Durante una hora deambula por las calles conocidas del barrio del mercado. Luego regresa atravesando el puente Kokushkin a la posada donde el dia anterior alquilo un cuarto a nombre de Isaev.

No tiene hambre. Completamente vestido se tiende en la cama, cruza los brazos y procura dormir. Pero vuelve continuamente al numero 63, al cuarto de su hijo. Las cortinas estan abiertas. La luz de la luna bana la cama. Ahi esta: de pie junto a la puerta, sin apenas respirar, concentrada la mirada en la silla del rincon, esperando a que la oscuridad se espese, que se convierta en tinieblas de otra clase, en tinieblas de una presencia. En silencio mueve los labios al pronunciar el nombre de su hijo tres y cuatro veces.

Intenta lanzar un encantamiento, pero ?sobre quien? ?Sobre un espiritu o sobre si mismo?. Piensa en Orfeo cuando camina hacia atras, paso a paso, susurrando el nombre de la mujer muerta, para engatusarla y obligarla a salir de las entranas del infierno; piensa en la esposa envuelta en el sudario, con los ojos ciegos, muertos, que lo sigue con las manos extendidas ante si, inertes, como una sonambula. No hay flauta, no hay lira: solo la palabra, la unica palabra, una y otra vez. Cuando la muerte siega todos los demas lazos, aun queda el nombre. El bautismo: la union de un alma con un nombre, el nombre que llevara por siempre, para toda la eternidad. Apenas respira, pero forma de nuevo las silabas: Pavel.

La cabeza le da vueltas. «Ahora he de irme», susurra, o cree mas bien que susurra. «Volvere.»

Volvere: la misma promesa que hizo cuando llevo al muchacho a la escuela por primera vez. No te abandonare. Y lo abandono.

Se esta quedando dormido. Se imagina precipitandose desde lo alto de una catarata hacia el agua, alla abajo, y se entrega a ese descenso libre.

2 El Cementerio

Se encuentran en el transbordador. Cuando ve las flores que lleva Matryona, nota que le entra cierto fastidio. Son pequenas, blancas, modestas. Desconoce si Pavel tendra una flor favorita entre todas las demas, pero seran rosas, da igual cuanto cuesten las rosas en pleno mes de octubre, rosas rojas como la sangre, son lo menos que el merece.

– Pense que podriamos plantarlas -dice la mujer, leyendole el pensamiento. He traido una azadilla. Se llaman serradellas. Florecen bastante tarde.

Y es entonces cuando ve en efecto que las raices van envueltas en un pano humedo.

Toman el pequeno transbordador de la isla de Yelagin, que el no visita desde hace anos. Si no fuese por dos viejas vestidas de negro, serian los unicos pasajeros. Hace un dia frio, neblinoso. A medida que el transbordador se acerca a la costa, un perro gris y escualido comienza a corretear por el muelle de punta a punta, aullando con ansiedad. El piloto del transbordador lo ahuyenta con el bichero; el perro se retira a cierta distancia, hasta sentirse a salvo. La isla de los perros, piensa el. ?Habra jaurias enteras que merodean entre los arboles, esperando a que se vayan los dolientes antes de ponerse a escarbar la tierra?

En la caseta del guarda esta Anna Sergeyevna, a la cual aun sigue considerando la casera, que pregunta por donde ir mientras el la espera fuera. Luego caminan por las avenidas entre los muertos. El ha empezado a llorar. ?Por que ahora?, se dice, irritado consigo mismo. Sin embargo, las lagrimas le sientan bien a su manera, como un suave velo de ceguera que se interpone entre el mundo y el.

?Mama, por aqui! llama Matryona.

Se encuentran ante un monton de tierra entre otros muchos montones, con estacas en forma de cruz clavadas sin mas complicaciones; todas llevan una placa con numeros pintados. Intenta que ese numero, el numero de su hijo, no se aloje en su mente, pero no antes de haber visto los sietes y los cuatros, ni antes de haber pensado que nunca volvera a apostar al siete. Nunca mas.

Es el momento en el que deberia postrarse sobre la tumba. Pero todo es demasiado repentino, ese lecho de tierra en concreto es demasiado extrano, no encuentra en su corazon ni una migaja de sentimiento por ese monton de tierra. Tambien desconfia de la cadena de manos indiferentes por las cuales ha debido de pasar el cuerpo de su hijo mientras el aun estaba en Dresde, ignorante como los borregos. Del muchacho que aun pervive en su memoria al nombre que figura en el certificado de defuncion y al numero de la estaca, todavia no esta preparado para aceptar la secuela que ha impuesto la fatalidad. Es provisional, piensa: no hay numeros definitivos, todos son provisionales; en caso contrario, el juego tendria que terminar tarde o temprano. Al cabo de poco dara vueltas la rueda, empezaran a moverse los numeros, todo ira bien otra vez.

