo. Me habia dicho que esta seria la ultima vez. «Basta de hacer las cosas por la cara, Theo». ?Que le iba a decir? -Trago saliva-. Luego cuando me llamo y quiso verme…
– ?Se lo ibas a contar?
Theo se encogio de hombros, desarmado.
– Nunca he sabido mentir muy bien.
– Debiste sentirte aterrado.
Theo asintio.
– Esa noche no dormi, pensando en que le diria.
– No se habria enfadado contigo.
– Pero hubiera sido mejor. -El tazon de Theo permanecia intacto sobre la mesa delante de el. Lo cogio y bebio, sediento, luego se relamio los labios-. No sabes lo que es decepcionar a alguien una y otra vez. Si me hubiese gritado, hubiera podido soportarlo. Bien lo ha hecho otra gente. -Sonrio-. Pero yo veia la decepcion en su cara, no sabia disimularlo, y luego sonreia y me justificaba. Como si fuera en parte culpa de ella. Yo no lo soportaba.
Meg vacilo si pronunciar las palabras que se formaban en sus labios, no muy segura de si tenia derecho a preguntar.
– ?Ahora te ira bien, sin el pago de la hipoteca?
Theo se puso las gafas y se las subio por la nariz con el dedo, en un gesto que ya le resultaba familiar a Meg. La luz de la lampara de mesa reboto en los cristales y oculto sus ojos de los de ella.
– Si la tramitacion del testamento no se demora mucho, si las ventas no son catastroficas, puedo salvarme por los pelos. Se que es terrible decirlo, pero me llega justo a tiempo.
Kincaid entro en el edificio y se detuvo en la escalera mientras hacia girar la cabeza a uno y otro lado para aliviar el dolor de la nuca y de los musculos del cuello, y se paso la mano por el cabello revuelto. Habia pasado la tarde haciendo lo que menos le gustaba: perseguir las vagas y tenues relaciones en la vida de Jasmine Dent. Antiguos companeros de trabajo, jefes, su medico, su dentista, su agente de seguros… toda la gente que pudiera recordar algun nombre, algun incidente que le diera un hilo para unir pasado y presente.
Pero volvia con las manos vacias, como era de esperar.
Cuando pasaba por el rellano de Jasmine, oyo un murmullo de voces. Hizo una pausa, detuvo la cabeza y aguzo el oido para asegurarse de que procedia del piso de Jasmine.
Metio la llave en la cerradura y abrio despacio la puerta. Margaret Bellamy y Theo Dent estaban sentados junto a la mesa. Al oir la puerta se volvieron, con los rostros helados por el sobresalto y con la expresion de culpa de los ninos que han sido pillados con las manos en la masa.
– ?Senor Kincaid? -Meg fue la primera en recuperarse. Se sonrojo y se dispuso a levantarse de la silla.
– ?Una reunion? -dijo Kincaid, y les sonrio-. ?Hay algun invitado mas?
Meg retiro su silla.
– Venga aqui, deje que…
– No -dijo Kincaid mientras se dirigia hacia la cocina-. Ya lo cojo yo, conozco bien el camino.
Ellos se quedaron sentados en medio de un incomodo silencio, con los ojos fijos en Kincaid mientras llenaba el hervidor y ponia una bolsita de te en el tazon de ceramica que empezaba a considerar suyo. Al cabo de un rato, Meg se volvio hacia Theo y le hablo con intencionada alegria.
– Conozco tu pueblo. Yo soy de Dorking y he pasado cientos de veces de camino a casa de mi abuela, en Guildford. ?Tu tienda es la que esta en el recodo?
Theo asintio, sin dejar de mirar a Kincaid.
– Exacto, enfrente del reloj y del carillon.
– Debe de ser preciosa -dijo Meg, melancolica-, tenerla para ti solo.
Kincaid llevo el tazon a la mesa y se sento. Se desabrocho el cuello de la camisa y aflojo el nudo de la corbata.
– ?Quien de vosotros -pregunto, con una sonrisa de camaraderia- tiene la llave de este piso?
Meg bajo la vista a la mesa mientras daba vueltas al tazon entre las manos.
– Yo. Jasmine me pidio que me hiciera una copia, por si no podia abrirme cuando venia.
– ?Por que no lo has mencionado antes?
– No se me ocurrio. -Meg lo miro a los ojos, con la frente arrugada, suplicante-. Sinceramente. Estaba tan afectada que no se me paso por la cabeza. ?Es importante?
– Vuelve a contarme lo ocurrido cuando saliste de casa de Jasmine el jueves por la tarde.
Ella hizo un esfuerzo y su rostro se relajo al recordar.
– Fui a casa a pie. No podia quedarme quieta, no tuve paciencia para esperar el autobus. Me sentia tan aliviada por no tener que ayudar a Jasmine a morir… Hacia muy buen dia, ?se acuerda?
Kincaid asintio, pero no dijo nada, por no interrumpir el flujo de palabras.
– Todo parecia claro, nitido; las luces se encendian al atardecer, la gente volvia a casa del trabajo. Yo me sentia parte de todo, pero a la vez estaba como por encima. Sentia que podia con todo. -Miro a Kincaid y luego a Theo, con rubor en las mejillas-. Que absurdo, ?verdad?
– En absoluto -se apresuro a decir Theo-. Se exactamente…
Kincaid lo interrumpio.
– ?Que paso luego, Meg?
Ella se coloco el cabello por detras de las orejas y se miro las manos.
– El me esperaba en mi cuarto.
– ?Roger? -pregunto Kincaid. Meg asintio, pero no hablo, y al cabo de un momento Kincaid la apremio-. Y le contaste lo ocurrido, ?verdad?
Ella volvio a asentir y el cabello le cayo sobre la cara, pero esta vez no lo recogio.
– ?Que hizo Roger? -El silencio se alargo. Theo abrio la boca para hablar y Kincaid le hizo un gesto de advertencia.
– Pense que se pondria a gritar. Como suele hacer.
Se froto la yema de un pulgar contra la una del otro, muy concentrada.
Kincaid noto que la claridad del dia se atenuaba, obscurecida por los edificios del oeste, y los tres quedaban iluminados por el haz de luz proyectado por la lampara.
Meg tomo aire y enlazo los dedos, como para evitar aquel frotamiento convulsivo. Miro a Theo de reojo, luego miro a Kincaid.
– Se quedo callado. Lo habia visto un par de veces asi, cuando estaba enfadado de verdad. Es mucho peor que las palabras. Es casi como… -fruncio el ceno y busco la descripcion mas adecuada- una fuerza fisica, un estallido.
– ?No dijo nada? -pregunto Kincaid mientras dejaba que una nota de incredulidad traspasara su voz.
– Bueno, primero me insulto. -Doblo las comisuras de los labios en una mueca-, pero no tenia la cabeza en ello, no se si me entiende.
– ?Se marcho enseguida?
Meg sacudio la cabeza.
– No. Yo queria que se marchara. Toda la euforia que habia sentido yendo a casa se habia evaporado… como si me hubieran deshinchado con un alfiler, pero sabia que no valia la pena pedirselo porque se comportaria peor.
Kincaid recordo la cualidad enfatica de los silencios de su esposa y el desasosiego al estar en un espacio reducido con alguien que emplea la no comunicacion como arma.
– Intentaste hablar con el, ?verdad? -dijo, y la compasion lo hizo mas amable de lo que pretendia-, gustarle, para obtener algun resultado.
Ella no respondio, pero la verguenza de su rostro era mas elocuente que las palabras. Al cabo de un momento, dijo:
– Al final me acurruque en la cama, cerre los ojos e hice como si el no estuviera hasta que se fue.