Esconderse habria sido muy propio de mi madre, quedarse algo rezagada para bromear un poco, divirtiendose con la impaciencia de los demas. Yo menearia la cabeza y les diria a mis hermanas que no estaba escondida.
– Ah, esa debe de ser mama, ?verdad? -susurraria excitada una de mis hermanas, senalando a otra mujer menuda, totalmente absorta en una torre de regalos.
Y eso tambien habria sido propio de mi madre, llevar montanas de regalos, comida y juguetes para los ninos -todos comprados en las rebajas-, y habria rehuido los agradecimientos, diciendo que los regalos no valian nada, aunque mas tarde diera la vuelta a las etiquetas para mostrar a mis hermanas: «Calvin Klein, pura lana 100%».
Me imagine diciendo:
– Lo siento, hermanas, pero he venido sola…
Y antes de que pudiera explicarme -lo habrian leido en la expresion de mi rostro- se echarian a llorar y comenzarian a tirarse del pelo, el dolor contraeria su boca y se alejarian de mi corriendo. Entonces me veia subiendo al avion y regresando a casa.
Tras sonar esta escena muchas veces, viendo como la desesperacion de mis hermanas pasaba del horror a la colera, le rogue a tia Lindo que escribiera otra carta. Al principio ella se nego.
– ?Como puedo decides que esta muerta? -replico con obstinacion.
– Pero es una crueldad hacerles creer que volara a China. Cuando vean que solo he ido yo, me odiaran.
Ella fruncio el ceno.
– ?Odiarte? Eso no puede ser. Eres su hermana, su unica familia.
– No lo comprendes -proteste.
– ?Que es lo que no comprendo?
– Pensaran que soy responsable de su muerte, que murio porque yo no la apreciaba.
Y tia Lindo parecio satisfecha y triste al mismo tiempo, como si esto fuese cierto y por fin se hubiera dado cuenta. Se sento a escribir y al levantarse, una hora despues, me entrego una carta de dos paginas. Tenia los ojos llenos de lagrimas. Comprendi que acababa de hacer exactamente lo que yo habia temido, pues aunque hubiera escrito la noticia de la muerte de mi madre en ingles, yo no habria sido capaz de leerla.
Le susurre las gracias.
El paisaje se ha vuelto gris, lleno de construcciones bajas de cemento, fabricas viejas, vias y mas vias con trenes como el nuestro que circulan en direccion contraria. Veo andenes atestados de gente con grises ropas occidentales, y aqui y alla puntos de brillantes colores: ninos con prendas de color rosa, amarillo, rojo, melocoton. Hay soldados uniformados de verde oliva y rojo, y senoras con sueteres grises y faldas hasta media pantorrilla. Estamos en Guangzhou.
Antes de que frene el tren, los pasajeros cogen sus pertenencias de los portaequipajes. Por un momento hay un peligroso chaparron de pesadas maletas cargadas de regalos para los parientes, cajas medio rotas, atadas con kilometros de cordel para evitar que caiga su contenido, bolsas de plastico repletas de madejas de lana y verduras, paquetes de setas deshidratadas y camaras fotograficas. Entonces nos vemos en medio de un torrente de personas apresuradas que nos empujan, nos llevan con ellos, hasta que nos encontramos en una de las varias colas, quizas una docena, que esperan para pasar por la aduana. Me siento como si estuviera subiendo al autobus numero 30 de Stockton, en San Francisco, y he de recordarme que estoy en China. Por alguna razon, la multitud no me molesta, me parece natural que haya tanta gente, y tambien yo empiezo a abrirme paso empujando.
Saco los formularios de declaracion y mi pasaporte. «W00», dice en la primera linea, y debajo «June May», que nacio en «California, EE.UU.», en 1951. Tal vez los aduaneros me preguntaran si soy la misma persona de la foto. En esta foto el cabello, que me llegaba a la barbilla, esta recogido atras y peinado con elegancia. Llevo pestanas postizas, tengo los ojos sombreados y los labios perfilados. El maquillaje me realza las mejillas. Pero no habia previsto este calor en octubre. Ahora el pelo me cuelga lacio a causa de la humedad. No llevo maquillaje. En Hong Kong el rimel se licuo, formando circulos negruzcos, y el resto del maquillaje me producia la sensacion de estar embadurnada con varias capas de grasa. Por eso hoy no llevo nada en la cara, ningun adorno salvo la patina brillante de sudor en la frente y la nariz.