El monton de tierra tiene el volumen e incluso la forma de un cuerpo yacente. De hecho, no es nada mas que el volumen de tierra fresca que ha desplazado un ataud de madera tosca en cuyo interior hay un joven bastante alto. Hay en todo esto algo que no tolera pensar, algo que quiere alejar de su lado. Ocupan el lugar del pensamiento los recuerdos amargos como la hiel de lo que estuvo haciendo en Dresde durante todo el tiempo en que aqui en Petersburgo se llevaba a cabo con total indiferencia el proceso del deposito, la numeracion, el embalaje, el transporte, el entierro ?Por que no hubo ni un soplo de presagio en el aire de Dresde? ?Es que han de perecer multitudes antes de que tiemblen los cielos?

Entre las imagenes que regresan agolpadas hay una en la que el mismo se encuentra en el cuarto de bano del piso de Larchenstrasse, recortandose la barba frente al espejo. Reluce la griferia de cobre en el lavabo; el rostro del espejo, absorto en su tarea, es el de un desconocido del pasado. Yo ya era viejo entonces, piensa. Se habia dictado sentencia, y la carta de la sentencia, a mi destinada, iba de camino y pasaba de mano en mano, solo que yo no lo sabia. La alegria de tu vida ha terminado. Eso dictaba la sentencia.

La casera abre un hoyo al pie del monton de tierra.

– Por favor -le dice, y hace un gesto. Ella se hace a un lado.

Se desabrocha el gaban, se desabrocha la chaqueta, se arrodilla y se inclina con torpeza hacia adelante, hasta quedar totalmente tendido sobre el monton de tierra, con los brazos bien extendidos longitudinalmente. Llora con total libertad; le chorrea la nariz. Se frota la cara con la tierra humeda, entierra en ella la cara.

Cuando se levanta, la tierra le ensucia la barba, el cabello, las cejas. La nina, a la que no ha prestado ninguna atencion, lo mira con ojos de asombro. Se sacude la tierra de la cara, se suena la nariz, se abrocha los botones. ?Que escenificacion tan judia!, se dice. ?Que lo vea, que lo vea bien! ?Que se entere de que uno no es de piedra! ?Que se de cuenta de que no hay limites!

Algo destella en sus ojos cuando la mira; ella se vuelve confundida y se aprieta contra su madre. ?Vuelve al nido! Una terrible maldad brota de el con destino a todos los seres vivos, y sobre todo a los ninos vivos. Si en esos momentos hubiera alli un recien nacido, lo arrancaria de brazos de su madre y lo arrojaria contra una roca. Herodes, piensa: ?ahora si que entiendo a Herodes! ?Que la perpetuacion de la especie termine de una vez!

A las dos les vuelve la espalda y se aleja caminando. Pronto deja atras la zona mas reciente del cementerio y deambula entre piedras antiguas, entre los que llevan mucho tiempo muertos.

Cuando regresa, se encuentra con que la serradella esta plantada.

– ?Quien va a cuidar de la planta? -pregunta con hosquedad.

Ella se encoge de hombros, no es una pregunta que a ella le toque responder. Ahora le toca a el, le toca decir: yo vendre todos los dias a cuidar de la planta, a regarla y recortarla, o decir si no: Dios tendra que cuidar de ella, o incluso: Nadie va a cuidar de ella, asi que mejor sera dejarla morir.

Las florecillas blancas se mecen alegremente con la brisa.

Sujeta a la mujer por el brazo.

– No esta aqui, el no esta muerto -le dice, aunque se le quiebra la voz.

– No, claro que no esta muerto, Fiodor Mijailovich- le habla con naturalidad, con animo de consolarle. Mas aun: en esos momentos es tambien maternal, no solamente con su hija, sino tambien con Pavel.

Tiene las manos pequenas, los dedos esbeltos y algo infantiles, aunque tenga un tipo algo entrado en carnes. Es absurdo, pero a el le gustaria apoyar la cabeza sobre su pecho y sentir como esos dedos le acarician el cabello.

La inocencia de las manos, renovada siempre. Un recuerdo vuelve a el: el tacto de una mano, un tacto intimo, en la oscuridad. Pero ?de quien es esa mano? Las manos emergen a la luz del dia como animales desvergonzados, desmemoriados.

– Debo tomar nota del numero -dice evitando mirarle a los ojos.

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