egoistas.

– Pues la mujer es yin -exclamo tristemente-, la oscuridad interior, donde yacen las pasiones inmoderadas. Y el hombre es yang, la brillante verdad que ilumina nuestra mente.

Cuando finalizo el relato cantado, yo estaba llorando y temblaba desesperadamente. Aunque no habia entendido toda la historia, comprendia la afliccion de la dama, pues en un brevisimo instante ambas habiamos perdido el mundo, sin que hubiera ninguna manera de regresar.

Sono un gong y la Dama de la Luna inclino la cabeza y miro serenamente a un lado. El publico aplaudio vigorosamente, y entonces el mismo joven de antes salio al escenario y anuncio:

– ?Aguardad todos! La Dama de la Luna ha consentido en conceder un deseo secreto a cada uno de los presentes… -Un movimiento de excitacion se propago entre la gente, cuyo murmullo se intensificaba-. Por una pequena contribucion… -siguio diciendo el joven, y la gente empezo a dispersarse, entre risas y grunidos-. ?Es una oportunidad que solo se presenta una vez al ano! -exclamo el joven, pero nadie le escuchaba, excepto mi sombra y yo ocultas en los arbustos.

– ?Tengo un deseo! -grite mientras corria descalza-. ?Tengo uno!

Pero el joven no me presto atencion y bajo del escenario.

Segui corriendo hacia la luna, para decirle a la dama lo que queria, porque ahora sabia cual era mi deseo. Rapida como un lagarto, di la vuelta al escenario y llegue a la otra cara de la luna.

La vi alli, de pie e inmovil solo por un instante. Era hermosa, banada por la luz que despedian una docena de lamparas de queroseno. Agito sus largas trenzas oscuras y empezo a bajar los escalones.

– Tengo un deseo -le dije en un susurro, pero ella siguio sin prestarme oidos. Asi pues, me acerque mas a la Dama de la Luna, hasta que pude verle el rostro: los pomulos hundidos, la nariz ancha y grasienta, dientes grandes y brillantes y los ojos enrojecidos. Con el mismo cansancio que reflejaba su rostro, se quito la peluca, y su largo vestido se desprendio de sus hombros. Y mientras mis labios expresaban el deseo secreto, la Dama de la Luna me miro y se convirtio en un hombre.

Durante muchos anos no consegui recordar lo que quise que la Dama de la Luna me concediera aquella noche, ni como me encontro por fin mi familia. Ambas cosas me parecian una ilusion, un deseo concedido en el que no podia confiar. Y asi, aunque me encontraron -mas tarde, despues de que el ama, Baba, el tio y los otros gritaran mi nombre a lo largo de la orilla-, nunca crei que mi familia habia encontrado a la misma nina.

Luego, con el transcurso de los anos, olvide el resto de lo que sucedio aquel dia: la triste historia que cantaba la Dama de la Luna, el pabellon flotante, el ave con la argolla en el cuello, las florecillas en mi manga, la quema de los Cinco Males.

Pero ahora que soy vieja y cada dia me aproximo mas al final de mi vida, tambien me siento mas cercana al principio, y recuerdo cuanto sucedio aquel dia porque ha sucedido muchas veces en mi vida: la misma inocencia, confianza e inquietud, la maravilla, el temor y la soledad, la manera en que me perdi.

Recuerdo todas esas cosas. Y esta noche, el dia decimoquinto de la octava luna, tambien recuerdo lo que le pedi a la Dama de la Luna hace tanto tiempo. Desee que me encontraran.

Las veintiseis puertas malignas

– No dobles la esquina montada en tu bicicleta -dijo la madre a su hija cuando esta tenia siete anos.

– ?Por que no? -protesto la nina.

– Porque si lo haces no podre verte y cuando te caigas y llores no te oire.

– ?Como sabes que me caere? -pregunto la nina en voz lastimosa.

– Todas las cosas malas que pueden ocurrirte fuera de la proteccion de esta casa estan en un libro titulado Las veintiseis puertas malignas.

– No te creo. Dejame ver ese libro.

– Esta escrito en chino y no podrias entenderlo. Por eso debes hacerme caso.

– ?Cuales son entonces? -inquirio la pequena-. Dime que veintiseis cosas malas.

Pero la madre siguio haciendo punto en silencio.

– ? Que veintiseis cosas?

La madre siguio callada.

– ?No puedes decirmelo porque no lo sabes! ?No sabes nada!

Y la nina salio corriendo, monto en la bicicleta y, en su apresuramiento, cayo incluso antes de llegar a la esquina.

WAVERLY JONG

Las reglas del juego

Tenia seis anos cuando mi madre me enseno el arte de la fuerza invisible. Era una estrategia para salir vencedora en las discusiones, despertar respeto en los demas y, finalmente, aunque ninguna de las dos lo sabia entonces, para ganar en el juego de ajedrez.

– Muerdete la lengua -me reprendio mi madre cuando me eche a llorar ruidosamente y tire de su mano hacia la tienda donde vendian bolsas de ciruelas saladas. Una vez en casa, me dijo-: Persona prudente, no va contra el viento. En chino decimos: ven desde el sur, avanza con el viento… ?puum! El norte seguira. El viento mas fuerte no puede verse.

A la semana siguiente me mordi la lengua cuando entramos en la tienda que tenia las golosinas prohibidas. Al finalizar las compras, mi madre, en silencio, cogio del estante una bolsita de ciruelas y la puso sobre el mostrador, con los demas articulos.

Mi madre impartia sus verdades cotidianas para ayudarnos a mis hermanos mayores y a mi, a elevarnos por encima de nuestras circunstancias. Viviamos en el Chinatown de San Francisco. Como la mayoria de los demas ninos chinos que jugaban en los callejones detras de los restaurantes y las tiendas de objetos curiosos, yo no creia que fueramos pobres mi cuenco siempre estaba lleno y comia tres veces al dia, empezando por una sopa con toda clase de cosas misteriosas cuyos nombres no queria saber.

Viviamos en Waverly Place, en un piso calido, limpio, de dos dormitorios, encima de una pequena panaderia china especializada en pastas al vapor y dim sum. A primera hora de la manana, cuando todavia el silencio imperaba en el callejon, me llegaba el aroma fragante de las judias rojas, que cocian hasta convertirlas en una pasta dulce. Hacia el alba flotaba en nuestro piso el olor de las bolas de sesamo fritas y las medias lunas de pollo dulce al curry. Desde la cama oia los ruidos de mi padre que se preparaba para ir al trabajo, luego el de la puerta al cerrarse y el de la llave, una, dos, tres vueltas.

En el extremo del callejon de atras de nuestra casa habia un pequeno parque infantil, con columpios y toboganes, muy abrillantado s en el centro por el uso. La zona de juego estaba rodeada de bancos de madera, donde viejos del terruno se sentaban para partir con sus dientes de oro semillas de sandia tostadas, cuyas cascaras echaban a un grupo cada vez mayor de palomas impacientes y arrulladoras. Pero el mejor terreno de juego era el callejon mismo, siempre rebosante de misterios y aventuras. Mis hermanos y yo escrudrinabamos el interior de la herboristeria y observabamos como el viejo Li distribuia en una rigida hoja de papel blanco la cantidad apropiada de caparazones de insectos, semillas de color azafran y hojas picantes para sus clientes achacosos que venian a consultarle. Se decia que una vez curo a una mujer que agonizaba a causa de una maldicion ancestral que habia eludido a los mejores doctores norteamericanos. Al lado de la farmacia habia un impresor especializado en invitaciones de boda en relieve dorado y festivos banderines rojos.

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