de si mismo, porque la policia no nos salvara de nada; ya no, de eso pueden estar seguros.
?Tiene razon Ettinger? Si el tuviera una pistola, ?habria salvado a Lucy? Lo duda. De haber tenido un arma en su poder, lo mas probable es que ahora estuviera muerto, y Lucy tambien.
Se fija en que las manos todavia le tiemblan ligeramente. Lucy lleva los brazos cruzados sobre el pecho. ?Sera porque ella tambien tiembla?
Esperaba que Ettinger los llevase a la comisaria de policia, pero resulta que Lucy le ha indicado que los lleve directamente al hospital.
– ?Por mi o por ti? -le pregunta. -Por ti.
– ?Y no querra verme tambien a mi la policia?
– No hay nada que tu puedas contarles y yo no -responde ella-. ?O si?
En el hospital, Lucy entra a grandes zancadas por una puerta en cuyo dintel un rotulo dice PARTES DE LESIONES. Llena el formulario correspondiente y le hace sentarse en la sala de espera. Se le nota una gran fuerza interior; es toda decision, mientras que el temblor de antes a el se le ha extendido por todo el cuerpo.
– Si te dan de alta, espera aqui -le indica-. Volvere a recogerte.
– ?Y tu? ?Que vas a hacer?
Ella se encoge de hombros. Si esta temblando, desde luego que no se le nota.
Encuentra un asiento libre entre dos muchachas bastante voluminosas que bien podrian ser hermanas, una de ellas con un nino en brazos que no para de llorar, y un hombre que lleva un vendaje aparatoso y ensangrentado en una mano. Es el duodecimo de la fila. El reloj de pared marca las cinco y cuarenta y cinco. Cierra el ojo bueno y se deja caer en un sueno en el que las dos hermanas no cesan de cotillear,
Pasan dos horas antes de que la enfermera lo haga pasar a la consulta, y todavia habra de esperar un buen rato hasta que le llegue la vez de ser recibido por la unica medico de guardia, una joven de origen indio.
Las quemaduras que tiene en el cuero cabelludo no son graves, aunque debe tener cuidado de que no se le infecten. La doctora dedica mas tiempo a explorarle el ojo. El parpado superior y el parpado inferior estan pegados; separarlos resulta extraordinariamente doloroso.
– Ha tenido usted suerte -comenta ella despues de la exploracion-. El ojo en si no esta danado, pero si hubieran empleado gasolina nos veriamos en una situacion completamente distinta.
Sale de la consulta con la cabeza vendada, el ojo tapado, una bolsa de hielo aplicada sobre la muneca. En la sala de espera lo sorprende encontrar a Bill Shaw Bill, al que le saca una cabeza, lo sujeta por los hombros.
– Espantoso, absolutamente espantoso -le dice-. Lucy se ha quedado en nuestra casa. Iba a venir a recogerte, pero Bev le ha dicho que ni hablar. ?Como te encuentras?
– Bien, estoy bien. Son quemaduras superficiales, nada serio. Lamento que os hayamos fastidiado la velada.
– ?No digas tonterias! -responde Bill Shaw-. ?Para que estan los amigos? Tu habrias hecho lo mismo.
Pronunciadas sin el menor atisbo de ironia, esas palabras quedan impresas en el, indelebles. Bill Shaw cree que si el, Bill Shaw, hubiera recibido un golpe en la cabeza y luego su agresor le hubiese prendido fuego, el, David Lurie, habria ido en coche al hospital y se habria sentado a esperarlo sin llevar siquiera un periodico para pasar el rato, para llevarlo despues a su casa. Bill Shaw cree que porque David Lurie y el compartieron una vez una taza de te, David Lurie es su amigo, y que por eso los dos tienen ciertas obligaciones mutuas. ?Tendra razon Bill Shaw, o acaso se equivoca? ?Acaso es que Bill Shaw, nacido en Hankey, a menos de doscientos kilometros de alli, y que trabaja en una ferreteria, ha visto tan poco mundo que ni siquiera sabe que hay hombres que no traban amistades con facilidad, hombres cuya actitud frente a la amistad entre los hombres esta corroida por el escepticismo?
