– Ya tengo el numero -contesta ella.
?De donde viene ese deseo? Es un deseo agudo, feroz: quiere tomar a esa mujer del brazo, arrastrarla detras de la caseta del guarda, levantarle el vestido, copular con ella.
Piensa en los dolientes en un velatorio, piensa en como se abalanzan sobre la comida y la bebida. Hay en eso una especie de exultacion, una jactancia que se espeta a la cara de la muerte: ?a nosotros no nos tienes!
Vuelven al muelle. El perro gris se les acerca a hurtadillas, con cautela. Matryona quiere acariciarlo, pero su madre la disuade. Hay algo raro en ese perro: una llaga abierta, enconada, le recorre el dorso desde la base de la cola. En todo momento gime muy bajo, o bien se deja caer de cuartos traseros, y ataca la llaga con los dientes.
Volvere manana, promete: volvere solo, hablaremos tu y yo. En la idea de regresar, de cruzar el rio, de hallar el camino hasta el lecho de su hijo y de estar a solas con el en la neblina, hay una sofocada promesa de aventura.
3 Pavel
Se sienta en el cuarto de su hijo con el traje blanco sobre el regazo, respira muy quedo, intenta perderse de alguna forma, intenta evocar un animo que ciertamente no puede haber abandonado aun los alrededores.
Pasa el tiempo. De la habitacion contigua, a traves del tabique, le llegan las voces amortiguadas de la mujer y la nina, los sonidos de la mesa que una de las dos estara poniendo. Deja el traje a un lado, llama a la puerta. Las voces callan bruscamente. Entra.
– Me marcho -dice.
– Como vera, estamos a punto de cenar. Si quiere cenar con nosotras, es usted bienvenido.
Los alimentos que le ofrece son bien sencillos: sopa, patatas con sal, mantequilla.
– ?Como vino mi hijo a alojarse con usted? -le pregunta en un momento dado. Aun pone todo su cuidado en llamarle
Ella vacila, el entiende por que. Podria decirle: era un joven agradable, enseguida nos cayo muy bien. Pero el obstaculo es ese
– Nos lo recomendo un inquilino anterior -dice al fin. Y eso es todo.
Le sorprende por lo delicada que es, delicada como el ala de una mariposa. Es como si entre la piel y las enaguas, entre la piel y el dorso de las medias negras que sin duda lleva calzadas, se interpusiera una fina capa de ceniza, de modo que, al soltarsele a la altura de los hombros, las prendas que viste se le deslizarian al suelo sin que mediase ningun gesto de persuasion.
Le gustaria verla desnuda, ver desnuda a esa mujer en el ultimo florecer de su juventud.
No es lo que podria entenderse por una mujer educada, aunque ?cabe oir alguna vez un ruso mas bellamente hablado que el suyo? Su lengua es como un ave que aletea en su boca: suaves plumas, suave batir de alas.
En la hija no percibe ni un atisbo de esa suave sequedad de la madre. Muy al contrario, hay en ella algo liquido, algo propio de una cervatilla, confiada y, sin embargo, nerviosa cuando estira el cuello para olisquear la mano del desconocido, tensa y preparada para alejarse de un brinco. ?Como puede esa mujer morena haber engendrado a una nina tan rubia? A pesar de todo, los signos estan ahi y son reveladores: los dedos pequenos, casi sin formar, lustrosos, como los de los santos bizantinos; la finura esculpida de la frente, inclusive ese aire de melancolia caprichosa.
?Que raro es que en una nina un rasgo pueda adquirir su forma perfecta, mientras que en su madre o en su padre bien parece mera copia!
La nina alza la mirada un instante, se encuentra con la suya, que la sondea, y aparta los ojos sumida en la confusion. En el surge un impulso iracundo. Quiere tomarla por el brazo y zarandearla. ?Mirame bien, nina! Eso es lo que quisiera decirle: ?mirame bien, aprende!
A el se le cae el cuchillo al suelo. Con gesto agradecido, lo busca a tientas, agachandose. Es como si la piel se le hubiese caido a tiras de la cara, como si muy a su pesar las encarase a las dos cubierto por una mascara espantosa y ensangrentada.
