– Lo es si consigues lo que quieres.
Pienso en nuestros dos semblantes y en mis intenciones. ?Cual es el norteamericano? ?Cual es el chino? ?Cual es mejor? Si muestras uno, siempre debes sacrificar el otro.
Es como lo que sucedio cuando fui a China el ano pasado, despues de casi cuarenta anos de haber salido de alli. Me quite mis lujosas joyas, no me puse vestidos llamativos, hable su idioma y use su moneda local, pero aun asi se dieron cuenta, supieron que mi rostro no era chino al cien por ciento y siguieron cobrandome los altos precios que piden a los extranjeros.
Asi pues, ahora pienso: ?que perdi?, ?que obtuve a cambio? Le preguntare a mi hija que piensa ella.
JING-MEI WOO
En el instante en que nuestro tren abandona la frontera de Hong Kong y entra en Shenze, China, me siento distinta. Noto un cosquilleo en la frente, mi sangre se apresura por una nueva ruta, experimento en lo mas hondo un viejo dolor familiar. Y pienso que mi madre tenia razon. Me estoy volviendo china.
«Es inevitable», me dijo mi madre cuando yo tenia quince anos y habia negado con vehemencia que hubiera en mi algo chino bajo la piel. Estudiaba el segundo curso en la escuela secundaria Galileo de San Francisco, y todos mis amigos occidentales estaban de acuerdo en que yo era tan china como ellos. Pero mi madre habia estudiado en una famosa escuela de enfermeria en Shanghai, y afirmaba poseer grandes conocimientos de genetica. Por eso no abrigaba duda alguna, al margen de que yo estuviera de acuerdo o no: cuando naces china, no puedes evitar el hecho de que piensas y sientes como una china.
– Algun dia lo veras -me dijo-. Lo llevas en la sangre, esperando que lo liberes.
Y al oir estas palabras me vi transformandome como una mujer lobo, un fragmento mutante de DNA estimulado de subito, reproduciendose insidiosamente en un
Pero hoy comprendo que nunca he sabido realmente lo que significa ser china. Tengo treinta y seis anos, mi madre ha muerto y estoy en un tren, trayendo conmigo sus suenos de regresar a casa. Voy a China.
Nos dirigimos primero a Guangzhou: mi padre, Canning Woo, con setenta y dos anos a cuestas, y yo, para visitar a una tia a la que el no ve desde que tenia diez anos. Y no se si es por la perspectiva de ver a su tia o por el hecho de regresar a China, pero lo cierto es que ahora parece un muchacho, tan inocente y feliz que siento deseos de abrocharle el sueter y darle unas palmaditas en la cabeza. Estamos sentados frente a frente, separados por una mesita sobre la que hay dos tazas de te frio. Por primera vez, que yo recuerde, los ojos de mi padre estan humedecidos por las lagrimas. Todo lo que ve a traves de la ventanilla del tren es un campo dividido en parcelas amarillas, verdes y marrones, un estrecho canal que flanquea la via, unas colinas bajas y tres personas con chaquetas azules en una carreta tirada por bueyes, a esta hora temprana de una manana de octubre. No puedo evitar que tambien mis ojos se empanen, como si hubiera visto estas cosas hace largo tiempo y casi las hubiera olvidado.
Antes de tres horas estaremos en Guangzhou, que segun mi guia es como ahora se llama correctamente Canton. Parece ser que ha variado la ortografia de todas las ciudades de las que he oido hablar, excepto Shanghai. Dicen que China ha cambiado tambien en otros aspectos. Chungking es Chongqing y Kweilin es Guilin. He buscado esos
Son las hijas gemelas que tuvo mi madre en su primer matrimonio, a quienes se vio obligada a abandonar en la carretera cuando huia de Kweilin hacia Chungking, en 1944. Eso fue todo lo que mi madre me conto sobre sus hijas, y estas permanecieron como bebes en mi mente durante todos estos anos, sentadas en la cuneta de la carretera, escuchando el silbido de las bombas que estallaban a lo lejos y chupandose los pacientes y enrojecidos pulgares.
