canciones de esa obra todavia no escrita. Nunca ha sido ni se ha sentido muy profesor; en esta institucion del saber tan cambiada y, a su juicio, emasculada, esta mas fuera de lugar que nunca. Claro que, a esos mismos efectos, tambien lo estan otros colegas de los viejos tiempos, lastrados por una educacion de todo punto inapropiada para afrontar las tareas que hoy dia se les exige que desempenen; son clerigos en una epoca posterior a la religion.

Como no tiene ningun respeto por las materias que imparte, no causa ninguna impresion en sus alumnos. Cuando les habla, lo miran sin verlo; olvidan su nombre. La indiferencia de todos ellos lo indigna mas de lo que estaria dispuesto a reconocer. No obstante, cumple al pie de la letra con las obligaciones que tiene para con ellos, con sus padres, con el estado. Mes a mes les encarga trabajos, los recoge, los lee, los devuelve anotados, corrige los errores de puntuacion, la ortografia y los usos linguisticos, cuestiona los puntos flacos de sus argumentaciones y adjunta a cada trabajo una critica sucinta y considerada, de su puno y letra.

Sigue dedicandose a la ensenanza porque le proporciona un medio para ganarse la vida, pero tambien porque asi aprende la virtud de la humildad, porque asi comprende con toda claridad cual es su lugar en el mundo. No se le escapa la ironia, a saber, que el que va a ensenar aprende la leccion mas profunda, mientras que quienes van a aprender no aprenden nada. Es uno de los rasgos de su profesion que no comenta con Soraya. Duda que exista una ironia capaz de estar a la altura de la que vive ella en la suya.

En la cocina del piso de Green Point hay un hervidor, tazas de plastico, un bote de cafe instantaneo, un cuenco lleno de bolsitas de azucar. En la nevera hay una buena cantidad de botellas de agua mineral. En el cuarto de bano, jabon y una pila de toallas; en el armario, ropa de cama limpia y planchada.

Soraya guarda su maquillaje en un neceser. Es un sitio asignado, nada mas: un sitio funcional, limpio, bien organizado.

La primera vez que lo recibio, Soraya llevaba pintalabios de color bermellon y sombra de ojos muy marcada. Como no le gustaba ese maquillaje pegajoso, le pidio que se lo quitara. Ella obedecio; desde entonces, no ha vuelto a maquillarse. Es de esas personas que aprenden rapido, que se acomodan, se amoldan a los deseos ajenos.

A el le agrada hacerle regalos. Por Ano Nuevo le regalo un brazalete esmaltado; por el festejo con que concluye el Ramadan, una pequena garza de malaquita que le llamo la atencion en el escaparate de una tienda de regalos. El disfruta con la alegria de ella, una alegria sin afectacion.

Le sorprende que una hora y media por semana en compania de una mujer le baste para sentirse feliz, a el, que antes creia necesitar una esposa, un hogar, un matrimonio. En fin de cuentas, sus necesidades resultan ser muy sencillas, livianas y pasajeras, como las de una mariposa. No hay emociones, o no hay ninguna salvo las mas dificiles de adivinar: un bajo continuo de satisfaccion, como el runrun del trafico que arrulla al habitante de la ciudad hasta que se adormece, o como el silencio de la noche para los habitantes del campo.

Piensa en Emma Bovary cuando regresa a su domicilio, saciada, con la mirada vitrea, despues de una tarde de follar sin parar. ?Asi que esto es la dicha!, dice Emma maravillada al verse en el espejo. ?Asi que esta es la dicha de la que habla el poeta! En fin: si la pobre, espectral Emma llegara alguna vez a aparecer por Ciudad del Cabo, el se la llevaria de paseo uno de esos jueves por la tarde para ensenarle que puede ser la dicha: una dicha moderada, una dicha temperada.

Un sabado por la manana todo cambia. Esta en el centro de la ciudad para resolver unas gestiones; va caminando por Saint George's Street cuando se fija de pronto en una esbelta figura que camina por delante de el, en medio del gentio. Es Soraya, es inconfundible, y va flanqueada por dos ninos, dos chicos. Los tres llevan bolsas y paquetes; han estado de compras.

Titubea, decide seguirlos de lejos. Desaparecen en la Taberna del Capitan Dorego. Los chicos tienen el cabello lustroso y los ojos oscuros de Soraya. Solo pueden ser sus hijos.

Sigue de largo, vuelve sobre sus pasos, pasa por segunda vez delante de la Taberna del Capitan Dorego. Los tres estan sentados a una mesa junto a la ventana. A traves del cristal, por un instante, la mirada de Soraya se encuentra con la suya.

