– No quiero mezclar mi vida privada con mi trabajo.
– Lo entiendo -dijo refunfunando Mathias, con la mirada fija en las flores que Audrey habia dejado sobre las rodillas.
– ?Vas a estar de morros?
– No, pero es que he cogido el tren esta manana, y no se si te das cuenta de hasta que punto estoy contento de verte.
– Yo estoy igual de contenta que tu -dijo ella, besandolo de nuevo.
– No me gustan las historias de amor en que uno debe esconderse. Si siento algo por ti, quiero poder decirselo a todo el mundo, quiero que las personas que me rodeen compartan mi felicidad.
– ?Y ese es el caso? -pregunto Audrey sonriendo.
– No todavia…, pero ya llegaria. Y ademas, no le veo la gracia. ?Por que te ries?
– Porque has dicho «historia de amor», y eso me gusta de verdad.
– Entonces, despues de todo, ?estas un poco contenta de verme?
– ?Imbecil! Vamos, aunque trabajo para una cadena libre de television, como tu dices, no puedo disponer tan libremente de mi tiempo.
Mathias cogio a Audrey de la mano y la llevo hacia la terraza de un cafe.
– ?Nos hemos dejado tus flores en el banco! -dijo Audrey a la vez que aminoraba el paso.
– Dejalas, estan mustias. Las compre en la plaza de la torre. Me habria gustado comprarte un ramo verdaderamente bonito, pero me he ido antes de que Sophie abriera.
Y como Audrey no decia nada, Mathias anadio:
– Una amiga, florista en Bute Street, ?mira como tu te pones tambien un poco celosa!
Un cliente acababa de entrar en la tienda. Sophie se ajusto la blusa.
– Buenos dias, vengo por la habitacion -dijo el hombre dandole la mano.
– ?Que habitacion? -pregunto Sophie intrigada.
Tenia aspecto de explorador, y parecia algo perdido. Explico que acababa de llegar aquella manana de Australia, y hacia escala en Londres antes de partir hacia la costa Este de Mexico. Habia hecho la reserva por internet, e incluso habia pagado un anticipo, y estaba sin duda alguna en la direccion que figuraba en su bono de reserva, como Sophie podia constatar por si misma.
– Tengo rosas salvajes, girasoles, peonias; ademas, la estacion acaba de empezar y estan perfectas. Sin embargo, no tengo habitaciones de huespedes -dijo, riendose con ganas-. Me temo que le han timado.
Desconcertado, el hombre dejo su maleta junto a una funda que, a juzgar por la forma, protegia una plancha de surf.
– ?Conoce usted algun sitio asequible en el que pueda dormir esta noche? -pregunto el con un acento que dejaba en evidencia sus origenes australianos.
– Hay un hotel muy mono cerca de aqui. Subiendo, lo encontrara al otro lado de Oid Brompton Road. Esta en el numero 16.
El hombre se lo agradecio calurosamente y volvio a coger sus cosas.
– Es cierto que sus peonias son magnificas -dijo el al salir.
El patron de la carpinteria estudiaba los planos. De todas maneras, el proyecto de McKenzie habria sido dificil de realizar en los plazos establecidos. Los bocetos de Antoine simplificaban considerablemente el trabajo del taller; las maderas todavia no habian sido servidas, y, por tanto, no habria problemas en cambiar el pedido. Cerraron el acuerdo con un apreton de manos. Antoine podia irse a visitar Escocia con total tranquilidad. El sabado siguiente a su regreso, un camion conduciria los muebles hacia el restaurante de Yvonne. Los obreros irian a la vez y se pondrian a trabajar; el martes por la tarde, todo habria terminado. Era el momento de hablar de otros proyectos en curso; dos cubiertos los esperaban en un albergue, situado apenas a diez kilometros de alli.
Mathias miro su reloj: ?ya eran las dos de la tarde!
– ?Y si nos quedaramos un poco mas en esta terraza? -dijo el con alegria.
