una sorpresa que hayan ido a recibirnos. Me pregunto si mis hermanas estaran en el aeropuerto.
Entonces me acuerdo de la camara. Queria hacer una foto de mi padre y su tia en el momento de su encuentro. No es demasiado tarde.
– A ver, quietos un momento -les digo, alzando la Polaroid.
El flash destella y en seguida les ofrezco la instantanea. Aiyi y mi padre siguen juntos, cada uno sosteniendo un angulo de la foto, contemplando como empiezan a formarse sus imagenes. Estan casi reverentemente silenciosos. Aiyi solo tiene cinco anos mas que mi padre, por lo que ronda los setenta y siete, pero parece ancianisima, encogida, una reliquia momificada. Su escaso cabello es de un blanco puro, los dientes estropeados, de color parduzco, y pienso en lo inverosimiles que son los relatos sobre mujeres chinas que parecen eternamente jovenes.
Ahora Aiyi se dirige a mi en su tono arrullador.
Me mira de arriba abajo y luego inspecciona su bolsa de plastico rosa -sigo creyendo que contiene los regalos para nosotros- como si se preguntara que podria darme, ahora que soy tan mayor. Y entonces cierra su mano en mi codo, como con una fuerte pinza, y me da la vuelta. Un hombre y una mujer cincuentones estan estrechando la mano de mi padre, sonrientes, exclamando: «?Ah! ?Ah!». Son el hijo mayor de Aiyi y su esposa, y a su lado hay otras cuatro personas, mas o menos de mi edad, y una nina de unos diez anos. Las presentaciones son tan rapidas que solo me entero de que uno de ellos es el nieto de Aiyi, con su esposa, y la otra es su nieta, acompanada de su marido. La pequena es Lili, la biznieta de Aiyi.
Aiyi y mi padre hablan el dialecto mandarin de su infancia, pero el resto de la familia solo habla el cantones de su pueblo. Entiendo unicamente el mandarin, pero no se hablarlo muy bien. Asi, Aiyi y mi padre chismorrean a sus anchas en mandarin, intercambiando noticias sobre la gente de su antiguo pueblo, y solo de vez en cuando hacen una pausa para hablamos a los demas, unas veces en cantones y otras en ingles.
– Oh, ya me lo imaginaba -dice mi padre, volviendose hacia mi-. Murio el verano pasado.
Ya he comprendido a quien se refiere, aunque no se nada de esa persona, Li Gong. Me siento como si estuviera en las Naciones Unidas y los traductores se hubieran vuelto locos.
– Hola -le digo a la pequena-. Me llamo Jing-mei.
Pero la chiquilla se aparta y me vuelve la cara. Sus padres rien azorados. Intento pensar algunas palabras cantonesas y decirselas, cosas que aprendi de mis amigos en Chinatown, pero solo se me ocurren tacos, terminos para designar las funciones corporales y frases cortas como «sabe bien», «sabe a basura» y
Cuando llamamos taxis para ir al hotel, Lili me tiene cogida la mano con fuerza y tira de mi.
En el taxi, Aiyi habla por los codos y no me da oportunidad de preguntarle por las cosas que vemos al pasar.
– En tu carta decias que solo pasariais aqui un dia -le dice Aiyi a mi padre en tono agitado-. ?Un dia! ?Como puedes ver a tu familia en un dia? Toishan esta a muchas horas de viaje de Guangzhou. Y la idea de llamarnos al llegar… Es una tonteria. No tenemos telefono.
El corazon se me acelera un poco. Me pregunto si tia Lindo les diria a mis hermanas que llamariamos desde el hotel de Shanghai.
Aiyi sigue rinendo a mi padre.
– Me puse furiosa, preguntale a mi hijo. ?Menudo jaleo arme tratando de encontrar una solucion! Al final decidimos que lo mejor era tomar el autobus en Toishan y venir a Guangzhou, veros nada mas llegar.
