ladridos un instante. El hombre hace otros dos disparos. Un perro, alcanzado en el pecho, muere en el acto; el otro, con una herida abierta en el cuello, se sienta con pesadez, baja las orejas y sigue con la mirada los movimientos de ese individuo que ni siquiera se toma la molestia de administrarle un tiro de gracia.
Se hace el silencio. Los tres perros que quedan, sin un lugar donde esconderse, se retiran hasta el fondo de la perrera y gimen con voz queda. Tomandose su tiempo entre disparo y disparo, el hombre los liquida.
Se oyen pasos por el corredor y la puerta del lavabo vuelve a abrirse de golpe. Ante el aparece el segundo hombre; a sus espaldas vislumbra al chico de la camisa floreada, que esta zampandose una tarrina de helado. Trata de abrirse paso de un empellon, rebasa al hombre, cae entonces de golpe. Una especie de zancadilla: deben de ser jugadores de futbol.
Mientras permanece tendido en el suelo, es rociado de pies a cabeza con un liquido. Le arden los ojos, trata de frotarselos. Reconoce el olor: alcohol de quemar. Se esfuerza por levantarse, pero es empujado de nuevo al lavabo. Oye el frotar de un fosforo contra la raspa de la caja y en el acto se encuentra banado por una llamarada azul.
?Estaba equivocado! Ni su hija ni el van a quedar a sus anchas asi como asi. Se puede quemar, puede morir; si el puede morir, tambien puede morir Lucy, ?sobre todo Lucy!
Se golpea la cara como un poseso; el cabello chisporrotea al prenderse; se revuelca, emite aullidos informes tras los cuales no hay una sola palabra. Trata de ponerse en pie, pero es obligado por la fuerza a permanecer tendido. Por un instante se aclara su vision y ve, a menos de un palmo de la cara, la pernera de dril azul y un zapato. La puntera esta doblada hacia arriba; tiene briznas de hierba prendidas en la costura.
Una llama baila sin hacer ruido en el dorso de su mano. Logra arrodillarse y mete la mano en la taza del vater. Detras de el, la puerta se cierra y la llave gira en la cerradura.
Se asoma a la taza del vater para salpicarse la cara con el agua y mojarse la cabeza. Percibe un desagradable olor a cabello chamuscado. Se pone en pie, apaga a manotazos las ultimas llamaradas que tiene en la ropa.
Con bolas de papel higienico empapadas en el agua de la taza se enjuaga la cara. Le escuecen los ojos, tiene un parpado casi cerrado del todo. Se pasa la mano por la cabeza y se mira las yemas de los dedos, renegridas por el hollin. Aparte de un trozo junto a la oreja, parece que se ha quedado sin pelo. Tiene todo el cuero cabelludo en carne viva, quemado del todo. Quemado, requemado.
– ?Lucy! -grita-. ?Estas ahi?
Tiene una vision: Lucy lucha contra los dos hombres vestidos de dril azul, se debate por librarse de ellos. Es el quien se retuerce, tratando de quitarse la imagen de la cabeza.
Oye arrancar su coche, oye el crujido de los neumaticos sobre la gravilla. ?Ha terminado? ?Es que, por increible que parezca, ya se marchan?
– ?Lucy! -grita una y otra vez, hasta oir un deje de locura en su propia voz.
Por fin, bendita sea, la llave gira en la cerradura. Cuando la puerta se abre del todo, Lucy ya le ha dado la espalda. Lleva un albornoz, esta descalza, tiene el cabello humedo.
El la sigue por la cocina; la camara frigorifica esta abierta y hay comida desparramada por el suelo. Ella ha llegado hasta la puerta de atras, y contempla la carniceria de la perrera.
– ?Mis perros, mis queridos perros! -la oye murmurar.
Abre la primera de las jaulas y entra. El perro que tiene la herida en el cuello todavia respira. Se inclina sobre el, le habla. El perro menea el rabo debilmente.
– ?Lucy! -vuelve a llamarla, y ahora por vez primera ella lo mira. Frunce el ceno.
– Pero… ?que demonios te han hecho? -dice.
– ?Mi queridisima hija! -dice el. La sigue hasta la jaula y trata de abrazarla. Con suavidad, pero decidida, ella rechaza su intento de abrazo.