Siempre ha sido un hombre de ciudad, capaz de hallarse a sus anchas en medio de un flujo de cuerpos en el que el erotismo anda al acecho y las miradas centellean como flechas. Sin embargo, esa mirada entre Soraya y el es algo que lamenta en el acto.

En su cita del jueves siguiente ninguno de los dos menciona lo sucedido. No obstante, ese recuerdo pende incomodo entre los dos. El no tiene el menor deseo de alterar lo que para Soraya debe de ser una precaria doble vida. A el le parecen muy bien las dobles vidas, las triples vidas, las vidas vividas en compartimientos estancos. Tal vez, si acaso, siente una mayor ternura por ella. Tu secreto esta a salvo conmigo: eso es lo que quisiera decir.

Pese a todo, ni el ni ella pueden dejar a un lado lo ocurrido. Los dos ninos se convierten en presencias que se interponen entre ellos, que se esconden como sombras quietas en un rincon de la habitacion en donde copulan su madre y ese desconocido. En brazos de Soraya el pasa a ser fugazmente su padre: padre adoptivo, padrastro, padre en la sombra. Despues, cuando sale de la cama de ella, nota los ojos de los dos chiquillos que lo escrutan con curiosidad, a hurtadillas.

A su pesar, centra sus pensamientos en el otro padre, en el padre de verdad. ?Tiene acaso alguna idea, sabe siquiera por asomo en que anda metida su mujer, o tal vez ha elegido la dicha de la ignorancia?

El no tiene hijos varones. Paso su ninez en una familia compuesta por mujeres. A medida que fueron desapareciendo la madre, las tias, las hermanas, a su debido tiempo fueron sustituidas por amantes, esposas, una hija. Estar en compania de mujeres lo ha llevado a ser un amante de las mujeres y, hasta cierto punto, un mujeriego. Con su estatura, su buena osamenta, su tez olivacea, su cabello ondulado, siempre ha contado con un alto grado de magnetismo. Cada vez que miraba a una mujer de una determinada forma, con una intencionalidad determinada, ella siempre le devolvia la mirada; de eso podia estar seguro. Asi ha vivido: durante anos, durante decadas, esa ha sido la columna vertebral de su vida.

Y un buen dia todo termino. Sin previo aviso, lo abandonaron sus poderes. Las miradas que en sus buenos tiempos sin duda hubieran respondido a la suya pasaban de largo, pasaban a traves de el. De la noche a la manana se convirtio en una presencia fantasmal. Si le apetecia una mujer, a partir de entonces tuvo que aprender a requebrarla; muchas veces, de uno u otro modo, tuvo que comprarla.

Existio en un ansioso aluvion de promiscuidades. Tuvo lios con las esposas de algunos colegas; ligo con las turistas en los bares del paseo maritimo o en el club Italia; se acosto con furcias.

Conocio a Soraya en una pequena sala de espera, en penumbra, ante la oficina principal de Acompanantes Discrecion, una habitacion con persianas venecianas, con plantas en los rincones y olor a tabaco rancio en el aire. En el catalogo de la empresa figuraba bajo el epigrafe: «Exoticas». En la fotografia aparecia con una flor de la pasion en el cabello y unas sombras casi inapreciables en el rabillo del ojo. El pie decia: «Solamente tardes». Eso fue lo que lo llevo a decidirse, la promesa de una estancia con las persianas entornadas, sabanas frescas, horas robadas.

Desde el principio fue muy satisfactorio, justamente lo que el buscaba. Habia dado en el clavo. Al cabo de un ano no ha sentido ninguna necesidad de volver a la agencia.

Entonces se produjo el encuentro accidental en Saint George's Street y el extranamiento subsiguiente. Aunque Soraya sigue sin faltar a sus citas, el percibe una frialdad creciente; ella se transforma en una mujer mas y el en otro cliente cualquiera.

El tiene una idea atinada de como hablan entre si las prostitutas sobre los hombres que las frecuentan, en concreto los hombres de edad avanzada. Cuentan anecdotas, se rien, pero tambien se estremecen, tal como alguien se estremece al ver una cucaracha en el lavabo cuando va al cuarto de bano en plena noche. No falta mucho para que con finura, con malicia, tambien el sea fuente de estremecimientos parecidos. Es un destino al que no puede escapar.

El cuarto jueves despues del incidente, cuando ya se dispone a dejar el apartamento, Soraya le hace el anuncio para el cual se ha aprestado el con todas sus fuerzas.

– Tengo a mi madre enferma. Voy a tomarme unas vacaciones para cuidarla. No vendre la semana que viene.

Вы читаете Desgracia
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату
×