Sabia que, incluso sin maquillaje, no podria pasar por una china autentica. Mido un metro sesenta y ocho y mi cabeza sobresale por encima de la muchedumbre, mis ojos solo estan a la altura de los de otros turistas. En cierta ocasion mi madre me dijo que debo mi altura al abuelo, originario del norte y tal vez con algo de sangre mongola.
– Eso es lo que tu abuela me conto una vez -dijo mi madre-, pero ahora es demasiado tarde para preguntarle. Todos estan muertos, tus abuelos, tus tios, sus esposas e hijos, todos murieron en la guerra, cuando cayo una bomba en nuestra casa. Tantas generaciones desaparecidas en un solo instante.
Dijo esto con tanta naturalidad que tuve la impresion de que habia superado su pesadumbre mucho tiempo atras. Entonces me intrigo que supiera con tanta certeza que todos habian muerto.
– Quiza salieron de la casa antes de que cayera la bomba -le sugeri.
– No -dijo mi madre-. Toda nuestra familia ha desaparecido. Solo quedamos tu y yo.
– ?Pero como lo sabes? Es posible que algunos se salvaran.
– No puede ser -replico, ahora casi enojada. Entonces una expresion de perplejidad aliso su ceno fruncido, y empezo a hablar como si tratara de recordar donde habia extraviado algo-. Regrese a la casa, me quede mirando el lugar donde se levanto. Ya no era una casa, por encima del suelo solo habia el espacio vacio, y bajo mis pies estaban sus cuatro pisos reducidos a ladrillos y madera quemados. A un lado, en el patio, habia varios objetos arrojados alli por la explosion, nada valioso. Una cama que alguien usaba y que, en realidad, no era mas que un armazon metalico torcido hacia arriba en un angulo, y un libro, no se de que clase, porque todas sus paginas estaban carbonizadas. Vi una tetera intacta pero llena de cenizas, y entonces encontre mi muneca, con las manos y las piernas rotas y el pelo chamuscado… De pequena llore por aquella muneca, al veda solitaria en el escaparate de la tienda, y mi madre me la compro. Era una muneca americana con el pelo amarillo, brazos y piernas que podian doblarse. Los ojos se movian arriba y abajo. Cuando me case y abandone la casa de mi familia, regale la muneca a mi sobrina mas pequena, porque era como yo y lloraba si aquella muneca no estaba siempre a su lado. ?Te das cuenta? Si ella estaba en la casa con aquella muneca, sus padres y todos los demas tambien estaban alli, esperando juntos, porque asi era nuestra familia.
La funcionaria de aduanas examina mis documentos, me echa un breve vistazo, con dos rapidos movimientos sella el visado y con un gesto adusto me invita a seguir adelante. En seguida mi padre y yo nos encontramos en una gran extension llena de gente y maletas. Me siento perdida y mi padre es incapaz de tomar ninguna decision.
– Perdone -le digo a un hombre que parece norteamericano-. ?Sabe usted donde puedo encontrar ahora un taxi?
El murmura algo, quizas en sueco u holandes.
– ?Syau Yen! ?Syau Yen! -oigo que grita a mis espaldas una voz aguda.
Una anciana tocada por un gorro de lana amarillo nos mira con un brazo alzado del que cuelga una bolsa de plastico rosa llena de envoltorios que parecen baratijas. Supongo que pretende vendernos algo, pero mi padre mira a esa mujercita menuda como un pajaro con los ojos entrecerrados. En seguida los abre y su rostro se ilumina con una sonrisa, como un chiquillo complacido.
–
– ?Syau Yen! -le arrulla mi tia abuela. Encuentro divertido que haya llamado a mi padre «pequeno ganso salvaje». Debe de ser el apodo que le pusieron de bebe, para ahuyentar a los espiritus que raptan a los ninos.
Se cogen las manos, sin abrazarse, y permanecen asi, diciendose por turno:
– ?Fijate! ?Que viejo estas! ?Como has envejecido! Ambos lloran abiertamente y rien al mismo tiempo, mientras yo me muerdo el labio, procurando contener las lagrimas. Me da miedo experimentar su alegria, porque pienso en lo distinta que sera manana nuestra llegada a Shanghai, lo incomoda que me sentire.
Ahora Aiyi sonrie alegremente y senala una foto Polaroid de mi padre, que tuvo el acierto de enviar fotografias cuando escribio anunciando nuestro viaje. «Mira que lista soy», parece dar a entender mientras compara la foto con mi padre. El decia en su carta que la llamaria desde el hotel cuando llegaramos, por lo que es