Anos atras, cuando residio en Italia, visito ese bosque situado entre Ravena y la costa del Adriatico, el mismo en el que paseaban a caballo un siglo y medio antes Byron y Teresa. En algun paraje entre los arboles ha de estar el lugar en el que el ingles levanto por vez primera las faldas de aquella encantadora muchacha de dieciocho anitos, recien casada con otro hombre. Podria tomar un avion manana mismo, irse a Venecia, tomar un tren a Ravena, recorrer aquellos viejos senderos de monta, pasar por el lugar exacto. Esta inventando la musica (o es la musica la que lo inventa a el), pero no esta inventando la historia en si. Sobre ese lecho de agujas de pino poseyo Byron a su Teresa -«timida cual gacela», segun dejo dicho- arrugandole la falda, llenandole de arena las enaguas (y los caballos en todo momento ahi al lado, desconocedores de la curiosidad), y a raiz de aquello nacio una pasion que dejo a Teresa aullando sus anhelos a la luna durante el resto de su vida, presa de una fiebre que a el tambien le hizo aullar, exactamente a su manera.

Es Teresa quien lleva la voz cantante; pagina tras pagina, el solo la sigue. Un dia emerge de las tinieblas otra voz, una voz que no solo no ha oido antes, sino que tampoco contaba con oir. A tenor de las palabras que dice, comprende que pertenece a la hija de Byron, Allegra, pero ?de que parte de su propio interior proviene esa nueva voz? ?Por que me has abandonado? ?Ven a apoderarte de mi!, grita Allegra. ?Que calor, que calor, cuanto calor!, entona en un ritmo privativo de ella, un ritmo que atraviesa con insistencia las voces de los dos amantes.

A la llamada de la inoportuna nina de cinco anos no acude respuesta alguna. Imposible de amar, jamas amada de hecho, descuidada por su famoso progenitor, ha sido llevada de mano en mano y al final ha terminado con las monjas, que la cuiden ellas. ?Que calor, cuanto calor!, gimotea desde su lecho en el convento, donde va a morir por efecto de la malaria. ?Por que me has olvidado?

?Por que se abstendra su padre de contestar? Porque esta harto de la vida, porque preferiria volver al lugar que le corresponde, a la otra orilla de la muerte, y hundirse en su viejo sopor. ?Mi pobre chiquilla!, canta Byron titubeante, reacio, tan quedo que ella no lo oye. Sentados en un lateral, a la sombra, el trio de instrumentistas ejecuta esa tonada que avanza cual cangrejo, un verso ascendente y otro descendente, que es la de Byron.

21

Rosalind llama por telefono.

– Dice Lucy que has vuelto a la ciudad. ?Por que no me tienes al corriente de tus cosas?

– Es que todavia no estoy como para mimar los contactos sociales -contesta el. -Ah, ya. ?Lo has estado alguna vez?

Se encuentran en una cafeteria de Claremont.

– Has adelgazado -comenta ella-. ?Y que te ha pasado en la oreja?

– Bah, no es nada -responde, y tampoco ha de aclararlo mas adelante.

Mientras charlan, la mirada de ella queda prendida de la oreja lesionada de el. Sin duda se estremeceria, piensa el, si tuviera que rozarsela. No es una de esas personas que sepan cuidar a los demas. Los mejores recuerdos que tiene de ella son los de los primeros meses que pasaron juntos: torridas noches de verano en Durban, las sabanas empapadas de sudor, el cuerpo palido y alargado de Rosalind debatiendose de aca para alla, presa de los espasmos de un placer que era dificil distinguir del dolor. Dos sensualistas: eso fue lo que los mantuvo unidos al menos mientras duro.

Hablan de Lucy, de la granja.

– Ah, pues yo pensaba que vivia con una amiga -dice Rosalind-. Grace, ?no?

– Helen. Helen ha vuelto a Johannesburgo. Sospecho que han roto para siempre.