La mujer vuelve a hablar.
– Matryona y Pavel Alexandrovich eran buenos amigos -dice con firmeza y con cuidado. Y a la nina le pregunta-: El te dio clases, ?verdad que si?
– Me enseno frances y aleman. Sobre todo frances.
Matryona: no es el nombre mas adecuado para ella. Es nombre de vieja, de viejecita con cara de ciruela pasa.
– Me gustaria que tuvieras algo de el dice. Algo que te sirva para recordarlo.
Una vez mas, la nina levanta los ojos con su mirada de aturdimiento, y lo inspecciona como inspecciona un perro a un desconocido, sin oir apenas lo que le dice. ?Que esta ocurriendo? Llega la respuesta: no puede imaginar que yo sea el padre de Pavel. Esta procurando ver a Pavel en mi, pero no puede. Y piensa mas aun: para ella, Pavel todavia no ha muerto. En algun recondito lugar de su interior el sigue con vida, respira su calido y dulce aliento de juventud. En cambio, esta negrura mia, esta barba, este ser huesudo debe de ser para ella tan repugnante como la muerte en persona: la muerte, con las caderas huesudas y los dientes largos, de un palmo al menos, con el soniquete de los tobillos que chocan entre si al caminar.
No siente deseos de hablar de su hijo. De oirle hablar de el si, desde luego, pero no de hablar el. Aritmeticamente, hace diez dias que Pavel ha muerto. Con cada dia que pasa, los recuerdos que aun puedan flotar en el aire como las hojas de otono van cayendo al barro, y alli son pisoteados, o se los lleva el viento por los cielos cegadores. Solamente el aspira a recoger y a conservar esos recuerdos. Todos los demas suscriben el orden que impone la muerte primero, el duelo y el llanto despues, y luego el olvido. Si no olvidamos, dicen, pronto el mundo no sera mas que una inmensa biblioteca. Pero solo de pensar que Pavel pueda ser pasto del olvido monta en colera, se convierte en un toro viejo e irritable, de mirada fulminante, peligroso.
Quiere oir anecdotas. Y la nina esta milagrosamente a punto de contar una.
– Pavel Alexandrovich -mira de reojo a su madre, como si quisiera confirmar que tiene permiso para pronunciar el nombre muerto -dijo que solamente se iba a quedar un poco mas en Petersburgo, y que despues se marcharia a Francia.
Se calla. El espera con impaciencia a que prosiga.
– ?Por que queria irse a Francia? -pregunta la nina, dirigiendose ahora solamente a el-. ?Que hay alla en Francia?
– ?En Francia?
– No queria ir a Francia. Solamente queria irse de Rusia -contesta el-. Cuando uno es joven, se muestra impaciente con todo lo que lo rodea. Uno es impaciente con la madre patria, porque la madre patria le parece vieja, revenida. Quiere ver cosas nuevas, conocer nuevas ideas. Uno piensa que en Francia, en Alemania o en Inglaterra hallara el futuro que su propio pais, de puro monotono, nunca le podria proporcionar.
La nina frunce el ceno. El dice
– Mi hijo tuvo una educacion azarosa -dice dirigiendose no a la nina, sino a la madre-. Tuve que llevarlo de una escuela a otra, por una razon muy sencilla. No se levantaba nunca por las mananas. No habia forma humana de despertarle. Puede que este haciendo una montana de un grano de arena, no lo se, pero nadie puede contar con matricularse en una escuela si luego no asiste a las clases.
?Que cosa tan extrana para decirla en un momento como este! No obstante, mira ahora a la hija, y vuelve a la carga.
– Su frances no era muy fiable, seguramente te habras dado cuenta de eso. Tal vez por eso quisiera ir a Francia, para mejorar su dominio del frances.
– Solia leer muchisimo -dice la madre-. A veces, la lampara de su cuarto se quedaba encendida toda la noche -habla con voz baja, neutra-. A nosotras no nos importaba; siempre fue muy considerado con nosotras. Le teniamos carino a Pavel Alexandrovich, ?verdad que si?