Y cuando se alejaron hacia el coche, caminando delante de Louis y Emily, que seguian enfadados, los fantasmas del lugar habrian podido oir una extrana conversacion…

– Si, te juro que te me has pegado. ?Primero te mueves continuamente, y luego te me pegas!

– No, de eso nada. Ademas, roncas.

– Vaya, eso si me sorprenderia. Ninguna mujer me ha dicho jamas que roncara.

– ?Ah, si? ?Y cuando fue la ultima noche que pasaste con una mujer? Carolina Leblond ya decia que roncabas.

– ?Callate!.

Por la tarde, mientras se instalaban en el Holiday Inn, Emily llamo a su madre para explicarle su dia en el castillo. Valentine se alegraba de oir su voz. Desde luego, la echaba de menos; todas las noches antes de dormir, le daba un beso a su foto, y en la mesa siempre tenia a la vista el dibujo que le habia dado Emily… Si, a ella tambien se le estaba haciendo larga la separacion, pero iria a verla muy pronto, tal vez el mismo fin de semana despues de su vuelta. Solo tenia que pasarle con su padre y lo organizaria todo con el. Ella tenia que participar en un seminario el sabado, pero cuando saliera, cogeria directamente el tren… Prometido, iria a buscarla el domingo por la manana y pasarian el dia juntas… Si, como hacian cuando vivian juntas, pero ahora tenia que pensar en aquellos castillos tan bonitos y aprovechar esas vacaciones maravillosas que le regalaba su padre… Y Antoine, si, ?desde luego!

Mathias hablo con Valentine y le volvio a pasar el auricular a su hija. Cuando Emily colgo, el le hizo una senal a Antoine para que mirara discretamente a Louis. El pequeno estaba sentado solo frente a la television, mirando fijamente la pantalla; pero el aparato estaba apagado.

Antoine abrazo a su hijo y le hizo una carantona que contenia el amor de cuatro brazos juntos.

Aprovechando que Antoine estaba banando a los ninos, Mathias volvio a la recepcion tras pretextar que se habia olvidado el jersey en la Kangoo.

En el vestibulo, consiguio ayudandose con gestos y aspavientos que el conserje lo entendiera. Por desgracia, el hotel solo tenia un ordenador, en el despacho de contabilidad, y los clientes no tenian acceso ni podian enviar correos electronicos. De todos modos, el empleado le propuso amablemente enviar uno por el, en cuanto su jefe no mirara. Unos minutos mas tarde, Mathias le dio un texto garabateado en un trozo de papel.

A la una de la manana, Audrey recibio el siguiente mensaje: «Mi e ido en Eccocia con los ninos, vuelto sabado proximo, impasible verte. Te eco de menis teribalamente. Matthiew».

A la manana siguiente, cuando Antoine ya estaba al volante de la Kangoo y los ninos con los cinturones puestos en los asientos de atras, el recepcionista cruzo corriendo el aparcamiento del hotel para darle un sobre a Mathias, en el que podia leerse: «Mi Matthiew, estaba inquieta por no poder verte, espero que tengas un buen viaje, me gustan mucho Eccocia y los eccoceses. Ire a verte muy pronto, yo tambien te eco de menis. Muco. Tu Hepburn».

Feliz, Mathias doblo la hoja y se la guardo en el bolsillo.

– ?Que era? -pregunto Antoine.

– Un duplicado de la cuenta del hotel.

– ?Yo pago la noche y te dan a ti la factura?

– Tu no puedes incluirla en tus gastos, pero yo si. Ahora, deja de hablar y estate atento a la carretera; si leo bien el mapa, tienes que tomar el siguiente desvio a la derecha. Te he dicho a la derecha, ?por que giras a la izquierda?

– Porque tienes el mapa al reves, bobo.

El coche subia hacia el norte, en direccion a las Highlands. Se pararian en el precioso pueblo de Speyside, celebre por sus destilerias de whisky; despues de la comida del mediodia, irian todos a visitar el famoso castillo de Candor. Emily explico que estaba tres veces encantado, primero por un ectoplasma misterioso vestido por completo de seda violeta, despues por el celebre John Campbell de Candor, y, finalmente, por la triste mujer sin manos. Y cuando se entero de quien era la tercera habitante del lugar, Antoine piso el pedal del freno y el coche derrapo mas de cincuenta metros.