– Tengo una idea mejor -respondio Audrey, llevandolo de la mano.
Ella vivia en un pequeno estudio ubicado en una torre frente al puerto de Javel. Si cogian el metro, no tardarian ni un cuarto de hora en llegar. Mientras ella llamaba a su redaccion para anunciar el retraso y Mathias llamaba por telefono para cambiar el horario de regreso de su tren, el metro volaba sobre los railes. El tren se paro en la estacion de Bir-Hakeim. Bajaron corriendo por las grandes escaleras metalicas y se apresuraron mas al llegar al anden de Grenelle. Cuando llegaron a la explanada que rodeaba la torre, Mathias, sin aliento, se inclino hacia delante, con las manos en la rodillas. Se volvio a levantar para contemplar el edificio.
– ?Que piso? -pregunto el con voz entrecortada.
El ascensor subia hacia el vigesimo septimo piso. La cabina era opaca, y Mathias solo prestaba atencion a Audrey. Al entrar en el estudio, avanzo hasta la ventana con vistas al Sena. Ella echo las cortinas para que no tuviera vertigo, y el hizo lo propio quitandole la parte de arriba; ella dejo que su pantalon se deslizara por sus piernas.
La terraza no se vaciaba. Enya corria de mesa en mesa. Cobro la cuenta de un surfero australiano y acepto de buena gana guardarle la tabla. Solo tenia que apoyarla contra una pared de la oficina. El restaurante estaba abierto aquella noche, asi que podria pasar a buscarla hasta las diez. Ella le indico el camino que tenia que tomar y volvio enseguida al trabajo.
John beso la mano de Yvonne.
– ?Cuanto tiempo? -dijo el mientras le acariciaba la mejilla.
– Te lo he dicho, me hare centenaria.
– ?Y que te han dicho los medicos?
– Las mismas tonterias que de costumbre.
– ?Que te tienes que cuidar, tal vez?
– Si, algo asi. Ya sabes que es dificil entenderlos con su acento.
– Jubilate y vente conmigo a Kent.
– Vamos, si te escuchara, acortaria considerablemente la duracion de mi vida. Sabes perfectamente que no puedo dejar mi restaurante.
– Hoy lo has hecho.
– John, si mi restaurante tuviera que cerrar despues de mi muerte, seria como morir dos veces. Y ademas, tu me quieres como soy, y por eso te quiero yo.
– ?Solo por eso? -pregunto John con un tono ingenuo.
– No, tambien por tus grandes orejas. Vamos al parque, nos vamos a perder tu final.
Aquel dia, no obstante, a John no le importaba nada el criquet. Cogio un poco de pan de la cesta, pago la cuenta y cogio a Yvonne del brazo. El la condujo hasta el lago. Juntos darian de comer a las ocas que corrian ya a su encuentro.
Antoine le dio las gracias a su anfitrion. Ambos volvian al taller. Antoine tenia que detallar sus bocetos al jefe del mismo. En dos horas como maximo, podria volver a casa. De todas maneras, no habia razon para apresurarse porque Mathias estaba con los ninos.
Audrey encendio un cigarrillo y volvio a acostarse con Mathias.
– Me gusta el sabor de tu piel -dijo ella, acariciandole el torso.
– ?Cuando vendras? -pregunto el al tiempo que daba una calada.
– ?Fumas?
– Lo he dejado -dijo el tosiendo.
– Vas a perder el tren.
– ?Eso quiere decir que tienes que volverte al estudio?
– Si quieres que vaya a verte a Londres, tengo que terminar de montar este reportaje, que esta a anos luz de estar acabado.
– ?Tan malas eran las imagenes?
– Todavia peores, me veo obligada a recurrir a los archivos; no dejo de preguntarme por que mis rodillas te obsesionan tanto, practicamente solo has filmado eso.
– Es culpa del visor ese, no mia -respondio Mathias mientras se vestia.