Ahora retengo el aliento mientras el taxista esquiva camiones y autobuses, haciendo sonar el claxon constantemente. Parece ser que estamos en un paso superior de autopista, como un puente sobre la ciudad. Veo una hilera tras otra de edificios de viviendas, cuajados de ropa tendida en todos los balcones. Adelantamos a un autobus publico, tan atestado de pasajeros que sus caras se aplastan contra las ventanillas. Entonces veo el perfil de lo que debe de ser el centro de Guangzhou. Desde lejos se parece a una gran ciudad de los Estados Unidos, con rascacielos y edificios en construccion por doquier. Cuando el taxista aminora la marcha en la parte mas congestionada de la ciudad, veo docenas de tiendecillas con interiores tan oscuros que apenas se distinguen los mostradores y estanterias. Y ahora pasamos ante un edificio sobre cuya fachada se alza un andamio de canas de bambu, unidas con tiras de plastico. Hombres y mujeres estan de pie en las estrechas plataformas, sin cinturones de seguridad ni cascos, y pienso en el magnifico mercado que tendria aqui la empresa OSHA.
Oigo de nuevo la voz aguda de Aiyi.
– Es una lastima que no podais ver nuestro pueblo y la casa. Mis hijos han tenido mucho exito vendiendo nuestras verduras en el mercado libre. En los ultimos anos hemos ganado lo suficiente para construir una casa grande, de tres pisos, toda de ladrillo nuevo, lo bastante amplia para nuestra familia y algunos mas. Y cada ano las ganancias son mayores. ?Los americanos no sois los unicos que sabeis haceros ricos!
El taxi se detiene y supongo que hemos llegado, pero al mirar por la ventanilla veo una version mas lujosa del Hyatt Regency.
– ?Esta es la China comunista? -me pregunto en voz alta. Miro a mi padre y meneo la cabeza-. Sospecho que nos hemos equivocado de hotel.
Me apresuro a sacar mi itinerario, los billetes y las reservas. Di instrucciones a mi agente de viajes para que eligiera un hotel de precio moderado, entre los treinta y los cuarenta dolares. Estoy segura de haberlo hecho. Pero en el itinerario figura el nombre de este establecimiento: Garden Hotel, Huanshi Dong Lu. Pues bien, sera mejor que el agente este dispuesto a pagar la diferencia de su bolsillo. No faltaria mas.
El hotel es magnifico. Un botones con uniforme y gorro se acerca de inmediato y empieza a llevar nuestras maletas al vestibulo. El interior del hotel es una orgia de tiendas y restaurantes encajados en granito y cristal. Mas que sentirme impresionada, me preocupa el gasto, asi como la idea que Aiyi va a hacerse de nosotros: pensara que los ricos norteamericanos no podemos prescindir de los lujos ni siquiera una noche.
Pero cuando me acerco a la recepcion decidida a regatear por el error en la reserva, me confirman que nuestro alojamiento ya esta pagado, a treinta y cuatro dolares cada habitacion. Me siento avergonzada, mientras que Aiyi y los demas parecen encantados por nuestro entorno provisional. Lili mira con los ojos muy abiertos una tienda llena de video-juegos.
Toda nuestra familia entra en un ascensor; el botones agita la mano y dice que se reunira con nosotros en el piso dieciocho. En cuanto se cierran las puertas del ascensor, todos guardan silencio, y cuando vuelven a abrirse todos hablan a la vez, con un alivio evidente. Tengo la sensacion de que Aiyi y los demas nunca han hecho un recorrido tan largo en ascensor.
Nuestras habitaciones son contiguas e identicas. Las alfombras, cortinas y colchas son de color gris oscuro con un ligero tinte pardo. Hay un televisor en color con mando a distancia empotrado entre las dos camas gemelas. Las paredes y el suelo del bano son de marmol. Encuentro un bar con un pequeno frigorifico y un surtido de cerveza Heineken, Coca-Cola y Seven-Up, botellines de Johnnie Walker etiqueta roja, ron Bacardi y vodka Smirnoff, paquetes de M amp; M, anacardos tostados con miel y tabletas de chocolate Cadbury. Y una vez mas digo en voz alta:
– ?Esta es la China comunista? Mi padre entra en mi habitacion.
– Han decidido que nos quedemos aqui -dice encogiendose de hombros-. Dicen que sera mas comodo y tendremos mas tiempo para hablar.
– ?Y la cena? -le pregunto.
Desde hace dias imagino mi primer festin chino autentico, un gran banquete con una de esas sopas humeantes vertida en medio melon ahuecado, pollo envuelto en arcilla, pato a la pequinesa, toda clase de manjares exoticos.
Mi padre coge la guia del servicio de habitaciones que esta junto a una revista
– Esto es lo que quieren -me dice.
Asi pues, esta decidido. Esta noche cenaremos en nuestras habitaciones, con la familia, a base de hamburguesas, patatas fritas y tarta de manzana a la