su ingles, tan deficiente cuando tenia que decir mas de tres palabras, nos explico-: Cuando vas a pais extranjero, debes conocer reglas. Juez dice: no las conoces, pues lastima, vuelve a tu pais. No te dicen por que, y asi no sabes manera para seguir adelante. Te dicen: no sabemos por que, tu mismo descubres. Pero ellos saben desde principio. Asi que mejor aceptas y descubres tu mismo. -Echo la cabeza atras, con una sonrisa de satisfaccion.

Mas adelante averigue todos los porque, lei las reglas y busque todas las palabras desconocidas en el diccionario. Tome libros prestados de la biblioteca municipal de Chinatown y estudie cada ficha de ajedrez, tratando de absorber el poder que contenian.

Aprendi los movimientos iniciales y por que es importante controlar el centro desde el principio, pues la distancia mas corta entre dos puntos es una linea recta a partir del medio. Aprendi como se juega en el medio y por que las tacticas entre dos adversarios son como ideas que chocan. El que juega mejor tiene los planes mas claros tanto para atacar como para librarse de las trampas. Aprendi por que la prevision es basica en la jugada final, una comprension matematica de todos los movimientos posibles, asi como paciencia. Todos los puntos flacos y las ventajas son evidentes para un adversario fuerte, mientras que un contrario fatigado no los percibe. Descubri que es preciso hacer acopio de fuerzas invisibles para toda la partida y ver la jugada final antes de iniciar el juego.

Tambien descubri por que nunca debia revelar el «por que» a los demas. Retener cierto conocimiento es una gran ventaja que uno ha de almacenar para su uso futuro. Ese es el poder del ajedrez. Es un juego de secretos, en el que uno debe mostrar y jamas decir.

Me encantaban los secretos que descubria en las sesenta y cuatro casillas blancas y negras. Dibuje cuidadosamente un tablero y lo clave en la pared, al lado de mi cama. Por las noches lo miraba y libraba en el combates imaginarios. Pronto deje de perder partidas y tubos de Life Savers, pero perdi a mis adversarios. Winston y Vincent se interesaron mas en recorrer las calles al salir de la escuela, tocados con sus sombreros de cowboy Hopalong Cassidy.

Una fria tarde de primavera, cuando regresaba a casa despues de la escuela, me desvie a traves del parque infantil en el extremo de nuestro callejon. Vi un grupo de ancianos, dos de ellos jugando al ajedrez con un tablero plegable, otros fumando en pipa, comiendo cacahuetes y mirando a los jugadores. Corri a casa y cogi el tablero de Vincent, que estaba guardado en una caja de carton sujeta con gomas elasticas. Seleccione tambien dos de los mejores tubos de Life Savers. Regrese al parque y me acerque a un hombre que estaba observando el juego.

– ?Quiere jugar? -le pregunte. El me miro sorprendido y sonrio al ver la caja bajo mi brazo.

– Hace mucho tiempo que no juego con munecas, hermanita -me dijo, sonriendo con benevolencia. Rapidamente puse la caja a su lado y saque mi tablero.

Lau Po, como me permitio llamarle, resulto ser un jugador mucho mas diestro que mis hermanos. Perdi muchas partidas y muchos Life Savers, pero en el transcurso de las semanas, a medida que desaparecian los tubos de caramelos, adquiria nuevos secretos, cuyos nombres me daba Lau Po. El doble ataque desde las orillas oriental y occidental, arrojar piedras al ahogado, la reunion subita del clan, la sorpresa de la guardia durmiente, el humilde sirviente que mata al rey, arena en los ojos de las fuerzas que avanzan, una muerte doble sin sangre.

Conoci tambien los detalles de la etiqueta propia del ajedrez: mantener las piezas capturadas en hileras pulcras, como prisioneros bien custodiados, no anunciar nunca «jaque» con vanidad, para evitar que te degollara alguien con una espada invisible, no tirar nunca fichas a la salvadera tras haber perdido una partida, porque luego deberias buscarlas sin ayuda de nadie, tras haber pedido disculpas a los demas. Hacia el final del verano, Lau Po me habia ensenado todo lo que sabia, y yo me habla convertido en una buena jugadora de ajedrez.

Los fines de semana, cuando jugaba y derrotaba a mis adversarios uno tras otro, se reunia a mi alrededor un grupo de chinos y turistas. Mi madre se sumaba a los espectadores para presenciar aquellas jugadas de exhibicion al aire libre. Se sentaba, orgullosa, en el banco y, con una humildad apropiadamente china, decia a mis admiradores: «Tiene suerte».

