Sophie volvio a cerrar la pequena maleta que habia dejado en la silla. Cogio su billete de tren, verifico la hora de salida y entro en el bano. Se acerco al espejo para estudiar la piel de su rostro, saco la lengua e hizo una mueca. Se puso la camiseta que estaba colgada detras de la puerta y volvio a su habitacion. Despues de poner el despertador, se tumbo en la cama, apago la luz y pidio que el sueno no tardara en llegar. Al dia siguiente, queria tener buen aspecto y, sobre todo, no queria tener ojeras.

Con las gafas en la punta de la nariz, Daniele esta inclinada sobre su gran cuaderno de espiral. Cogio la regla y subrayo con marcador amarillo el titulo del capitulo que acababa de copiar. El segundo tomo de Leyendas de Escocia estaba sobre su mesa, y recito en voz alta el tercer parrafo de la pagina que estaba abierta ante ella.

Emily abrio suavemente la puerta. Cruzo el rellano de puntillas y llamo a la habitacion de Louis. El pequeno aparecio en pijama. Con pasos sigilosos, ella lo llevo por la escalera. Una vez en la cocina, Louis entreabrio la puerta de la nevera para tener un poco de luz. Tomando unas precauciones extremas, los ninos prepararon la mesa del desayuno. Mientras Emily se llenaba un vaso de zumo de naranja y alineaba las cajas de cereales frente al cubierto, Louis se instalo en la mesa de su padre y puso los dedos sobre el teclado. El momento mas peligroso de la mision habia llegado. Cerro los ojos y apreto la tecla de impresion, a la vez que rogaba con todas sus fuerzas para que la impresora no despertara a sus padres. Espero durante algunos segundos y cogio la hoja de la bandeja de recepcion. El texto le parecia perfecto. Doblo el papel en dos para que se mantuviera bien derecho sobre la mesa y se lo dio a Emily. Tras echar una ultima ojeada para verificar que todo estaba en su lugar, los dos ninos subieron a toda prisa a acostarse.

Capitulo 13

Cinco y media. El cielo de South Kensington era rosa palido, estaba amaneciendo. Enya cerro la ventana y volvio a acostarse.

El despertador marcaba las cinco y cuarenta y cinco. Antoine cogio un grueso jersey de su armario y se lo paso por los hombros. Cogio su bolsa y la abrio para verificar que su informe estaba completo. Los planes de ejecucion estaban en su lugar; el juego de bocetos, tambien. La volvio a cerrar y bajo las escaleras. Al llegar a la cocina, descubrio que lo esperaba un desayuno. Desdoblo la hoja que estaba delicadamente dispuesta delante del plato y leyo la nota: «Se muy prudente y no sobrepases el limite de velocidad, ponte el cinturon (aunque te sientes detras). Te he preparado unos termos para el camino. Te esperaremos para cenar, y acuerdate de traer un regalo para los ninos, siempre les gusta cuando te vas de viaje. Un beso. Mathias». Muy conmovido, Antoine cogio los termos, recupero sus llaves de la cesta de la entrada y salio de casa. El Austin Healey estaba aparcado al final de la calle. El ambiente era primaveral, el cielo estaba despejado, el viaje seria agradable.

Sophie se desperezo al entrar en la cocina de su pequeno apartamento. Se preparo una taza de cafe y miro la hora en el reloj del horno microondas. Eran las seis, tenia que darse prisa si no queria perder el tren. Dudo sobre que ponerse mientras miraba la ropa colgada en el armario y decidio que unos pantalones tejanos y una camisa servirian.

Las seis y media. Yvonne cerro la puerta que daba al patio trasero. Con una pequena maleta en la mano, se puso sus gafas de sol y subio por Bute Street en direccion a la estacion de metro de South Kensington. Habia luz en la ventana de la habitacion de Enya. La joven estaba despierta; podia irse tranquila, pues aquella pequena sabia manejarse, y ademas, de todas maneras, era mejor que cerrar todo el dia.

Daniele miro su reloj. Eran las siete en punto. Le gustaba la precision. Llamo al timbre. Mathias la hizo entrar y le ofrecio una taza de cafe. La cafetera estaba sobre la mesa; las tazas, en el escurridor; y el azucar, encima de la pica. Los ninos seguian dormidos. Los sabados se despertaban, por lo general, a las nueve, asi que tenia dos horas por delante. Se puso el abrigo, se ajusto el cuello de la camisa frente al espejo de la entrada, puso un poco de orden en su cabello y le dio las gracias mil veces. Estaria de vuelta como muy tarde hacia las siete. El contestador estaba conectado. Le dijo que, sobre todo, no respondiera si llamaba Antoine; si necesitaba hablar con ella, el dejaria que sonara dos veces, colgaria y volveria a llamar. Mathias se fue de la casa, subio por la calle corriendo y llamo a un taxi en Oid Brompton.

