juntos, en esta misma mesa, que se habria convertido ya en nuestra mesa.

Audrey beso a Mathias.

– ?Sabes lo que deberiamos hacer ahora? -murmuro ella-. Aprovechar este domingo, ya que estamos sentados en nuestra mesa y aun nos queda la tarde por delante solo para nosotros.

Sin embargo, Mathias era totalmente incapaz de entender lo que Audrey acababa de proponerle. El lo sabia, se pasaria la tarde ocultando su amargura. Puso cara de divertirse con el aspecto de un peaton. Aunque estaba sentada a su lado, desde que le habia anunciado su marcha, ya la anoraba. Miro las nubes que habia encima de ellos.

– ?Crees que va a llover? -pregunto el.

– No lo se -respondio Audrey.

Mathias se volvio y le hizo una senal al camarero.

– ?Ha pedido la cuenta? -pregunto Antoine.

– Aqui -respondio un cliente que agitaba la mano al otro lado de la terraza.

Antoine, que llevaba en equilibrio tres platos sobre el antebrazo, recogio de cualquier manera los cubiertos y paso la esponja sobre la mesa con una destreza impresionante. Tras el, Sophie esperaba para ocupar el sitio de los que se iban.

– Parece que le gusta su trabajo -dijo ella mientras se sentaba.

– ?Esto es genial! -exclamo Antoine, exultante, al darle la carta.

– ?Les dices a los ninos que vengan conmigo?

– Como plato del dia tenemos un sabroso salmon al vapor. Si me permite un consejo, guarde un poco de hambre para los postres, pues nuestra crema de caramelo es inolvidable.

Y Antoine volvio a la sala.

Mathias registraba su chaqueta, pero sus esfuerzos por hallar la cartera eran en vano. Audrey lo tranquilizo diciendole que seguro que la habia olvidado en casa. Por otro lado, no lo habia visto sacarla ni una sola vez, pues siempre habia pagado en efectivo.

Mathias, no obstante, estaba inquieto y terriblemente avergonzado por la situacion.

Desde que se conocian, el nunca la habia dejado invitarlo, y Audrey se alegraba por poder hacerlo al fin, aunque solo fuera a un gofre y algunos cafes. Hasta entonces, habia conocido a muchos hombres que siempre pagaban a medias.

– ?Has conocido a tantos? -pregunto Mathias.

– Despejame una duda, ?no estaras un poco celoso?

– Ni lo mas minimo, y ademas, como dice siempre Antoine, estar celoso implica no confiar en la otra persona, es ridiculo y degradante.

– ?Eso lo dices tu, o solo lo piensa Antoine?

– Vale, estoy un poco celoso -le concedio el-, pero solo lo justo. Si uno no siente ni un minimo de celos, es que no esta enamorado.

– ?Tienes mas teorias sobre los celos? -pregunto Audrey al tiempo que se levantaba.

Subieron a pie por Portobello Road. Audrey iba agarrada del brazo de Mathias; para el, cada paso que los acercaba a la parada de autobus era un paso que los alejaba a uno de otro.

– Tengo una idea -dijo Mathias-: tomemonos un descanso en un banco, el barrio es bonito, no necesitamos nada mas, no nos movamos mas de aqui.

– ?Quieres decir que nos quedemos aqui, inmoviles?

– Eso es exactamente lo que quiero decir.

– ?Cuanto tiempo? -pregunto Audrey mientras se sentaba.

– Tanto tiempo como queramos.

Se habia levantado viento, y ella se estremecio.

– ?Y cuando llegue el invierno? -pregunto ella.

– Te abrazare un poco mas fuerte.

Audrey se inclino hacia el para susurrarle una idea mejor. Si corrian para coger el autobus que se veia a lo lejos, podrian llegar a la habitacion de Brick Lane en una media hora a lo sumo. Mathias la miro, sonrio y se volvio a poner en marcha.

El autobus se detuvo frente a la parada. Audrey subio por la entrada trasera; Mathias se quedo en la acera. Por su mirada, ella comprendio sus intenciones y le hizo una senal al revisor para que no diera todavia la senal de partida. Puso un pie en la calzada.

– Quiero que sepas que el dia de ayer no fue un fiasco en absoluto -le confio ella al oido.

Mathias no respondio nada; Audrey le puso una mano en la mejilla y le acaricio los labios.

– Paris solo esta a dos horas y cuarenta minutos -dijo ella.

– Entra, estas temblando.

Cuando el autobus se alejo, Mathias agito la mano y espero a que Audrey hubiera desaparecido.

Volvio a sentarse en el banco de la pequena plaza de West-Bourne Grove y miro a la pareja de enamorados que paseaba frente a el. Al registrar su bolsillo buscando alguna moneda para poder volver a casa, encontro un trozo de papel: «Tambien yo”.

Capitulo 11

El dia llegaba a su fin. Sophie acompano a Antoine y a los ninos hasta la puerta de la casa. A Louis le habria gustado que le ayudara a hacer los deberes, pero le explico que tambien ella tenia sus propios deberes.

– ?No te quieres quedar un rato? -insistio Antoine.

– No, me voy a casa, estoy cansada.

– ?Merecia la pena abrir en domingo?

– He obtenido parte de los beneficios del mes, asi podre cerrar algunos dias.

– ?Te vas de vacaciones?

– De fin de semana.

– ?Donde?

– Todavia no lo se, es una sorpresa.

– ?El hombre de las cartas?

– Si, el hombre de las cartas, como dices tu; voy a reunirme con el en Paris y despues me llevara a algun sitio.

– ?Y no sabes adonde? -insistio Antoine.

– Si lo supiera ya, no seria una sorpresa.

– Espero que me lo cuentes a la vuelta.

– Tal vez. De repente, te veo muy curioso.

– Perdona mi indiscrecion -repuso Antoine-, me meto donde no me llaman. Al fin y al cabo solo llevo haciendo de Cyrano de Bergerac desde hace seis meses, escribiendo esas cartas de amor en tu lugar; no veo por que eso habria de darme algun derecho a compartir las buenas noticias… Ah, pero cuando uno se va de fin de semana, sobre todo, no debo preguntar nada, solo debo aprovechar tu ausencia para rellenar mi pluma, pues cuando vuelvas, en el momento en que lo anores o sientas morrina, vendras a pedirme que vuelva a coger mi pluma y que escriba una nueva carta que haga que se enamore todavia un poco mas, pero en el momento en que vuelva a invitarte a pasar un fin de semana, no te molestes en decirme nada.

Con los brazos cruzados, Sophie miraba fijamente a Antoine.

– ?Ya esta, has terminado?

Antoine no respondio, no apartaba la mirada de la punta de sus zapatos, y la expresion de su rostro hacia que

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