?Conseguira esa Teresa envejecida atrapar su corazon, tal como esta su corazon ahora?

El paso del tiempo no ha sido amable con Teresa. Con la pesadez de su busto, con su tronco fornido y sus piernas abreviadas, tiene un aire mas de campesina, de contadina, que de aristocrata. La tez que Byron tanto admiro en su dia se le ha vuelto febril; en verano se ve postrada a menudo por unos ataques de asma que la dejan sin aliento.

En las cartas que le escribio, Byron la llama Mi amiga; luego, Mi amor; a la postre, Mi amor eterno. Pero existen cartas rivales, cartas que no estan a su alcance, cartas a las que no puede prender fuego. En esas otras cartas, dirigidas a sus amigos ingleses, Byron la cataloga con displicencia entre sus demas conquistas italianas, hace chistes sobre su marido, alude a las mujeres de su propio circulo con las que tambien se ha acostado. En los anos transcurridos desde la muerte de Byron, sus amigos han pergenado un relato, una memoria tras otra, inspirandose en sus cartas. Tras conquistar a la joven Teresa y arrebatarsela a su marido, segun la historia que han contado, Byron se aburrio pronto de ella; le parecia una cabeza hueca; si permanecio a su lado fue solo por su sentido del deber; para escapar de ella emprendio viaje a Grecia, hacia su muerte.

Todos esos libelos a ella le duelen tanto que la dejan en carne viva. Los anos pasados con Byron son la cuspide de su vida. El amor de Byron es lo que la distingue del resto. Sin el, ella no es nada: una mujer que dejo de estar en la flor de la edad, una mujer sin expectativas, que agota sus dias en una tediosa ciudad de provincias, que intercambia visitas con sus amigas, que da masajes a su padre en las piernas cada vez que las tiene doloridas, y que duerme sola.

?Hallara en su corazon el animo suficiente para amar a esa mujer sencilla, normal y corriente? ?La amara lo suficiente para escribir musica para ella? Si no pudiera, ?que le quedaria?

Vuelve a lo que ahora ha de ser la escena inicial. El final de otro dia sofocante. Teresa se encuentra en una ventana de la segunda planta, en la casa de su padre, contemplando los marjales y las pinedas de la Romagna de cara al sol que se pone y destella sobre el Adriatico. El final del preludio; un silencio; ella respira hondo. Mib Byron, canta, y en su voz palpita la tristeza. Le responde un clarinete solitario, en diminuendo hasta quedar callado. Mio Byron, lo llama de nuevo con mayor vehemencia.

?Donde estara, donde esta su Byron? Byron se ha perdido, he ahi la respuesta. Byron vaga entre las sombras. Y ella tambien esta perdida, la Teresa que el amo, la muchacha de diecinueve anos y rubios tirabuzones que se entrego tan alborozada al ingles imperioso, y que despues le acaricio la frente mientras el yacia sobre sus pechos desnudos, respirando hondo, adormecido tras su gran pasion.

Mio Byron, canta por tercera vez, y desde alguna parte, desde las cavernas del Averno, le responde una voz que aletea descarnada, la voz de un espectro, la voz de Byron. ?Donde estas?, canta, y le llega entonces una palabra que no desea oir: secca, reseca. Se ha desecado la fuente de todo.

Tan tenue, tan vacilante es la voz de Byron que Teresa ha de entonar sus propias palabras y devolverselas, ayudarle a respirar una y otra vez, recobrarlo para la vida: su nino, su muchacho. Estoy aqui, canta para darle respaldo, para impedir que el se hunda. Yo soy tu fuente. ?Recuerdas cuando juntos visitamos el manantial de Arqua? Juntos los dos. Yo era tu Laura, ?no lo recuerdas?

Asi es como ha de ser en lo sucesivo: Teresa presta voz a su amante, y el, el hombre que habita en la casa desvalijada, ha de dar voz a Teresa. A falta de algo mejor, que los cojos guien a los tullidos.

Trabajando con toda la agilidad que consigue, sin perder de vista a Teresa, trata de esbozar las paginas iniciales de un libreto. Limitate a poner las palabras sobre el papel, se dice. Cuando lo hayas hecho, lo demas vendra por anadidura. Ya habra tiempo de buscar luego en los maestros -en Gluck, por ejemplo- las melodias que enaltezcan tal vez y, ?quien sabe?, tambien las ideas que enaltezcan las palabras.

