terrible que la aniquilacion misma, aunque solo fuera por la precipitada confusion de la caida, por ese modo que tiene la mente de volverse eter ante todo lo que sea demasiado inmenso de sobrellevar. Quiere creerlo de todo corazon. Al mismo tiempo, sabe que desea creer para hacerse eter tambien el frente a la constancia de que Pavel, al caer, lo sabia todo.

En momentos como este, no distingue a Pavel de si mismo. Son la misma persona, y esa persona no es ni mas ni menos que un pensamiento, ya sea Pavel que piensa en el, o el que piensa en Pavel. Ese pensamiento mantiene vivo a Pavel, suspendido en su caida.

De lo que quiere proteger a su hijo es de saber que esta muerto. Mientras yo viva, piensa, ?dejame a mi ser el que lo sepa! Mediante cualquier acto de voluntad que sea preciso, dejame a mi ser el animal pensante que se arroje al vacio.

Sentado ante la mesa, con los ojos cerrados y apretados los punos, aleja de Pavel el conocimiento de la muerte. Piensa en si mismo como si fuera el triton de la Piazza Barberini de Roma, el que se lleva a los labios una concha de la cual mana una fuente constante y cristalina. De dia y de noche insufla la vida en el agua. Los tendones del cuello, plasmados en bronce, se tensan en ese esfuerzo.

4 El Traje Blanco

Ha llegado noviembre, y con el las primeras nieves. El cielo esta lleno de aves acuaticas que emigran hacia el sur.

Se ha instalado en el cuarto de Pavel; en cuestion de dias ha pasado a ser parte de la vida del edificio. Los ninos ya no dejan de jugar para volverse a mirarlo cuando pasa, aunque todavia bajan un poco la voz. Saben quien es ?Quien es? Es el infortunio, el padre del infortunio.

A diario se dice que tiene que regresar a la isla de Yelagin, a la tumba. Pero no lo hace.

Escribe a su mujer, a Dresde. Sus cartas son tranquilizadoras, pero estan vacias de sentimiento.

Pasa las mananas en el cuarto, mananas completamente en blanco, que terminan por destilar su propio placer, insidioso y mortal. Por las tardes recorre las calles, aunque rehuye la zona que hay alrededor de la calle Meshchanskaya y de Voznesensky Prospekt por miedo a que alguien lo reconozca; suele hacer un alto de una hora en un salon de te, siempre en el mismo.

En Dresde acostumbraba a leer los periodicos rusos, pero ahora ha perdido todo interes por el mundo que lo rodea. Su mundo se ha contraido; su mundo le cabe ahora dentro del pecho.

Por consideracion hacia Anna Sergeyevna regresa al cuarto solo cuando ha anochecido. Hasta que lo llaman a cenar, permanece sin hacer ningun ruido en ese cuarto que es y no es suyo.

Esta sentado en la cama con el traje blanco sobre el regazo. No lo ve nadie. No ha cambiado nada. Siente el cordon del amor que va de su corazon al de su hijo, tan tangible como si fuera una soga. Siente que esa soga se retuerce y le aprieta el corazon. Se le escapa un fuerte gemido. «?Si!», susurra como bienvenida al dolor; estira las manos y da otra vuelta mas a la soga.

La puerta se abre a sus espaldas. Sobresaltado, se da la vuelta, inclinado todavia sobre sus rodillas, feo, con el traje hecho un amasijo entre las manos.

– ?Quiere cenar ya? -pregunta la nina.

– Gracias, pero hoy prefiero estar a solas.

Vuelve poco despues.

– ?Le apetece un poco de te? Se lo puedo traer yo misma.

Trae con solemnidad una tetera, un azucarero y una taza sobre una bandeja.

– ?Es ese el traje de Pavel Alexandrovich?

Deja a un lado el traje y asiente.

