generacion y, sin embargo, se los ve recelosos de ella, como si fuese una criatura polucionada y su contaminacion pudiera dar un salto y ensuciarlos a ellos.

Eran tres, recita ella, o dos hombres y un chico, mejor dicho. Se las ingeniaron para entrar en la casa, se llevaron (hace una lista pormenorizada) dinero, ropa, un televisor, un lector de cd, un fusil con municion. Como su padre ofrecio resistencia, lo agredieron, lo rociaron de alcohol, trataron de pegarle fuego. Luego mataron a tiros a los perros y se llevaron el coche de su padre. Describe el aspecto de los hombres y la ropa que vestian; describe el coche.

Durante todo el tiempo que habla, Lucy lo mira fijo, como si extrajera de el la fuerza que necesita, o quiza como si lo desafiara a contradecirla. Cuando uno de los policias pregunta: «?Cuanto duro todo el incidente?», responde: «Veinte, treinta minutos». Una falsedad, como el bien sabe, como sabe ella tambien. Duro mucho mas. ?Cuanto mas? Todo el tiempo que necesitaron los hombres para dar por resuelto su trato con la senora de la casa.

No obstante, el no la interrumpe. Mera cuestion de indiferencia: apenas escucha mientras Lucy relata la historia. Empiezan a tomar forma palabras que llevaban desde la noche anterior aleteando en las franjas mas lejanas de su memoria.

Dos viejas senoras encerradas en el lavabo / se pasaban los dias de lunes a sabado / sin que nadie supiera que alli estaban. Encerrado en el lavabo mientras su hija era maltratada. Una cantinela de su infancia vuelve para senalarlo con un dedo burlon. Ay, ay, ay: ?que podra ser? El secreto de Lucy; su desgracia.

Con cautela, los dos policias recorren la casa, la inspeccionan. No hay rastros de sangre, no se ven desperfectos en el mobiliario. El desorden de la cocina ya esta recogido y limpio (?por Lucy? ?Cuando?). Tras la puerta del lavabo, dos fosforos usados en los que ni siquiera reparan.

En el dormitorio de Lucy, la cama de matrimonio esta sin sabanas. La escena del crimen, piensa. Como si le leyeran el pensamiento, los policias apartan la mirada y siguen su ronda.

Una casa en calma una manana de invierno, nada mas y nada menos.

– Vendra un detective a tomar muestras de huellas dactilares -dicen cuando ya se marchan-. Procuren no tocar nada. Si recuerdan alguna cosa mas que falte, llamennos a comisaria. Apenas se han marchado cuando llegan los tecnicos de la compania telefonica, y luego el viejo Ettinger. Sobre Petrus, ausente, Ettinger hace un oscuro comentario:

– No se puede confiar en ninguno de ellos.

Dice que mandara un chico para reparar la furgoneta. Antano ha visto a Lucy enojarse, y mucho, al oir ese uso de la palabra «chico». Ahora ni siquiera reacciona.

Es el quien acompana a Ettinger.

– ?Pobre Lucy! -exclama Ettinger-. Ha tenido que pasarlo muy mal. De todos modos, pudo ser peor.

– ?En serio? ?Como?

– Podrian habersela llevado por la fuerza.

Eso lo deja con un palmo de narices. No es un idiota ese Ettinger.

Por fin se quedan a solas Lucy y el.

– Yo me encargo de enterrar a los perros si me dices donde -se ofrece-. ?Que les diras a los duenos?

– Les dire la verdad. -?Lo cubrira tu seguro?

– No lo se. No se si las polizas de seguros cubren las matanzas. Tendre que enterarme.

Una pausa.

– ?Por que no quieres contar toda la verdad, Lucy?

– He contado toda la verdad. Todo lo que sucedio ayer es lo que acabo de contar.

Menea la cabeza, dubitativo.

– Estoy seguro de que no te faltan razones, pero en un contexto mas amplio… ?estas segura de que esto es lo que mas te conviene?

Ella no responde y el no la presiona por el momento. Sin embargo, sus pensamientos se centran en los tres intrusos, los tres agresores, hombres a los que posiblemente jamas volvera a poner la vista encima, aunque ya para siempre forman parte de su vida y de la de su hija. Los hombres veran los periodicos, oiran las habladurias. Se enteraran por la prensa de que se los busca por robo y agresion con lesiones, nada mas. Se les ha de ocurrir que sobre el cuerpo de la mujer se ha tendido el silencio como una manta. Demasiada verguenza, se diran uno al otro: demasiada verguenza para contarlo, y se reiran a sus anchas rememorando su hazana. ?Esta Lucy dispuesta a concederles ese triunfo?

