– Y la semana siguiente?

– No estoy segura. Depende de como evolucione. Lo mejor seria que llamaras antes por telefono.

– No tengo tu numero.

– Llama a la agencia. Alli te informaran de mis planes.

Aguarda unos dias, luego llama a la agencia. ?Soraya? Soraya ya no sigue con nosotros, le dice el encargado. No, no podemos ponerle en contacto con ella, eso es contrario a las normas de la casa. ?No desea que le presente a una de nuestras chicas? Tenemos muchisimas exoticas para elegir: malayas, tailandesas, chinas, lo que usted quiera.

Pasa una velada con otra Soraya -da la impresion de que Soraya se ha convertido en un nom de commerce muy habitual en una habitacion de hotel en Long Street. Esta no tiene mas de dieciocho anos, no tiene practica, a su juicio es desabrida.

– Bueno, ?y a que te dedicas? -le pregunta ella al desnudarse.

– Un negocio de exportacion e importacion -contesta.

– Hay que ver -dice ella.

En su departamento trabaja una nueva secretaria. Se la lleva a almorzar a un restaurante discretamente alejado del campus universitario y la escucha; mientras ella da cuenta de la ensalada de langostinos, le habla del colegio de sus hijos. Hay traficantes que incluso se pasean por el patio, le dice, y la policia no hace nada. Su marido y ella llevan ya tres anos inscritos en el consulado de Nueva Zelanda, en lista de espera para obtener un permiso de emigracion.

– Vosotros lo tuvisteis mucho mas facil. O sea, no me refiero a lo bueno y a lo malo de la situacion, sino a que al menos sabiais cual era vuestro sitio.

– ?Nosotros? -dice el-. ?Quienes?

– Los de tu generacion. Ahora todo el mundo escoge que leyes son las que quiere obedecer. Esto es la anarquia. ?Como vas a educar a tus hijos si estan rodeados por la anarquia?

Se llama Dawn. La segunda vez que la lleva a almorzar por ahi hacen una parada en casa de el y se acuestan juntos. Resulta un fracaso. A sacudidas, agarrandose con unas y dientes a quien sabe que, ella alcanza un frenesi de excitacion que, al final, a el tan solo le repugna. Le presta un peine, la lleva en su coche al campus.

Despues de ese encuentro la rehuye y pone especial empeno en evitar la oficina en que trabaja. A cambio, ella lo mira mostrandose dolida y luego lo desaira.

Tendria que dejarlo de una vez por todas, retirarse, renunciar al juego. ?A que edad, se pregunta, se castro Origenes? No es la mas elegante de las soluciones, desde luego, pero es que envejecer no reviste ninguna elegancia. Es mera cuestion de despejar la cubierta, para que uno al menos pueda concentrarse en hacer lo que han de hacer los viejos: prepararse para morir.

?No cabria la posibilidad de abordar a un medico y plantearselo? Debe de ser una operacion sumamente simple; a los animales se la practican a diario, y los animales sobreviven bastante bien si hacemos hace caso omiso de cierto poso de tristeza. Amputar, anudar: con anestesia local, una mano firme y un punto de flema, cualquiera incluso podria practicarselo a si mismo siguiendo un libro de texto. Un hombre sentado en una silla dandose un tajo: feo espectaculo, pero no mas feo, al menos desde cierto punto de vista, que ese mismo hombre cuando se ejercita sobre el cuerpo de una mujer.

Sigue estando Soraya. Deberia dar por cerrado ese capitulo. Muy al contrario, paga a una agencia de detectives para que la localicen. En cuestion de pocos dias ha conseguido su verdadero nombre, su direccion, su numero de telefono. Llama a las nueve de la manana, hora a la que su marido y sus hijos seguramente no estaran en casa.

– ?Soraya? -dice-. Soy David. ?Como estas? ?Cuando podemos volver a vernos?

Sigue un largo silencio antes de que ella diga algo.

– No se quien es usted -dice-. Y esta acosandome en mi propia casa. Le pido que nunca vuelva a llamarme a este numero, nunca mas.

