que se habia convertido en la mayor paradoja a la que se habia enfrentado. En casa de aquel hombre, nacido en una gran familia inglesa, la humildad era casi una religion. Tras haber heredado de su padre, muerto honorablemente en la guerra, habia delegado la gestion de su patrimonio. Jamas uno de sus clientes de la pequena libreria en la que habia trabajado durante anos habria podido imaginar que aquel hombre solitario, que ademas vivia en la parte mas pequena de una casa de la que era propietario, tenia semejante fortuna.
Cuantos pabellones hospitalarios habrian podido tener su nombre grabado en sus frontispicios, cuantas fundaciones habrian podido honrarlo, si no hubiera impuesto como una condicion a su generosidad permanecer en el anonimato. Y sin embargo, a los sesenta y dos anos, ante una simple flor, no podia resistirse a bautizarla con su nombre.
La rosa palida se llamaria Glover. La unica excusa que se le ocurria era que no tenia descendencia. Asi que, finalmente, seria el unico modo de que su nombre perviviera.
John puso la flor en un jarron y la llevo al invernadero. Miro la fachada blanca de su casa de campo, feliz por vivir alli un retiro merecido despues de anos de trabajo. El gran jardin acogia la primavera en todo su esplendor. No obstante, en medio de tanta belleza, anoraba a la unica mujer a la que habia amado, con la misma discrecion con la que habia vivido. Algun dia, Yvonne se reuniria con el en Kent.
Los ninos despertaron a Antoine. Apoyado en la barandilla de la escalera, miro al salon del piso de abajo. Louis y Emily se habian preparado un desayuno que devoraban de buena gana, sentados a los pies del sofa. Los dibujos animados acababan de empezar, lo que le proporcionaba a Antoine unos cuantos minutos de tranquilidad. Intentando que no se dieran cuenta de su presencia, dio un paso atras, disfrutando ya del suplemento de sueno que se le ofrecia. Antes de abandonarse de nuevo en su cama, entro en la habitacion de Mathias y vio que la cama estaba intacta. La risa de Emily llegaba desde el salon. Antoine deshizo la cama, cogio el pijama colgado en la percha del bano y lo puso a la vista en una silla. Volvio a cerrar discretamente la puerta y regreso a sus habitaciones.
Sin su abrigo, no llevaba encima ni la cartera, ni el telefono; inquieto, Mathias empezo a rebuscar en los bolsillos de su pantalon dinero con el que pagar la cuenta. Noto un billete con la punta de los dedos. Aliviado, le entrego el billete de veinte libras esterlinas al camarero y espero su cambio.
El joven le devolvio quince monedas y recupero el diario, no sin preguntarle a Mathias si habia buenas noticias. Mathias, al tiempo que se levantaba, le dijo que solo leia tamul, y que el hindi todavia se le resistia.
Era hora de volver, Audrey debia de estar esperandolo en su casa. Volvio a hacer el camino por el que habia venido, hasta que comprendio, en la primera interseccion, que estaba totalmente perdido. Girando sobre si mismo mientras buscaba la placa con el nombre de la calle o un edificio que pudiera reconocer, llego a la conclusion de que, al haber llegado de noche, una vez guiado por Audrey y otra en taxi, no tenia forma alguna de volver a encontrar su direccion.
Sintio que el panico se apoderaba de el y le pidio ayuda a un peaton. El hombre, elegante, llevaba una barba blanca y un turbante muy bien anudado sobre la frente. Si el Peter Sellers de
Mathias busco una casa de tres pisos, cuya fachada era de ladrillos rojos; el hombre lo invito a mirar a su alrededor. Las calles vecinas estaban bordeadas por casas de ladrillos rojos, y como en muchas ciudades inglesas, todas eran perfectamente identicas.
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Le dio una palmadita amistosa en el hombro y siguio su camino.
Antoine dormia apaciblemente hasta que dos balas de canon cayeron en su cama: Louis le tiraba del brazo izquierdo, y Emily, del derecho.
– ?Papa no esta en su habitacion? -pregunto la pequena.