Ella se planta al alcance de su mano y lo mira mientras sorbe el te. Al el vuelven a sorprenderle la finura de sus sienes y de sus pomulos, los ojos liquidos y oscuros, las cejas morenas, el cabello rubio como el maiz. Nota un atropello de emociones contradictorias, como dos olas que revientan una contra otra: el apremio de protegerla, el apremio de azotarla por el mero hecho de estar viva.

Vale mas que este encerrado, piensa. Tal como me encuentro, no soy apto para tratar con la humanidad.

Espera a que la nina diga algo; quiere que hable. Es una exigencia impensable para hacersela a una nina, pero a pesar de todo formula su demanda. Alza la mirada hacia ella. Nada hay velado. La mira fijamente con lo que solo puede ser desnudez.

Por un instante, ella lo mira tambien a los ojos. Luego aparta la mirada, retrocede con perplejidad, hace una rara y torpe reverencia, y sale corriendo del cuarto.

El se da cuenta, incluso a medida que se desarrolla, de que este es un incidente que nunca olvidara, y que incluso un buen dia tal vez lo recree en sus escritos. Le embarga una verguenza pasajera, aunque superficial y transitoria. Primero en su escritura y ahora en su vida, la verguenza parece haber perdido poder, como si su sitio lo hubiese ocupado una pasividad ciega y amoral que no se arredra ante ningun extremo. Es como si por el rabillo del ojo viese que las nubes avanzan hacia el a una velocidad terrorifica. Son nubes de tormenta. Todo lo que se interponga en su camino sera arrasado. Con temor, pero tambien con algo de excitacion, espera a que arrecie la tormenta.

A las once en punto segun su reloj, sin anunciarse, sale del cuarto. La cortina esta echada a la entrada de la alcoba en que duermen Matryona y su madre, aunque Anna Sergeyevna sigue en pie, sentada ante la mesa, cosiendo a la luz de la lampara. Cruza la habitacion y se sienta frente a ella.

Tiene diestros los dedos, sus movimientos son precisos. El aprendio a zurcir en Siberia por pura necesidad, pero nunca podria zurcir con esa gracia y esa fluidez. En sus dedos, una aguja es una curiosidad, una flecha liliputiense.

– La luz es demasiado escasa para una labor tan fina -murmura.

Ella inclina la cabeza como si fuese a decirle: lo he oido. Pero tambien podria haber repuesto: ?y que pretende que haga?

– ?Es Matryona su unica hija?

Ella lo mira directamente. A el le gusta esa mirada directa. Le gustan sus ojos, que no son ni mucho menos dulces.

– Tuvo un hermano, pero murio cuando era muy pequeno.

– De modo que entiende lo que significa…

– No, no lo entiendo.

?Que quiere decir? ?Que la muerte de un nino pequeno es mas facil de soportar? Ella no se lo explica.

– Si me lo permite, le regalare una lampara mejor que esa. Es una pena que arruine la vista siendo aun tan joven.

Ella inclina la cabeza como si fuera a decirle: gracias por haberlo pensado, no le obligare a cumplir la promesa.

Tan joven: ?que pretende decir?

Sabe desde hace algun tiempo que cuando lleguen las palabras que vienen a continuacion, el no hara el menor intento por contenerlas.

– Tengo verdadera ansia por hablar de mi hijo -dice-, pero mayor es el ansia por que los otros me hablen de el.

– Era un joven esplendido -aventura ella- Lamento que lo tratasemos tan poco tiempo. Acto seguido, como si se diera cuenta de que no es suficiente, anade: A Matryona le leia cuando ella se acostaba. Ella se pasaba el dia esperando el momento en que el le leyese. Los dos se tenian verdadero carino.

– ?Que leian?

– Ahora me acuerdo de El gallito de oro. Cosas de Krylov. Tambien le enseno algunos poemillas en frances. Aun sabe recitar uno o dos.

– Es bueno que tenga usted libros en casa -Hace un gesto hacia una estanteria en la que habra veinte o treinta volumenes-. Es bueno para una nina que esta en edad de crecer, claro.

– Mi marido era impresor. Bueno, trabajaba en una imprenta. Leia mucho; la lectura era su principal

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