Pedir. Quiere decir exigir. Esa estridencia le sorprende: hasta ese instante jamas ha dado muestras de ser capaz de algo semejante. Sin embargo, ?que puede esperarse del depredador cuando asoma como un intruso en la guarida de la zorra, en el cubil de sus cachorros?

Cuelga el telefono. Nubla su animo una sombra de envidia del marido al que jamas ha visto.

2

Sin los interludios de los jueves, la semana se torna monotona como el desierto. Hay dias en los que ya no sabe que hacer con su tiempo.

Pasa mas horas en la biblioteca de la universidad y lee todo lo que encuentra sobre el circulo de Byron y sus allegados, incrementando sus notas sobre el asunto, que ya llenan dos gruesas carpetas. Disfruta de la quietud que a ultima hora de la tarde se aduena de la sala de lectura, disfruta del paseo que despues da hasta su casa: el aire cortante del invierno, las calles humedas y relucientes.

Un viernes por la noche regresa a su casa dando un rodeo por los viejos jardines de la universidad, y de pronto se fija en que una de sus alumnas recorre el mismo sendero que el. Va unos pasos por delante. Se llama Melanie Isaacs, es de su curso de los poetas romanticos. No es la mejor de sus alumnas, pero tampoco es de las peores: es bastante lista, pero le falta interes.

Va remoloneando; no tarda en alcanzarla.

– Hola -le dice.

Ella le devuelve la sonrisa a la vez que cabecea; tiene una sonrisa mas taimada que timida. Es pequenita y delgada, lleva el pelo negro muy corto, tiene los pomulos anchos, casi como una china, y los ojos grandes y oscuros. Siempre viste de manera llamativa. Hoy lleva una minifalda marron combinada con un jersey de color mostaza y medias negras. Las tachuelas doradas del cinturon hacen juego con las bolas de oro que lleva por pendientes.

Esta bastante colado por ella. No es algo nuevo: practicamente no deja pasar un trimestre sin enamorarse en mayor o menor medida de alguna de sus alumnas. Ciudad del Cabo: una ciudad prodiga en belleza, en bellezas.

?Sabra ella que el esta por la labor? Es probable. Las mujeres son sensibles a esas cosas, al peso que tiene esa mirada cargada de deseo.

Ha llovido; en las canaletas que bordean el camino canta el suave murmullo del agua.

– Mi estacion preferida, y la hora del dia que mas me gusta -dice el-. ?Vives por aqui?

– Ahi al lado. En un piso compartido.

– ?Y eres de Ciudad del Cabo?

– No, naci y me crie en George.

– Yo vivo aqui cerca. ?Puedo invitarte a tomar algo?

Una pausa, cautela.

– De acuerdo, pero he de marcharme a las siete y media.

De los jardines pasan al tranquilo reducto residencial en el que vive el desde hace veinte anos, primero con Rosalind, y luego, tras el divorcio, solo.

Abre la verja de seguridad, abre la puerta de su casa, hace pasar a la muchacha. Enciende las luces, la alivia del peso de su bolso. Tiene gotas de lluvia en el cabello. La mira embobado, francamente embelesado. Ella baja la mirada a la vez que le ofrece la misma sonrisa evasiva y tal vez algo coqueta que esbozo antes.

En la cocina el abre una botella de Meerlust y sirve una fuente de galletas saladas y queso. Al volver la encuentra de pie ante las estanterias, con la cabeza ladeada, leyendo los titulos de los lomos. El pone musica: el quinteto para clarinete de Mozart.

El vino, la musica: un ritual al que suelen jugar los hombres y las mujeres, unos con otros. No hay nada malo en los rituales, de hecho se inventaron para hacer mas llevaderos los momentos dificiles, delicados. Sin embargo, la chica que se ha llevado a casa no solo es treinta anos mas joven que el: es una estudiante, es su alumna, esta bajo su tutela. Poco importa lo que ahora pase entre ellos, pues tendran que volver a verse en calidad de profesor

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