El cuarto de estar es un desastre, igual que su propia habitacion. Faltan cosas: su chaqueta, sus mejores zapatos… Y no es mas que el principio.
Se mira en un espejo. Un amasijo de ceniza marron, eso es todo cuanto queda de su pelo: le cubre el cuero cabelludo, la frente. Debajo de la ceniza, el cuero cabelludo se le ha tornado de un rosa intenso. Toca la piel: le duele, empieza a supurar. Tiene un parpado hinchado, cerrado; ha perdido las cejas y las pestanas.
Va al cuarto de bano, pero encuentra la puerta cerrada. -No entres -oye decir a Lucy. -?Te encuentras bien? ?Te han hecho dano? Son preguntas estupidas. Ella no contesta.
Procura lavarse la ceniza poniendo la cabeza bajo el grifo del fregadero, echandose vasos y mas vasos de agua por encima. El agua le gotea por la espalda; tiene un estremecimiento de frio.
Sucede a diario, a cada hora, a cada minuto, se dice; sucede por todos los rincones del pais. Date por contento de haber escapado de esta sin perder la vida. Date por contento de no ser ahora mismo un prisionero dentro del coche que se larga a toda velocidad, o de no estar en el fondo de un
Es un riesgo poseer cualquier cosa: un coche, un par de zapatos, un paquete de tabaco. No hay suficiente para todos, no hay suficientes coches, zapatos ni tabaco. Hay demasiada gente, y muy pocas cosas. Lo que existe ha de estar en circulacion, de modo que todo el mundo tenga la ocasion de ser feliz al menos un dia. Esa es la teoria: aferrate a la teoria, a los consuelos de la teoria. No es una maldad de origen humano, sino un vastisimo sistema circulatorio ante cuyo funcionamiento la piedad y el terror son de todo punto irrelevantes. Asi es como hay que considerar la vida en este pais: en sus aspectos mas esquematicos. De lo contrario, uno se volveria loco. Coches, zapatos, tabaco; tambien las mujeres. Ha de haber algun hueco dentro del sistema, un hueco para las mujeres y lo que les sucede.
Lucy ha aparecido por detras de el. Se ha puesto unos pantalones y una gabardina; se ha peinado, se ha lavado la cara, esta inexpresiva. El la mira a los
– Querida, queridisima mia… -dice, y se atraganta al sentir un sollozo repentino.
Ella ni siquiera mueve un dedo para consolarlo.
– Esa quemadura tiene muy mala pinta -comenta-. Hay aceite para ninos en el armario del cuarto de bano. Echate un poco. ?Ha desaparecido tu coche?
– Si. Creo que se han ido en direccion a Port Elizabeth.
He de llamar a la policia.
– No puedes. Han destrozado el telefono.
Ella lo deja. El se sienta en la cama y espera. Aunque se ha echado una manta por encima, sigue temblando. Tiene hinchada una muneca; le palpita de dolor. No logra recordar como se la ha lastimado. Ya anochece. Es como si toda la tarde hubiera pasado en un abrir y cerrar de
Vuelve Lucy.
– Han deshinchado las ruedas de la furgoneta -dice-. Ire caminando a casa de Ettinger. No creo que tarde. - Hace una pausa-. David, cuando te pregunten que ha pasado, ?te importaria contar solo tu propia historia, lo que te ha pasado a ti?
El no la entiende.
– Tu cuenta lo que te ha pasado; yo contare lo que me ha pasado a mi -repite.
– Vas a cometer un error -dice el con una voz que apenas pasa de ser un graznido.
– No, ni mucho menos -dice ella.
– ?Mi nina, mi nina! -dice el, y le tiende los brazos. Como ella no acude, deja la manta a un lado, se pone en pie y la abraza. La siente rigida como un palo, sin intencion de ceder ni un apice.
12
Ettinger es un viejo adusto que habla ingles con un marcado acento aleman. Es viudo, sus hijos han vuelto a Alemania, es el unico de su familia que queda en Africa. Llega en su camioneta de tres litros de cilindrada con Lucy al lado y espera sin apagar el motor.
– Pues asi es, nunca voy a ninguna parte sin mi Beretta -dice cuando circulan por la carretera de Grahamstown. Da un par de palmadas en la cartuchera que lleva en la cadera-. Lo mejor es que cada cual cuide