– Un mes. Tres meses. Mas. La ciencia todavia no ha puesto limite al tiempo que una tiene que esperar. Puede que para siempre.
El gato se lanza veloz sobre el cinturon, pero el juego ha terminado.
Se sienta junto a su hija; el gato baja del sol de un salto, se marcha muy erguido. La toma de la mano. Ahora que esta tan cerca de ella, le llega un tenue olor a rancio, a falta de higiene.
– Al menos no sera para siempre, carino -le dice-. Al menos, eso podras ahorrartelo.
Las ovejas pasan el resto del dia cerca de la presa, donde las ha amarrado. Al dia siguiente aparecen amarradas en el trecho yermo en que estaban antes, junto al establo.
Es de suponer que les queda hasta el sabado por la manana, un par de dias. Parece una forma bien triste de consumir los dos ultimos dias de una vida. Son costumbres del campo: asi llama Lucy a esas cosas. El dispone de otras palabras: indiferencia, crueldad. Si el campo puede emitir su veredicto sobre la ciudad, tambien la ciudad puede enjuiciar al campo.
Ha pensado en comprarle las ovejas a Petrus, pero ?que iba a conseguir con eso? Petrus emplearia el dinero para comprar otros dos animales para el sacrificio, quedandose de paso con la diferencia. Ademas, ?que iba a hacer el con las ovejas tras librarlas de su esclavitud? ?Soltarlas en cualquier carretera? ?Encerrarlas en las perreras y darles heno de comer?
Parece haberse creado un vinculo entre el y las dos ovejas persas, aunque no acierta a saber como. No se trata de un vinculo basado en el afecto. Ni siquiera se trata de un vinculo que lo una a esas dos ovejas en concreto, a las que ni siquiera sabria distinguir en medio de un rebano en un prado. No obstante, de pronto y sin motivo alguno, su suerte tiene importancia para el.
Se planta ante los dos animales, bajo el sol, a la espera de que el zumbido que tiene en la cabeza se pare de una vez, a la espera de una senal.
Hay una mosca empenada en meterse en la oreja de una de las dos. La oreja se mueve sin cesar, tiembla. La mosca echa a volar, traza un circulo, vuelve, se posa. La oreja vuelve a temblar.
Da un paso adelante. La oveja retrocede, inquieta, cuanto le permite la cadena.
Recuerda a Bev Shaw, el modo en que acariciaba al chivo de los testiculos destrozados, sosegandolo, consolandolo, entrando en su vida. ?Como conseguira tener esa comunion con los animales? Sera gracias a un truco que el no posee. Para eso hay que ser un tipo de persona determinada, tal vez tener menos complicaciones.
El sol le da en plena cara con toda la potencia de la primavera. ?Tendre acaso que cambiar?, se dice. ?Tendre que tratar de ser como Bev Shaw?
Habla con Lucy.
– He estado pensando en eso del festejo de Petrus. La verdad es que preferiria no asistir. ?Te parece que sera posible disculparme sin parecer descortes?
– ?Es por el sacrificio de las ovejas?
– Si. No. No he cambiado de opinion, si te refieres a eso. Sigo sin pensar que los animales dispongan de una autentica vida individual. Los que hayan de vivir, los que hayan de morir, no es cuestion, por lo que a mi se refiere, que me quite el sueno. No obstante…
– ?No obstante?
– No obstante, en este caso estoy alterado. No sabria decir por que.
– Bueno, puedes estar seguro de que Petrus y sus invitados no van a renunciar a sus costillas por mera deferencia a tu sensibilidad.
– No es eso lo que pido. Tan solo preferiria no estar en el festejo, al menos esta vez no. Lo siento. Jamas imagine que terminaria hablando de esta manera.
– Los caminos del Senor son inescrutables, David.
– No te burles de mi.
Se acerca el sabado, dia de mercado.
– ?Vamos a instalar el puesto? -pregunta a Lucy. Ella se encoge de hombros.
– Como tu decidas -le responde. Y el no instala el puesto.