– No -respondio Antoine al tiempo que se erguia-, se ha ido a trabajar muy pronto esta manana. Hoy me ocupo yo de los monstruos.
– Lo se -repuso Emily-, he ido a su habitacion, y ni siquiera se ha hecho la cama.
Emily y Louis pidieron permiso para ir en bicicleta por la acera, despues de jurar que no bajarian a la calzada y que serian muy prudentes. Los coches solo pasaban muy raramente por aquella callejuela, asi que Antoine les dio su permiso. Y mientras bajaban la escalera corriendo, el se puso el pijama y fue a prepararse el desayuno. Podia vigilarlos por la ventana de la cocina.
Solo, en medio del barrio de Brick Lane, con el poco dinero que le quedaba en el fondo de su bolsillo, Mathias se sentia verdaderamente perdido. En la esquina de la calle, una cabina telefonica lo esperaba con los brazos abiertos. Se precipito a su interior, dejo las monedas sobre el aparato antes de introducir una febrilmente en la ranura. Desesperado, marco el unico numero londinense que se habia aprendido de memoria.
– Perdona un segundo, ?puedes explicarme que haces exactamente en Brick Lane? -pregunto Antoine mientras se servia una taza de cafe.
– Vamos, escucha, amigo mio, no es el mejor momento para hacer ese tipo de preguntas, te llamo desde una cabina que no se ha limpiado en seis meses y que acaba de tragarse tres monedas de golpe solo para decirte buenos dias, y no me queda demasiado.
– No me has dado los buenos dias, me has dicho: «Te necesito» -repuso Antoine, al tiempo que ponia mantequilla en su tostada-. Esta bien, te escucho…
Sin saber que decir, Mathias le pregunto resignado si podia pasarle a su hija.
– No, no puedo, esta fuera yendo en bici con Louis. ?Sabes donde hemos puesto la mermelada de cerezas?
– Estoy bien jodido, Antoine -confeso Mathias.
– ?Que puedo hacer por ti?
Mathias se dio la vuelta en la cabina el tiempo suficiente para constatar que una verdadera fila india se habia formado frente a la puerta.
– Nada, no puedes hacer nada -murmuro el tras darse cuenta de la situacion en que se hallaba.
– Entonces, ?por que me llamas?
– Por nada, ha sido un acto reflejo… Dile a Emily que me he entretenido en el trabajo y dale un beso de mi parte.
Mathias colgo.
Sentada en la acera, Emily se agarraba su rodilla despellejada, y grandes lagrimas rodaban ya por sus mejillas. Una mujer cruzaba la calle para ayudarla. Louis corrio a la casa. Se lanzo sobre su padre y tiro con todas sus fuerzas de su pantalon de pijama.
– ?Ven, Emily se ha caido, rapido!
Antoine se precipito tras su hijo y volvio a subir corriendo por la calle.
Un poco mas lejos, la mujer, junto a Emily, agitaba los brazos, a la vez que gritaba escandalizada a quien quisiera escucharla:
– Pero ?donde se ha metido mama?
– Aqui esta mama -dijo Antoine, llegando hasta ella.
La mujer miro perpleja el pijama de cuadros escoceses de Antoine, puso los ojos en blanco y se fue sin decir nada.
– ?Dentro de quince dias nos vamos a cazar fantasmas! -grito Antoine mientras ella se alejaba-. Tengo derecho a tener un traje apropiado, ?no?.
Mathias se habia sentado en un banco. Una mano se poso en su nuca.
– ?Que haces aqui? -pregunto Audrey-. ?Llevas mucho tiempo esperando?
– No, estaba dando un paseo -respondio Mathias.
– ?Tu solo?
– Pues si, yo solo, ?por que?
– Al volver al apartamento, no respondias, y no llevaba las llaves para poder entrar, asi que me he preocupado.
– No veo muy bien por que. Ese reportero companero tuyo puede irse solo a Tadjikistan, pero yo no puedo pasear por Brick Lane sin que alguien llame a Europe Assistance.