Sola en el gran salon, Daniele abrio su mochila y saco dos cuadernos de Clairefontaine; habia dibujado un pequeno fantasma azul en la tapa de uno, y uno rojo, en la del otro.

Cuando cruzo Sloane Square, todavia desierta a esa hora de la manana, Mathias miro su reloj; llegaria a la hora a Waterloo.

La salida de metro estaba frente a la entrada del puente de Waterloo. Yvonne cogio las escaleras mecanicas. Cruzo la calle y miro las grandes ventanas del Saint Vincent Hospital. Eran las siete y media, todavia le quedaba un poco de tiempo. En la calzada, un taxi negro iba a toda velocidad hacia la estacion.

Eran las ocho. Con la pequena maleta en la mano, Sophie llamo a un taxi que pasaba a su lado. «Waterloo International», dijo ella a la vez que cerraba de nuevo la puerta. El black cab subio por Sloane Avenue. La ciudad estaba resplandeciente; alrededor de Eaton Square, los magnolios, almendros y cerezos estaban en flor. La gran explanada del palacio de la reina estaba llena de turistas que miraban el relevo de la guardia. La parte mas bonita del trayecto empezaba en el momento en que el coche entraba en el Birdcage Walk. Bastaba entonces con girar la cabeza para ver a algunos metros a unas garzas grises picoteando los cuidados cespedes de Saint James Park. Una joven pareja caminaba ya por un sendero, y cada uno agarraba de una mano a una nina, a la que llevaban dando saltos. Sophie se inclino hacia el vidrio de separacion para darle unas instrucciones al conductor; en el semaforo siguiente, el coche cambio de direccion.

– ?Y tu partido de criquet? ?No era hoy la final? -pregunto Yvonne.

– No te pedi permiso para acompanarte porque me lo habrias negado -respondio John a la vez que se levantaba.

– No veo que interes tienes en pasarte la manana esperando. Los pacientes no tienen derecho a ir acompanados.

– En cuanto recojamos tus resultados, y no tengo duda alguna de que seran satisfactorios, te llevare a almorzar al parque, y despues, si todavia estamos a tiempo, asistiremos al partido que se juega esta tarde.

Eran las ocho y cuarto. Yvonne presento su hoja de cita en la taquilla de admisiones diarias. Una enfermera acudio a su encuentro, empujando una silla de ruedas.

– Si ustedes ponen todo de su parte para que uno tenga la impresion de estar enfermo, ?como quieren que mejoremos? -espeto Yvonne, quien se negaba a sentarse en la silla.

La enfermera dijo que lo sentia, pero el hospital no toleraba que se quebrantaran las reglas. Las companias de seguros exigian que todos los pacientes circularan asi. Furiosa, Yvonne cedio.

– ?Por que sonries? -le pregunto ella a John.

– Porque me doy cuenta de que, por primera vez en tu vida, estas obligada a hacer lo que te digan… Y ver una cosa asi bien vale todas las finales de criquet.

– ?Sabes que me pagaras ese chascarillo cien veces?

– Aunque fuera multiplicado por mil, seguiria siendo un buen negocio -dijo John riendo.

La enfermera se llevo a Yvonne. Cuando John se quedo solo, su sonrisa desaparecio. Respiro hondo y se dirigio hacia los bancos de la sala de espera. El reloj de la pared marcaba las nueve. La manana iba a ser muy larga.

Cuando volvio a su casa, Sophie abrio su maleta y coloco sus cosas en el armario. Se puso su blusa blanca y se fue de la habitacion.

Mientras caminaba hacia su tienda, escribio un mensaje en su movil: «Imposible ir este fin de semana, dales un beso a papa y mama por mi, tu hermana que te quiere». Le dio a la tecla de envio.

Nueve y media. Sentado junto a la ventana, Mathias veia desfilar la campina inglesa. En el altavoz una voz anunciaba la entrada inmediata en el tunel.

– ?No le molestan los oidos cuando pasamos bajo el mar? -pregunto Mathias a la pasajera que iba sentada delante de el.

– Si, noto un pequeno zumbido. Voy y vuelvo una vez por semana y conozco a algunas personas a quienes les

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