Dos semanas atras estaba en un aula universitaria, explicando a la aburrida juventud del pais la diferencia entre
Las patatas de Lucy, amontonadas en un cesto, han sido lavadas. Las de Koos y Miems siguen sucias de tierra. A lo largo de la manana, Lucy se embolsa cerca de quinientos rands. Sus flores se venden bien; a las once baja los precios y termina de vender los ultimos productos. Hay ventas en abundancia en el puesto de lacteos y de carne; a la anciana pareja, sentados uno junto al otro, como dos estatuas de madera y sin sonreir, las cosas no les van tan bien.
Muchos clientes de Lucy la conocen por su nombre de pila: son mujeres de mediana edad, con un aire de propiedad en el modo en que la tratan, casi como si su exito les perteneciera. Lo presenta en todas las ocasiones:
– Te presento a mi padre, David Lurie, que ha venido de visita desde Ciudad del Cabo.
– Debe estar orgulloso de su hija, senor Lurie -le dicen.
– Ya lo creo; muy orgulloso -responde.
Bev se ocupa de la clinica para animales -dice Lucy tras una de las presentaciones-. A veces le echo una mano. Si no te importa, a la vuelta pasaremos por alli.
No le ha caido bien del todo Bev Shaw, una mujer bajita, regordeta, bulliciosa, de pecas oscuras, cabello muy corto y crespo, sin cuello apenas. No le agradan las mujeres que no se esfuerzan por resultar atractivas. Es una reticencia que ha tenido antes con las amigas de Lucy. No es que se sienta orgulloso: es un prejuicio que se ha hecho sitio en su animo, que se ha instalado en el. Su animo se ha tornado un refugio para los pensamientos viejos, vagos, indigentes, que no tienen otro sitio al que ir. Deberia echarlos de alli a patadas, limpiar del todo el recinto. Pero no se toma esa molestia, o al menos no con la seriedad suficiente.
La Liga para el Bienestar de los Animales, que en tiempos fue una obra de caridad muy activa en Grahamstown, tuvo que cerrar su delegacion. Sin embargo, un punado de voluntarios dirigidos por Bev Shaw todavia mantiene en funcionamiento una clinica animal en la vieja sede.
No tiene nada en contra de los amantes de los animales, con los que Lucy se ha involucrado desde que el alcanza a recordar. No cabe duda de que el mundo seria un lugar peor sin sus buenos oficios. Por eso, cuando Bev Shaw abre la puerta de entrada adopta su mejor sonrisa, aunque en terminos generales le repugna el olor a meadas de gato, a perros sarnosos, a amoniaco.
La casa es tal como la habia imaginado: muebles desvencijados, abundancia de ornamentos (pastorcillas de porcelana, esquilas de vaca, un matamoscas de plumas de avestruz), jaulas, una radio que murmura al fondo, el piar de los pajaros en jaulas, gatos por todas partes, tantos que a la fuerza los tienen que pisar. No solo esta Bev Shaw: tambien esta Bu Shaw, igual de rechoncho que ella, tomandose un te a la mesa de la cocina, con la cara colorada como una remolacha, el cabello plateado y un jersey de cuello vuelto.
– Sientate, sientate, Dave -dice Bill-. Toma una taza, como si estuvieras en tu casa.
La manana ha sido larga, esta cansado, lo ultimo que le apetece es hablar de tonterias con esas personas. Mira a Lucy.
– No vamos a quedarnos, Bill -dice ella-. Solo he pasado a recoger algunos medicamentos.
Por una ventana vislumbra el patio trasero de los Shaw: un manzano del que caen los frutos comidos por los gusanos, malas hierbas en abundancia, una zona vallada con planchas de hierro, pales de madera, neumaticos viejos, unas cuantas gallinas y lo que parece, por insolito que sea, un
– ?Que te ha parecido? -le dice Lucy despues, ya en la furgoneta.
– No quisiera ser maleducado. Es una subcultura propia, estoy seguro. ?No tienen hijos?