No cuestiona su decision. La verdad es que se siente aliviado.
Los preparativos para el festejo de Petrus comienzan al mediodia del sabado con la llegada de un grupo de mujeres, media docena en total, fuertes y todas ellas, le parece, muy endomingadas. Detras del establo hacen una hoguera. Pronto el viento le trae el olor de las asaduras que ya hierven en un caldero, de lo cual infiere que ya esta hecho, y hecho por partida doble, que todo ha terminado.
?Deberia dolerse? ?Es correcto dolerse por la muerte de seres que entre si no tienen la practica del duelo? Examina su corazon y solo halla una difusa tristeza.
Demasiado cerca, piensa: vivimos demasiado cerca de Petrus. Es como compartir una casa con desconocidos, compartir los ruidos, los olores.
Llama a la puerta de la habitacion de Lucy.
– ?Te apetece dar un paseo? -le pregunta.
– No, gracias. Llevate a Katy.
Se lleva al bulldog, pero la perra es tan lenta, se la ve tan cabizbaja, que el termina por irritarse; la azuza para que vuelva a la granja, la persigue incluso y luego emprende una caminata en solitario, una vuelta de unos ocho kilometros que recorre a paso ligero, tratando de fatigarse.
A las cinco en punto comienzan a llegar los invitados en coche, en taxi, a pie. Los contempla desde detras de las cortinas de la cocina. La mayoria son de la generacion del anfitrion, sobrios y solidos. Hay una mujer de edad avanzada en torno a la cual se arma bastante jaleo: con su traje azul y una llamativa camisa rosa, Petrus recorre todo el camino para recibirla.
Oscurece antes de que los mas jovenes hagan acto de presencia. Con la brisa llega el murmullo de las charlas, las risas y la musica, musica que el relaciona con el Johannesburgo de su juventud. Bastante pasable, piensa para si; bastante alegre incluso.
– Ya es la hora -dice Lucy-. ?No vienes?
Es insolito, pero lleva un vestido cuya falda le llega a las rodillas y unos zapatos de tacon, asi como una gargantilla de cuentas de madera pintadas de colores y pendientes a juego. No esta muy seguro de que le guste el efecto.
– Como quieras, ya estoy. Vamos.
– ?Es que no tienes un traje?
– No.
– Pues al menos ponte una corbata.
– Caramba, pense que estabamos en el campo.
– Pues razon de mas para ponerte presentable. Este es un gran dia en la vida de Petrus.
Ella lleva una pequena linterna. Recorren el sendero hasta la casa de Petrus, padre e hija tomados del brazo. Ella ilumina el sendero, el lleva su obsequio.
Ante la puerta abierta se detienen sonrientes. Petrus no esta por ninguna parte, pero aparece una chiquilla vestida de fiesta y les hace pasar.
El viejo establo carece de techo, y tampoco tiene un suelo propiamente dicho. Al menos, es espacioso; al menos tiene electricidad. Hay lamparas de pantalla y posters en las paredes (los girasoles de Van Gogh, una dama vestida de azul de las que pintaba Tretchikoff, Jane Fonda con el traje de Barbarella, Doctor Khumalo marcando un gol), lo cual atenua la desolacion del lugar.
Son los unicos blancos. Hay gente bailando al son del jazz africano a la antigua usanza que ya habia oido de lejos. A los dos los miran con curiosidad, aunque puede que solo sea por la proteccion de su cuero cabelludo.
Lucy conoce a algunas de las mujeres. Comienza a hacer las presentaciones. Aparece Petrus a su lado. No se las da de ser el tipico anfitrion ansioso de que todo este en orden, no les ofrece nada de beber.
– Se acabaron los perros -dice en cambio-. Ya no soy el perrero. El hombre perro.
Lucy prefiere tomarselo como un chiste, asi que todo, o eso parece, esta en orden.
– Te hemos traido algo -dice Lucy-, pero tal vez debamos darselo a tu mujer. Es para la casa.
Por la zona en que se encuentra la cocina, si es que asi la llaman, Petrus interpela a su mujer. Es la primera