– ?Y esta a salvo Lucy, ella sola en un lugar tan aislado? -No, no lo esta. Si se siente a salvo, es que esta loca de remate. Pero ha decidido quedarse alli a pesar de los pesares. La idea de quedarse alli se ha convertido, a su juicio, en una cuestion de honor.

– Dijiste que te habian robado el coche…

– Fue culpa mia. Deberia haber puesto mas cuidado. -Ah, se me olvidaba: he oido lo de tu juicio. Los chascarrillos.

– ?Mi juicio?

– Tu investigacion, tu examen, llamalo hache. He sabido que no estuviste muy bien a la hora de dar explicaciones.

– ?No me digas! Crei que era algo confidencial. ?Como te has enterado?

– Eso es lo de menos. Lo que cuenta es que, segun me ha llegado, no causaste una buena impresion. Estuviste, dicen, muy rigido, a la defensiva.

– Ni siquiera trate de causar una impresion, buena o mala. Quise defender una cuestion de principios.

– Puede ser, David, pero estoy segura de que lo sabes: los juicios no tiene nada que ver con los principios, sino con lo bien o mal que sepas bandearte y salir del atolladero. De acuerdo con mis fuentes, no pudiste hacerlo peor. ?Que principios eran esos que quisiste defender?

– La libertad de expresion. El derecho a permanecer en silencio.

– Suena estupendo, pero siempre se te dio muy bien enganarte a ti mismo, David. Enganar a los demas y enganarte a ti mismo, la verdad. ?Estas seguro de que no fue todo un simple asunto en el que te pillaron en bolas?

No entra al trapo.

– De todos modos, fueran cuales fuesen los principios, esta claro que debio de resultar muy abstruso para quienes tuvieron que escucharte. Todos pensaron que estabas ofuscado.

Deberias haberte asesorado de antemano. ?Que vas a hacer con el dinero? ?Te han retirado la pension?

– Me daran lo mismo que aporte yo a lo largo de estos anos. Voy a vender la casa. Me sobra espacio.

– ?Y que haras con todo tu tiempo? ?No vas a buscar algun trabajo?

– No lo creo. Ahora mismo no doy abasto. Estoy escribiendo.

– ?Un nuevo libro?

– No. Una opera, la verdad.

– ?Una opera! Caramba, pues eso si que es una novedad.

Ojala te lleve a ganar mucho dinero. ?Vas a irte a vivir con Lucy?

– La opera no es mas que una aficion, una cosilla para enredar y matar el tiempo. No me dara dinero. Ah, y no: no me ire a vivir con Lucy. No seria una buena idea.

– ?Por que no? Vosotros dos siempre os habeis llevado bien. ?Ha pasado algo?

Sus preguntas son las de una metomentodo, pero es que Rosalind jamas ha tenido escrupulo alguno por serlo. «Hemos compartido cama durante diez anos -dijo una vez-. ?Por que ibas a guardarme ningun secreto?»

– Lucy y yo todavia nos llevamos bien -responde-, pero no tanto como para vivir juntos.

– Esa parece ser la historia de tu vida.

– Pues si.

Se hace el silencio mientras contemplan, cada cual desde su punto de vista, la historia de su vida.

– Vi a tu novia -dice Rosalind cambiando de tema.

– ?A mi novia?

– O enamorada, o lo que sea. A Melanie Isaacs. Actua en una obra que se representa en el Teatro del Muelle. ?No estabas enterado? Y entiendo muy bien que viste en ella, que te llevo a la perdicion. Los ojos grandes, oscuros. Ese cuerpecillo astuto, de comadreja: Es justamente tu tipo. Seguramente pensaste que seria una de tus aventuras rapidas, uno mas de tus deslices, y mira en que has ido a parar. Has arrojado tu vida por la borda, ?y a cambio de que?

– No he arrojado mi vida por la borda, Rosalind. Seamos sensatos.

– ?Como puedes negarlo? Te has quedado sin trabajo, tu nombre ha sido pisoteado y arrastrado por el fango, tus amistades te evitan, te escondes en Torrance Road como una tortuga temerosa de asomar la cabeza fuera de

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