Cava la fosa donde Lucy se lo indica, cerca de la linde de la finca. Una fosa para seis perros adultos y de gran tamano: incluso a pesar de que la tierra esta arada hace poco, le lleva una hora entera. Cuando ha terminado, le duele la espalda, le duelen los brazos, vuelven a incordiarlo las molestias que sentia en la muneca. Lleva los cadaveres de los perros en una carretilla. El perro que tiene un agujero abierto en el cuello todavia ensena los dientes ensangrentados. Igual que liarse a tiros con los peces dentro de un barril, piensa. Despreciable y, sin embargo, seguramente excitante en un pais en el que los perros se crian de modo que grunan automaticamente al percibir el olor de un hombre negro. Un satisfactorio trabajo para una sola tarde, embriagador, como toda venganza. Uno por uno arroja a los perros a la fosa, y luego la cubre de tierra.

Vuelve y se encuentra a Lucy, que esta instalando una cama de campana en la despensa mohosa, angosta, donde guarda los trastos.

– ?Para quien es? -pregunta.

– Para mi.

– ?Y el cuarto que queda libre?

– Se han caido los tablones del techo. -?Y el cuarto grande de la parte de atras?

– Es que la camara frigorifica hace demasiado ruido.

No es verdad. La camara que hay en la habitacion de atras apenas ronronea. Es por lo que contiene la camara, por eso no quiere Lucy dormir ahi: despojos, huesos, carne para perros que ya no tienen ninguna necesidad de comersela.

– Quedate con mi cuarto -le dice-. Yo dormire aqui.

Y acto seguido se pone a recoger sus cosas.

Sin embargo, ?es cierto que desea cambiarse a esa celda llena de cajas con tarros de cristal vacios, apiladas en una esquina, con un solo y minusculo ventanuco que mira al sur? Si los fantasmas de los violadores de Lucy siguen en su dormitorio, no cabe duda de que habria que echarlos como fuera, no permitirles que se apoderen de esa pieza y la hagan su fortin. Por eso traslada sus pertenencias al dormitorio de Lucy.

Cae la noche. No tienen hambre, pero comen algo. Comer es un ritual, los rituales facilitan las cosas.

Con toda la delicadeza que puede, de nuevo formula su pregunta.

– Lucy, querida mia, ?por que nov quieres contarlo? Fue un delito. No ha de avergonzarte el ser objeto de un delito. Tu no lo quisiste. No eres sino una victima inocente.

Sentada al otro lado de la mesa, frente a el, Lucy respira hondo, hace acopio de fuerzas, exhala el aire y menea la cabeza.

– ?Quieres que intente adivinarlo? -dice el-. ?Es que acaso tratas de recordarme algo?

– ?Que si trato de recordarte algo? ?Que?

– Lo que han de padecer las mujeres a manos de los hombres.

– Nada mas lejos de mis pensamientos. Esto no tiene nada que ver contigo, David. Quieres saber por que no he puesto en conocimiento de la policia una acusacion en particular. Bien, pues voy a decirtelo con una condicion: que no vuelvas a plantear este asunto. La razon es bien sencilla: por lo que a mi respecta, lo que me sucedio es un asunto puramente privado. En otra epoca y en otro lugar, tal vez pudiera exponerse a la consideracion de la comunidad, e incluso ser un asunto de interes publico. Pero en esta epoca y en este lugar, no lo es. Es un asunto mio y nada mas que mio.

– Cuando hablas de este lugar, ?a que te refieres?

– A Sudafrica.

– Pues no estoy de acuerdo. No estoy de acuerdo con lo que estas haciendo. ?Crees que si aceptas con mansedumbre lo que te ocurrio puedes situarte al margen de granjeros y terratenientes como Ettinger? ?Crees que lo que sucedio aqui fue como un examen, que si lo apruebas recibes un diploma y un salvoconducto de cara al futuro, o un rotulo para colocarlo en el dintel de tu puerta, de modo que la plaga pase de largo sin afectarte? No

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