Pero paso a paso, a medida que comienza a vivir sus dias mas plenamente con Teresa y con el difunto Byron, va viendo con claridad que las canciones robadas no seran suficientes, que los dos le exigiran una musica propia. Y es asombroso, porque a retazos sueltos esa musica se va plasmando. A veces se le ocurre el contorno de una frase antes de atisbar siquiera cuales seran las palabras que contenga; otras veces son las palabras las que invocan una cadencia; otras, la sombra de una melodia que ha rondado desde hace dias por los margenes de su oido se despliega y, como una bendicion, se revela en su integridad. Por si fuera poco, a medida que se devana la accion, la propia trama invoca de por si modulaciones y transiciones que siente incluso en las venas, aun cuando carece de los recursos musicales necesarios para llevarlas a la practica.

Ante el piano se pone a trabajar ensamblando y anotando el arranque de una posible partitura. Hay algo en el sonido mismo del piano que le estorba: es demasiado redondo, demasiado fisico, demasiado rico. En el desvan, en una caja repleta de viejos libros y juguetes de Lucy, recupera el pequeno banjo de siete cuerdas que le compro en las calles de KwaMashu cuando Lucy era nina. Con ayuda del banjo comienza a anotar la musica que Teresa, ora dolida y ora colerica, cantara a su amante muerto, y que ese Byron de palida voz le cantara a ella desde la tierra de las sombras.

Cuanto mas a fondo sigue a la contessa en su periplo por el Averno, cuanto mas canta sus lineas melodicas o mas tararea su linea vocal, mas inseparable de ella, con gran sorpresa por su parte, pasa a ser el ridiculo sonsonete del banjo. Las arias lozanas que habia sonado otorgarle las abandona sin que eso le duela; de ahi a poner el instrumento en manos de la contessa tan solo media un paso minimo. En vez de aduenarse del escenario, Teresa ahora permanece sentada, contemplando el marjal que la separa de las puertas del infierno y acunando la mandolina con la que se acompana en sus arrebatos de lirismo; en un lateral, un trio discreto de musicos ataviados con calzones (cello, flauta, fagot), se encarga de los entreactos o de algun comentario escueto entre estrofa y estrofa. '

Sentado a su mesa, mientras contempla el jardin invadido por la maleza, se maravilla de lo que esta ensenandole el banjo de juguete. Seis meses antes habia pensado que su propio lugar espectral en Byron en Italia quedaria en un punto intermedio entre el de Teresa y el de Byron: entre el anhelo de prolongar el verano del cuerpo apasionado y la rememoracion, a reganadientes, del largo sueno del olvido. Se equivocaba. No es el elemento erotico el que le apela, ni el tono elegiaco, sino la comicidad. En la opera no figura como Teresa ni como Byron, ni tampoco como una especie de mezcla entre ambos: esta contenido en la musica misma, en la plana, metalica vibracion de las cuerdas del banjo, la voz que se empena por encumbrarse y alejarse de ese instrumento absurdo, pero que de continuo es retenida como un pez en el anzuelo.

?Asi que esto es el arte!, piensa. ?Asi es como funciona! ?Que extrano! ?Que fascinante!

Se pasa dias enteros entregado a Byron y a Teresa, viviendo de cafe solo y cereales del desayuno. La nevera esta vacia, la cama sin hacer; las hojas de los arboles revolotean por el suelo tras colarse por la ventana rota. Da lo mismo, piensa: que los muertos entierren a sus muertos.

De los poetas aprendi a amar, canta Byron con su voz monotona y quebrada, nueve silabas seguidas en clave de do natural; pero la vida, entiendo (con un descenso cromatico hasta el fa), es harina de otro costal. Plinc-plunc plonc, resuenan las cuerdas del banjo. ?Por que, ay, por que hablas asi?, canta Teresa trazando un largo arco de notas del que emana su reproche. Plunc plinc-plonc, resuenan las cuerdas.

Ella, Teresa, desea ser amada, ser amada de manera inmortal; desea verse enaltecida hasta estar en compania de las Lauras y las Floras de antano. ?Y Byron? Byron sera fiel hasta la muerte, pero no promete nada mas. Que los dos esten unidos hasta que uno haya expirado.

Mi amor, canta Teresa hinchando ese grueso monosilabo ingles, love, aprendido en el lecho del poeta. Plinc, es el eco de las cuerdas. Una mujer enamorada, que se revuelca en el amor: una gata que maulla en un tejado; proteinas complejas y revueltas en la sangre, que distienden los organos sexuales, hacen que suden las palmas de las manos y que engorde la voz cuando el alma arroja a los cielos sus anhelos. Para eso le sirvieron Soraya y las demas: para sorberle las proteinas y extraerselas de la sangre como si fueran el veneno de una vibora, para dejarlo reseco, con la cabeza despejada. En casa de su padre, en Ravena, Teresa no tiene, para su infortunio, a nadie que le sorba el veneno de la sangre. Ven a mi, mio Byron, exclama: ?tomame, amame! Y Byron, exiliado ya de la vida, palido cual espectro, le devuelve un eco socarron:

?Dejame, dejame, dejame en paz!

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