– Es espantoso, de veras -repite Bill Shaw ya en el coche-. Una atrocidad. Bastante lamentable es conocer esta clase de incidentes por el periodico, pero cuando encima le sucede a una persona que conoces… -Menea la cabeza-. Eso si que te hace ver las cosas con claridad. Es como si volvieramos a estar en plena guerra.
El no se toma la molestia de contestar. El dia no ha muerto aun, esta vivo y coleando.
Bev Shaw los recibe en la puerta. Lucy ha tomado un sedante, anuncia, y se ha tumbado hace un rato; es preferible no molestarla.
– ?Ha ido a ver a la policia?
– Si, hay una denuncia por el robo de tu coche.
– ?Y ha visitado a un medico?
– Ya esta todo en orden. ?Tu como te encuentras? Me dijo Lucy que has sufrido graves quemaduras.
– Si, tengo algunas quemaduras, pero no son tan graves como puede parecer.
– Deberias comer algo antes de descansar.
– No tengo hambre.
Ella le prepara un bano en su banera, grande y anticuada, de hierro forjado. El estira toda su palida longitud y la sumerge en el agua humeante; trata de relajarse. Cuando es hora de salir de la banera, resbala y poco le falta para caerse de bruces: se siente tan debil como un bebe, e igual de aturdido. Ha de llamar a Bill Shaw y padecer la ignominia de recibir su ayuda para salir de la banera, para secarse, para ponerse el pijama que le presta. Despues oye a Bill y a Bev que cuchichean en voz baja, y comprende que estan hablando de el.
Ha salido del hospital con un frasco de analgesicos, un paquete de vendas especiales para quemaduras, un pequeno artilugio de aluminio para apoyar la cabeza cuando se acueste. Bev Shaw lo acomoda en un sofa que huele a gato; con una facilidad sorprendente se queda dormido enseguida. En mitad de la noche despierta en un estado de absoluta clarividencia. Tiene una vision: Lucy le ha hablado; el eco de sus palabras -«?Ven, salvame!»- sigue rebotando en sus oidos. En su vision, ella permanece en pie con las manos extendidas, el cabello humedo y peinado hacia atras, en medio de un campo que bana una luz muy blanca.
Se pone en pie, tropieza con una silla, la derriba. Se enciende una luz y Bev Shaw aparece ante el en camison.
– He de hablar con Lucy -farfulla; tiene la boca reseca, la lengua espesa.
Se abre la puerta de la habitacion en que descansa Lucy. Su aspecto nada tiene que ver con el de su vision. Tiene la cara abotargada por el sueno y se ata el cinturon de un albornoz que claramente no es suyo.
– Perdona, he tenido un sueno -dice. De pronto, la palabra
Lucy menea la cabeza.
– No, no te llamaba. Ve a dormir, anda.
Tiene toda la razon, por supuesto. Son las tres de la madrugada, pero a el no se le pasa por alto, seria de hecho imposible, que por segunda vez en lo que va de dia ella le ha hablado como si fuera un nino… un nino pequeno o un anciano.
Trata de conciliar el sueno otra vez, pero no puede. Habra sido un efecto de las pastillas, se dice: no una vision, ni siquiera un sueno, tan solo una alucinacion de origen quimico. No obstante, la figura de la mujer en un campo banado por una luz muy blanca persiste ante el. «?Salvame!», grita su hija, y sus palabras resultan claras, resonantes, inmediatas. ?Es tal vez posible que el alma de Lucy haya abandonado su cuerpo y de hecho lo haya visitado? ?Es posible que las personas que no creen en el alma de hecho tengan una? ?Es posible que sus almas lleven una vida independiente?
Aun faltan horas para el amanecer. Le duele la muneca, le arden los ojos, tiene el cuero cabelludo despellejado e irritado. Con cautela, enciende la lampara y se levanta. Envuelto en una manta, abre la puerta de la habitacion de Lucy y entra. Hay una silla junto a la cama; toma asiento. Se percata de que ella esta despierta.
?Que esta haciendo? Esta vigilando a su nina, la guarda de todo mal, aleja a los malos espiritus. Al cabo de un rato largo nota que ella vuelve a relajarse. Oye un suave «pop» cuando se le separan los labios, oye el ronquido