No supimos nada mas de ellas hasta este ano, cuando alguien las encontro y nos escribio para damos la grata noticia. Llego una carta de Shanghai, dirigida a mi madre. Al principio, cuando me entere de que estaban vivas, imagine a mis hermanas identicas transformandose de bebes en ninas de seis anos. Las veia mentalmente sentadas a la mesa, una al lado de la otra, turnandose para usar la estilografica. Una de ellas escribia una pulcra linea de caracteres:
Naturalmente, no podian saber que mi madre habia muerto tres anos antes, repentinamente, a causa de la rotura de una arteria cerebral. Estaba hablando con mi padre, quejandose de los inquilinos del piso de arriba y maquinando la manera de echados con el pretexto de que iban a venir unos parientes de China que vivirian alli. De subito se llevo la mano a la cabeza, cerro los ojos con fuerza, intento avanzar a tientas hasta el sofa y cayo al suelo agitando convulsamente las manos.
De modo que fue mi padre quien abrio la carta, que resulto ser larga. La llamaban «mama», y decian que siempre la habian reverenciado como su verdadera madre y que tenian una foto de ella enmarcada. Le hablaban de su vida, desde el dia en que mi madre las vio por ultima vez en la carretera de Kweilin hasta que por fin las encontraron.
La carta desgarro hasta tal punto el corazon de mi padre -aquellas hijas llamando a mi madre desde otra vida que el nunca conocio- que se la dio a la vieja amiga de mi madre, tia Lindo, y le pidio que respondiera y dijese a mis hermanas, de la manera mas delicada posible, que mi madre habia muerto.
En lugar de hacer eso, tia Lindo llevo la carta al Club de la Buena Estrella y hablo con las tias Ying y An-mei de lo que debia hacerse, pues sabian desde hacia mucho tiempo que mi madre no habia cejado en la busqueda de sus hijas gemelas y su esperanza habia sido inagotable. Tia Lindo y las demas lloraron por esta doble tragedia: tres meses atras habian perdido a mi madre y ahora la perdian de nuevo. Por ello pensaron inevitablemente en algun milagro, alguna manera posible de resucitar a mi madre de entre los muertos, a fin de que pudiera hacer realidad su sueno.
La carta que escribieron las tias a mis hermanas de Shanghai decia asi: «Queridisimas hijas: Tampoco yo os he olvidado ni en mi memoria ni en mi corazon. Nunca he abandonado la esperanza de que pudieramos vemos de nuevo en una alegre reunion. Lo unico que siento es que haya tenido que pasar tanto tiempo. Quiero contaras toda mi vida desde la ultima vez que os vi. Quiero hablaros de esto cuando nuestra familia os visite en China…». Firmaron la carta con el nombre de mi madre.
Solo entonces me hablaron de mis hermanas, de la carta que recibieron y de la que ellas habian enviado.
– Entonces creen que ella va a ir -murmure, e imagine a mis hermanas como si ahora tuvieran diez u once anos: daban saltos, se cogian de las manos, sus coletas brincaban, embargadas de emocion porque
– ?Como puedes decir en una carta que ella no ira? -dijo tia Lindo-. Es su madre y la tuya. Debes decido tu. Durante todos estos anos han sonado con ella.
Pense que tenia razon. Pero entonces tambien yo empece a sonar con mi madre, mis hermanas y como seria mi llegada a Shanghai. Durante todos aquellos anos, mientras ellas esperaban que las encontraran, yo vivi con mi madre y luego la perdi. Imagine que veia a mis hermanas en el aeropuerto. Estarian de puntillas, la ansiedad reflejada en su rostro, escudrinando a cada pasajero a medida que bajabamos del avion, y las reconoceria al instante, veria sus rostros con identica expresion preocupada.
– ?Donde esta mama? -me preguntarian ellas, mirando a su alrededor, todavia sonrientes, sus rostros encendidos y ansiosos-. ?Se ha escondido?