– Desiree -dice-, este es el senor Lurie. -Hola, Desiree.
El cabello que le tapaba la cara es apartado hacia atras. Lo mira a los
– Hola -murmura. El piensa:
En cuanto a ella, no puede ocultarle a el lo que pasa por su cabeza:
Hay un comedor separado de la sala de estar, con un ventanillo que lo comunica con la cocina. Hay cuatro servicios puestos, con la mejor cuberteria de la casa; arden las velas sobre la mesa.
– ?Sientese, sientese! -dice Isaacs. Sigue sin haber ni rastro de su esposa-. Disculpeme un momento. -Isaacs desaparece en la cocina. El se queda cara a cara con Desiree. Ella permanece cabizbaja, ya no tan valiente como antes.
Vuelven entonces el padre y la madre a la vez. El se pone en pie.
– Le presento a mi esposa. Doreen, nuestro invitado: el senor Lurie.
– Gracias por recibirme en su casa, senora Isaacs.
La senora Isaacs es una mujer de corta estatura, entrada en carnes y de mediana edad, y con las piernas combadas, lo cual le da una manera de andar un tanto tambaleante. Sin embargo, esta bien claro de donde sacan las hermanas su presencia. En sus buenos tiempos tuvo que ser una autentica belleza.
Tiene los rasgos faciales rigidos y evita mirarlo a los
– Desiree -ordena a su hija-, ven a ayudarme a servir la mesa.
Agradecida, la nina se levanta a trompicones.
– Senor Isaacs, estoy causandole un serio trastorno en su propio domicilio -dice-. Ha tenido una gran amabilidad al invitarme, y se lo agradezco, pero creo que mejor sera que me vaya ahora mismo.
Isaacs le dedica una sonrisa en la que, para mayor asombro suyo, hay un asomo de alegria.
– ?Sientese, sientese! Todo saldra bien, no se preocupe. ?Saldremos bien librados! -Se acerca mas a el-. ?Tiene usted que ser fuerte!
Vuelven Desiree y la madre con las fuentes: pollo en una salsa de tomate todavia burbujeante, de la que emanan aromas a jengibre y comino; ademas, arroz y un surtido de ensaladas y encurtidos. Exactamente el tipo de comida que mas ha echado de menos viviendo con Lucy.
La botella. de vino es colocada ante el, junto con una solitaria copa de vino.
– ?Soy el unico que bebe? -dice.
– Por favor -dice Isaacs-, adelante.
No le agradan los vinos dulces; ha comprado una botella de cosecha tardia imaginando que seria del gusto de sus anfitriones. Bueno, pues tanto peor para el.
Todavia falta bendecir la mesa. Los Isaacs se dan la mano; no le queda mas remedio que tender las manos, a la izquierda al padre de la chica, a la derecha a la madre.
– Te damos gracias, Senor, por los alimentos que vamos a tomar -dice Isaacs.
– Amen -responden la esposa y la hija; el, David Lurie, murmura tambien «Amen» y suelta las dos manos, la del padre fresca como la seda, la de la madre pequena, carnosa, caliente todavia por su trajin en la cocina.
La senora Isaacs sirve la cena.
– Cuidado, esta caliente -dice al pasarle el plato. Esas son las unicas palabras que le dice.
Durante la cena trata de portarse como un buen invitado, trata de dar conversacion entretenida, trata de salvar los silencios. Habla sobre Lucy, sobre las perreras, sobre sus colmenas y sus proyectos de horticultura, sobre las ventas de los sabados por la manana en el mercado. Hace una sucinta glosa sobre la agresion, y solo resena que le fue robado el coche. Habla de la Liga por el Bienestar de los Animales, pero no de la incineradora que esta en el recinto del hospital, ni tampoco de las tardes a hurtadillas con Bev Shaw.
Cosida de este modo, la historia se despliega sin que haya sombras en ella. La vida campesina en toda su sencillez idiotizada. ?Cuanto desearia que fuese verdad! Esta harto de las sombras, las complicaciones, la gente complicada. Ama a su hija, pero abundan los momentos en que desearia que fuese un ser mas sencillo: mas simple, mas limpio. El hombre que la violo, el jefe de la banda, era precisamente asi. Como una hoja de metal que corta el viento.