– ?Que mosca te ha picado?

– ?Debeis elegir ahora mismo! O almorzamos o vamos a ver a la mujer de los munones, no podemos hacer las dos cosas, ?demasiado es demasiado!

Los ninos bajaron la cabeza y se abstuvieron de hacer cualquier otro comentario. Se tomo una decision: Antoine estaba exento de la visita, los esperaria en el albergue.

En cuanto llegaron, Emily y Louis se escabulleron para ir a la tienda de recuerdos y dejaron a Antoine y a Mathias solos en la mesa.

– Lo que me fascina es que llevamos durmiendo tres dias en sitios cada uno mas angustioso que el anterior, y pareces estar pillandole el gusto. Esta manana, durante la visita al castillo, actuabas como si tuvieras la edad mental de un nino de cuatro anos -dijo Antoine.

– A proposito del gusto -respondio Mathias mientras leia el menu-, ?te apetece tomar el plato del dia? Siempre esta bien probar las especialidades locales.

– Eso depende. ?Que es?

– Haggis.

– No tengo ni idea de lo que es, pero esta bien -dijo Antoine a la camarera que les tomaba nota.

Diez minutos mas tarde, esta puso frente a el un estomago de oveja relleno, y Antoine cambio de opinion. Un par de huevos al plato bastarian, tampoco tenia mucha hambre. Al final de la comida, Mathias y los ninos se fueron a hacer su visita y dejaron alli a Antoine.

En la mesa vecina, un joven y su companera hablaban de sus proyectos de futuro. Aguzando el oido, Antoine pudo entender que su vecino era arquitecto como el. Antoine, que, solo en la mesa, se moria de aburrimiento, ya tenia una segunda razon para meterse en la conversacion.

Antoine se presento, y el hombre le pregunto si era frances, tal y como habia creido adivinar. Antoine no debia ofenderse bajo ningun motivo, ya que su ingles era perfecto; pero tras haber vivido el mismo dos anos en Paris, le resultaba facil identificar el ligero acento.

Antoine adoraba Estados Unidos y quiso saber de que ciudad provenian. El tambien habia reconocido su acento.

La pareja era originaria de la costa Oeste, vivian en San Francisco y se estaban tomando unas merecidas vacaciones.

– ?Han venido a Escocia a ver fantasmas? -pregunto Antoine.

– No, eso ya lo puedo hacer en casa, me basta con abrir los armarios -dijo el joven, mirando a su companera.

Ella le dio un puntapie por debajo de la mesa.

El se llamaba Arthur, y ella, Lauren. Ambos iban a recorrer Europa siguiendo casi al pie de la letra el itinerario recomendado por una pareja de viejos amigos, George Pilguez y su companera, que habian vuelto encantados del viaje que habian hecho el ano anterior. Ademas, durante su periplo, se habian casado en Italia.

– ?Y ustedes tambien han venido a casarse? -pregunto Antoine picado por la curiosidad.

– No, todavia no -respondio la esplendorosa joven.

– Pero estamos festejando otro feliz acontecimiento -continuo su vecino-, Lauren esta embarazada, esperamos a nuestro bebe para finales de verano. Sin embargo, no se puede decir, por ahora es un secreto.

– ?No quiero que se enteren en el Memorial Hospital, Arthur! -dijo Lauren.

Ella se volvio hacia Antoine y lo cogio aparte.

– Acaban de hacerme titular, y prefiero evitar que circulen rumores de que voy a faltar por los pasillos. ?No le parece normal?

– El verano pasado la nombraron jefa de servicio, y su trabajo la obsesiona un poco -repuso Arthur.

La conversacion se alargo: la joven medica era una contertulia sin igual; Antoine estaba maravillado por la complicidad que demostraba tener con su companero. Cuando se excusaron, tenian todavia viaje por delante; Antoine les felicito por el bebe y les prometio que seria discreto. Si un dia visitaba San Francisco, esperaba no tener motivo alguno para ir al Memorial Hospital.

– No jure nada, creame, ?la vida tiene mas imaginacion que nosotros!

Al irse, Arthur le dio su tarjeta tras hacerle prometer que si un dia iba a California, los llamaria.

Mathias y los ninos volvieron locos de alegria por la tarde. Antoine tendria que haberlos acompanado, pues el

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