Un hombre que me veia jugar en el parque le sugirio a mi madre que me dejara participar en los campeonatos de ajedrez del barrio. Mi madre respondio con una amable sonrisa que no significaba nada. Yo lo deseaba con todas mis fuerzas, pero me mordi la lengua. Sabia que no me dejaria jugar entre desconocidos, y asi, cuando regresabamos a casa, le dije con un hilo de voz que no queria participar en el campeonato del barrio, pues tendrian reglas norteamericanas y, si perdia, seria una verguenza para mi familia.

– Verguenza es caerte si nadie empuja -sentencio mi madre.

Durante el primer campeonato, mi madre se sento conmigo en la primera fila, mientras aguardaba mi turno. Yo movia las piernas con frecuencia, para despegarlas de la fria silla metalica plegable. Cuando oi mi nombre, me levante de un salto. Mi madre desenvolvio algo que tenia en el regazo. Era su chang, una pequena tableta de jade rojo que retenia el fuego del sol. «Da suerte», susurro, y la metio en el bolsillo de mi vestido. Me volvi hacia mi contrario, un chico de quince anos que venia de Oakland. El me miro, frunciendo la nariz.

Cuando empece a jugar, el chico desaparecio, los colores de la sala se esfumaron y no veia mas que mis fichas blancas y las suyas negras que esperaban en el otro lado. Note el soplo de una brisa ligera susurrandome secretos que solo yo podia oir.

«Sopla desde el sur», musitaba. «El viento no deja rastro.» Vi un camino sin obstaculos, asi como las trampas que debia evitar. La muchedumbre se movia y murmuraba. «?Chis! ?Chis!», decian las esquinas de la sala. El viento soplo con mas fuerza. «Arroja arena desde el este para distraerle.» El alfil se adelanto, preparado para el sacrificio. El viento siseaba, cada vez con mayor intensidad. «Sopla, sopla, sopla. No puede ver, ahora esta ciego, haz que se aparte del viento para que te sea mas facil derribarle.»

– Jaque -dije entonces. El viento rugio de jubilo y fue disminuyendo hasta confundirse con los leves soplos de mi respiracion.

Mi madre coloco mi primer trofeo al lado del nuevo juego de ajedrez de plastico con que me habia obsequiado la sociedad Tao del barrio.

– Proxima vez, gana mas, pierde menos -me dijo al tiempo que frotaba las piezas con una gamuza.

– Pero mama, no se trata de las piezas que pierdes. A veces es necesario perder algunas para seguir adelante.

– Mejor perder menos, ver si necesitas de veras.

En el torneo siguiente gane de nuevo, pero fue mi madre la que sonrio triunfante.

– Esta vez ocho piezas perdidas. Ultima vez once. ?Que te dije? ?Mejor perder menos!

Yo estaba irritada, pero no podia decir nada.

Participe en mas torneos, cada vez mas lejos de casa, y gane todas las partidas y en todas las divisiones. El pastelero chino que tenia su tienda en los bajos de nuestro edificio expuso mi creciente coleccion de trofeos en el escaparate, entre los pasteles polvorientos que nadie compraba nunca. Al dia siguiente de mi triunfo en un importante torneo regional, adorno el escaparate con un pastel de hojaldre recien hecho. La superficie era de nata batida y tenia una inscripcion en letras rojas que decia: «Felicidades Waverly Jong, campeona de ajedrez de Chinatown». Poco despues, el empresario de un negocio de floristeria, grabado de lapidas y pompas funebres, me ofrecio su patrocinio en torneos nacionales. Entonces mi madre decidio que dejara de fregar los platos y encargo mis tareas a Winston y Vincent.

– ?Por que tiene que jugar mientras nosotros hacemos todo el trabajo? -se quejo Vincent.

– Nuevas reglas americanas -dijo mi madre-. Meimei juega, exprime cerebro para ganar ajedrez. Vosotros jugais, es como escurrir una toalla.

Cuando cumpli los nueve anos era campeona nacional de ajedrez. Aun distaba unos 429 puntos de la categoria de gran maestro, pero ya me llamaban la Gran Esperanza Blanca, era un nino prodigio, y hembra por anadidura. Publicaron mi foto en la revista Life, al lado de una cita de Bobby Fischer: «Jamas una mujer llegara a gran maestro». El pie de la foto decia: «Tu jugada, Bobby».

El dia que me hicieron la foto para la revista llevaba unas trenzas muy pulcras, sujetas con pasadores de plastico y adornadas con brillantitos de imitacion. Estaba jugando en el gran salon de actos de un instituto de segunda ensenanza, donde resonaban las toses flematicas del publico y los chirridos del caucho que remataba las patas de las sillas al deslizarse sobre los suelos de madera recien encerados. Ante mi se sentaba un

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