Tiene una vision: el mismo esta tendido sobre la mesa de un quirofano. Centellea un escalpelo; alguien va a rajarlo desde el cuello hasta la entrepierna; lo ve todo con toda claridad, pero no siente ningun dolor. Un cirujano barbudo se inclina sobre el. Frunce el ceno.
– Y su hija… ?lleva la granja ella sola? -pregunta Isaacs.
– Tiene a un hombre que la ayuda de vez en cuando. Petrus. Es africano. -Y habla sobre Petrus, sobre el recio y muy fiable Petrus, con sus dos mujeres y sus modestas ambiciones.
Tiene menos hambre de lo que pensaba. La conversacion languidece, pero de algun modo logran terminar la cena. Desiree pide que la disculpen, tiene que hacer los deberes. La senora Isaacs recoge la mesa.
– Debo irme -dice-. Manana l, he de emprender viaje muy temprano.
– Espere, quedese un momento -dice Isaacs. Estan a solas. Ya no puede andarse con rodeos. -A proposito de Melanie -dice.
– ?Si?
– Una cosa mas y habre terminado. Podria haber sido muy diferente, creo yo, la historia que hubo entre nosotros dos a pesar de nuestra diferencia de edad. Pero hubo algo que yo no supe o no pude aportar, algo… - titubea en busca de la palabra- lirico. Yo carezco de lirismo. Manejo el amor demasiado bien. Ni siquiera cuando ardo consigo cantar, no se si me entiende. Y eso es algo que lamento profundamente. Lamento lo que le hice pasar a su hija. Tiene usted una familia extraordinaria. Le pido disculpas por la pena que le he causado a usted y a la senora Isaacs. Y le pido perdon.
– Asi pues -dice Isaacs-, por fin ha pedido disculpas. Me estaba preguntando cuando iba a llegar. -Se para a meditar. No ha ocupado su asiento; ahora se pone a caminar de un lado a otro-. Dice usted que lo lamenta. Dice que carece de lirismo. Si dispusiera usted de lirismo, hoy no estariamos donde estamos. Pero yo suelo decirme que todos lo lamentamos cuando se nos descubre. Lo lamentamos muchisimo. El asunto no es si lo lamentamos o no. El asunto es mas bien que leccion hemos sacado en claro. El asunto es averiguar que vamos a hacer una vez que lo lamentamos tanto.
Esta a punto de responder, pero Isaacs levanta la mano.
– ?Puedo pronunciar la palabra
Aunque incomodado por el ir y venir de Isaacs, trata de elegir sus palabras con gran cuidado.
– En una situacion normal -dice- yo diria que despues de cierta edad uno ya es demasiado viejo para aprender lecciones. Solo puede ser castigado una y otra vez. Pero puede que eso no sea verdad, o que no lo sea siempre. Por lo que se refiere a Dios, yo no soy creyente, de modo que tendre que traducir a mi propio lenguaje lo que usted llama Dios y los deseos que tenga Dios. Segun mi propio lenguaje, estoy siendo castigado por lo que sucedio entre su hija y yo. Estoy sumido en una desgracia de la que no sera nada facil que salga por mis propios medios. Y no es un castigo a cuyo cumplimiento yo me haya negado, al contrario. Ni siquiera he murmurado contra lo que me ha caido encima. Al contrario: estoy viviendolo dia a dia, procurando aceptar mi desgracia como si fuera mi estado natural. ?Cree usted que a Dios le parecera suficiente que viva en la desgracia sin saber cuando ha de terminar?
– No lo se, senor Lurie. En una situacion normal le diria que no me pregunte a mi, que se lo pregunte a Dios. Pero como esta claro que usted no reza, no tiene manera de preguntarselo a Dios. Por eso Dios habra de encontrar su medio para decirselo. ?Por que cree que esta usted aqui, senor Lurie?
El permanece en silencio.