la concha. Hay gente que no te llega ni a la suela de los zapatos y que ahora hace chistes a tu costa. Llevas las camisa sin planchar. A saber quien te habra cortado el pelo asi como lo llevas, y tienes… -Detiene su enumeracion-. Vas a terminar como uno de esos viejos tristes que se ponen a rebuscar en los contenedores de basura.
– Voy a terminar en un hoyo en el suelo -dice el-. Y tu tambien. Como todos.
– Ya basta, David. Bastante me molestan las cosas tal como estan, no tengo ganas de discutir contigo. - Recoge sus paquetes-. Cuando te hartes de comer rebanadas de pan con mermelada, llamame y te preparare una buena comida.
La mencion de Melanie Isaacs lo altera. Nunca ha sido de esos que mantiene una implicacion cuando ya no queda nada. Cada vez que se termina una historia, la pone a un lado y pasa pagina. No obstante, en el asunto con Melanie hay algo inacabado. En lo mas hondo de si mismo esta almacenado el olor de ella, el olor de una companera. ?Recordara tambien ella su olor?
Ahora bien: la sola idea de acudir de nuevo a Melanie es una locura. ?Por que iba ella a dignarse hablar con un hombre condenado por ser su perseguidor? Ademas, ?que pensara de el, del idiota de la oreja desollada, el pelo mal cortado, el cuello arrugado de la camisa?
Las bodas de Cronos y Harmonia: algo antinatural. Eso fue lo que se pretendio castigar con el juicio, una vez despojada el habla de palabras grandilocuentes. Fue juzgado por su manera de vivir. Por cometer actos impropios: por diseminar su simiente vieja, cansada, simiente que no brota,
Suspira. Los jovenes abrazados, inconscientes, atentos solo a la musica sensual. No es este un pais para viejos. Parece haber pasado largo tiempo entre suspiros. Pesar: una nota de pesar con la que salir del paso.
Hasta hace un par de anos, el Teatro del Muelle era un almacen frigorifico en donde colgaban los cuerpos abiertos en canal de cerdos y de bueyes, a la espera de ser transportados por mar. Hoy es un centro de ocio muy de moda. Llega tarde a la funcion; toma asiento cuando bajan las luces. «Un exito clamoroso, recuperado por exigencia popular»: asi anuncian
Melanie sigue actuando en el papel de Gloria, la peluquera novicia. Con un caftan de color rosa sobre unas medias doradas,_ de lame, y con la cara pintarrajeada, el cabello recogido en tirabuzones, se contonea en escena sobre sus tacones altos. El texto que tiene asignado es previsible, pero lo recita con una sincronizacion habil y un chirriante acento
Tal vez el juicio fuera un juicio tambien contra ella; tal vez tambien ella ha sufrido lo suyo, y ha salido con bien de la prueba.
Ojala recibiera una senal, se dice. Si recibiera una senal, sabria que ha de hacer. Por ejemplo, si ese vestuario ridiculo fuese a quemarse y desprenderse de su cuerpo en una llamarada gelida, privada, y ella se plantase ante sus ojos hecha una revelacion exclusiva para el, tan desnuda y tan perfecta como estuvo aquella ultima vez en la antigua habitacion de Lucy.
Los ociosos entre los cuales ocupa su butaca, gente de cara colorada por el sol, comoda en la solidez de sus carnes, disfrutan con la obra. Han cogido carino a Melanie-Gloria; rien sus chistes subidos de tono, rien incluso a carcajadas cuando los personajes intercambian insultos.
Aunque sean sus compatriotas, dificilmente podria sentirse mas forastero entre ellos, mas impostor. Y cuando rien con las intervenciones de Melanie, en cambio, no puede reprimir un arrebol de orgullo.
Sin aviso previo, algo le devuelve un recuerdo de hace muchos anos: una persona a la que recogio en la N1 a las afueras de Trompsburg, una mujer de veintitantos anos que viajaba sola y que el llevo a la ciudad, una turista alemana, quemada por el sol y rebozada de polvo. Llegaron hasta River Touws, tomaron una habitacion en un hotel; el le dio de comer y se acosto con ella. Recuerda sus piernas largas y nervudas, la suavidad de su cabello, aquella ligereza de plumas entre sus dedos.
En una subita erupcion sin ruido alguno, como si hubiera entrado en un trance en el que caminase dormido, ve caer un torrente de imagenes, mujeres a las que ha conocido en dos continentes, algunas tan lejos en el tiempo que a duras penas las reconoce. Como las hojas que lleva el viento, revueltas, van pasando ante el.
?Que habra sido de todas ellas, de todas esas mujeres, de
?De donde proceden instantes como estos? Son hipnagogicos, no cabe duda, pero… ?que explica eso? Si el va dejandose llevar, ?que dios es el que lo lleva?
La obra sigue su curso. Han llegado al momento en que a Melanie se le engancha la escoba en el cable. Un destello, una explosion de magnesio, y la subita precipitacion del escenario en la negrura. «?Por Dios bendito, si sera patosa la chiquilla!», exclama el peluquero.
Hay una veintena de filas entre Melanie y el, pero el espera que en ese instante, salvando la distancia, ella pueda olfatearlo, oler sus pensamientos.
Algo le da un leve golpe en la cabeza y lo devuelve a este mundo. Instantes mas tarde otro objeto pasa de largo y golpea el respaldo del asiento que tiene delante: una bola de papel amasada con saliva, del tamano de una canica. La tercera lo alcanza en el cuello. El es la diana, de eso no cabe duda.
Supuestamente, ha de darse' la vuelta y fulminar a alguien con la mirada.
El cuarto proyectil lo alcanza en el hombro y sale rebotado por el aire. El hombre de al lado lo mira de reojo, desconcertado.
En el escenario, la accion sigue su curso. Sidney, el peluquero, esta a punto de abrir el sobre fatal y leer en voz alta el ultimatum del dueno del local. Tendran hasta fin de mes para pagar el alquiler atrasado; de lo contrario, el Salon del Globo tendra que cerrar sus puertas. «?Que vamos a hacer?», se lamenta Miriam, la encargada de lavar el pelo a las clientas.
Se vuelve, y una bola de papel ensalivado le da de lleno en la mejilla. De pie, apoyado de espaldas contra la pared del fondo, esta Ryan, el novio del pendiente y la perilla. Cruzan una mirada.
– ?Profesor Lurie! -susurra Ryan con aspereza. Por indignante que sea su conducta, parece sentirse a sus anchas. Tiene incluso una sonrisilla en la boca.
La obra sigue su curso, pero a su alrededor empieza a notar una innegable oleada de inquietud.
– Callese -exclama una mujer sentada dos asientos mas alla. Se dirige a el, y eso que el no ha dicho ni