– No, no tienen hijos. Y no subestimes a Bev. No es una idiota. Es una persona que hace muchisimo el bien.
Lleva anos visitando la barriada chabolista de D Village, primero por cuenta de Bienestar de los Animales, luego por su cuenta.
– Debe de ser una batalla perdida de antemano.
– Si, si que lo es. Ya no hay subvenciones. En la lista de las prioridades de la nacion no tienen sitio los animales.
– Debe deprimirse a menudo. Y tu tambien.
– Si. O no. ?Que mas da? Los animales a los que ella ayuda no estan deprimidos. Al contrario, se sienten aliviados.
– Pues me parece excelente. Perdoname, hija, pero me cuesta un gran esfuerzo interesarme un poco por esta cuestion. Es admirable lo que tu haces, lo que hace ella, pero los defensores de los derechos y el bienestar de los animales a mi me parecen un poco como cierta clase de cristianos: todos tienen mucho brio, mucho animo, y tan buenas intenciones que al cabo de un rato a mi me entran ganas de irme por ahi y dedicarme al saqueo y al pillaje. O a dar de patadas a un gato.
A el mismo lo sorprende su salida de tono. No esta de mal humor, ni mucho menos.
– En tu opinion, deberia implicarme en asuntos de mayor importancia -dice Lucy. Van por la carretera; conduce sin mirarlo siquiera de reojo-. Piensas que, por ser hija tuya, deberia dedicar mi vida a causas mejores.
El ya esta negando con la cabeza.
– No… no… no es eso… -murmura.
– Crees que deberia pintar naturalezas muertas o ponerme a aprender ruso. No te agrada que tenga amistades como las de Bev o Bill Shaw, porque piensas que no me ayudaran a mejorar de vida.
– Lucy, eso no es cierto.
– Claro que es cierto. No me ayudaran a mejorar de vida, en el sentido material ni en el sentido espiritual. ?Y quieres saber por que? Porque no existe esa vida mejor. Esta es la unica vida posible. Y la compartimos con los animales, por cierto. Ese es el ejemplo que tratan de dar las personas como Bev. Ese es el ejemplo que yo trato de seguir: compartir algunos de los privilegios del ser humano con los animales. No quiero reencarnarme en una futura existencia como perro o como cerdo y tener que vivir como viven los perros o los cerdos bajo nuestro dominio.
– Lucy, querida, no te enfades. Estoy de acuerdo en que esta es la unica vida que existe. En cuanto a los animales, de acuerdo: seamos amables con ellos en la medida de nuestras posibilidades, pero tampoco perdamos la debida perspectiva. Pertenecemos a un orden de la creacion distinto al de los animales. No es mas elevado, pero es distinto. Y si vamos a ser amables, que sea por simple generosidad, no por sentirnos culpables o por temer las represalias.
Lucy respira hondo. Parece a punto de contestar a su homilia, pero no lo hace. Llegan a la casa en silencio.
9
Esta sentado en el cuarto de estar, viendo un partido de futbol por television. Van cero a cero; ninguno de los dos equipos parece tener ganas de ganar.
Los comentarios alternan el sotho con el xhosa, lenguas de las que no entiende una sola palabra. Baja el volumen hasta no ser sino un murmullo. Sabado por la tarde en Sudafrica, un lapso consagrado a los hombres y sus placeres. Da un par de cabezadas y se adormece.
Cuando despierta, Petrus se encuentra a su lado en el sofa, con una botella de cerveza en la mano. Ha subido el volumen.
– Son los Bushbucks -dice Petrus-. Mi equipo, vaya. Juegan contra los Sundowns.
Los Sundowns sacan un corner. Se arma un barullo en el area de meta. Cuando se posa la polvareda, el portero de los Bushbucks aparece tendido boca abajo, con la pelota sujeta contra el pecho.
– ?Es bueno! ?Es muy bueno! -dice Petrus-. Es un portero estupendo. No hay que dejar que nos lo quiten.